Al fin se bajó el telón de la astracanada más aberrante que se ha representado jamás sobre el majestuoso escenario que ofrece un Mundial de fútbol. Una burda representación de caracteres bufonescos con aires de "prima donna" dotada de una introducción, un nudo y un desenlace a cada cuál más dantesco que el anterior.
Todo comenzó cuando el protagonista, un pobre bala perdida venido a menos, pendenciero y de vuelta de todo, se encontró de repente con su buena estrella castigando de forma injusta a un inocente que a buen seguro hubiera aprovechado con más dignidad la gran oportunidad que se le ofrecía. La mano de Henry, que todos criticaron y que dio la vuelta al mundo, parecía ser el comienzo de un sueño que sin embargo se ha tornado pesadilla en Sudáfrica.
En el nudo, el protagonista ha sido como sacado del teatro del absurdo de Ionesco, ese autor que tanto gusta a Raymond Domenech. Los galos han sido ese tipo vergonzante y deslenguado capaz de ganarse la antipatía de todo el público con una actitud casi grosera. Y en el desenlace, el castigo divino y justo del Dios del fútbol ha hecho el resto destruyendo a ese personaje zafio y chabacano al que concedió una última oportunidad en la noche de autos del pasado 16 de noviembre, entregando con ello en sacrificio a los nobles irlandeses.
Todo lo que ha rodeado a Francia en este Mundial me parece lamentable. La selección ha dado muestras de pensar más en las vacaciones que en la cita y la han menospreciado como si fuera el torneo de las fiestas del barrio, ese que se juega entre cervezas con los colegas. Han decidido pasarse por el arco del triunfo, nunca mejor dicho, la bandera, la marsellesa, y al pueblo entero poniendo por delante sus disputas internas y olvidándose por completo de representar a sus más de sesenta y cinco millones de compatriotas.
Como si una Copa del Mundo se jugara todos los días, como si estuvieran en condiciones de regalarla por presuponer que no eran favoritos; han preferido dar muestras de falsa autoridad por encima de un entrenador que nunca la tuvo e implosionar definitivamente a una generación gloriosa llevándose por medio a todo lo que se pusiera por delante.
Nadie se salva de esto. Ni los futbolistas en general, ni el entrenador, ni la Federación. Todos han sido partícipes de esta mofa que lamentablemente no podrá ser castigada por factores externos, por mucho que algunos deseemos que se prive al país del próximo Mundial de forma automática para que así aprendan a valorar lo afortunados que son de poder disputarlo.
Y digo los futbolistas en general porque hay un nombre, un sólo nombre, al que no pienso meter en este berenjenal. Jamás pensé que diría esto pero en el juicio sumarísimo que se ha ganado el once del gallo, Djibril Cissé merece el indulto. Porque sólo él ha mostrado algo de dignidad en la tournée circense de Francia por África.
Sus rostro de impotencia tras la expulsión de Gourcouff queda en mi retina como la imagen del Mundial, por encima incluso de las lágrimas norcoreanas. Él, que tanto ha sufrido, que sólo ha tenido sinsabores con la selección al no llegar a tiempo en edad a la Francia que ganó la Eurocopa del 2000 y al partirse la pierna justo antes del Mundial de Alemania cuando era un fijo, que ha tenido que peregrinar a la mediocre liga griega para vestir la casaca nacional, es el único que parece haber visto la tragedia. Chapeau!
miércoles, 23 de junio de 2010
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