lunes, 26 de agosto de 2013

París, en busca de la "grandeur" perdida


Stade de France

Aún recuerdo la primera vez que vi el Stade de France. Fue desde la ventanilla del tren que comunicaba el centro de París con Disneyland. La imagen me impresionó. Por entonces era una estructura recién levantada, lo más chic en su género. Aquél modelo constructivo resultó canónico y pionero, un ejemplo que han ido copiando estadios alrededor de todo el globo.
Hoy esa referencia se ha desplazado hasta Munich y menos de quince años después el santuario del fútbol galo ha perdido parte de su esplendor, se ha tornado en caduco mientras la selección que le da lustre sigue buscando su sitio tras el paréntesis de la final mundialista en el año 2006.

Puede que sea eso o que la madurez alcanzada entre mi primer viaje y el segundo me haga ver las cosas de otra manera distinta, me haya convertido en menos inocente y más realista. Quizás no sea lo mismo observarlo a través del cristal de un taxi. En cualquier caso ese amor a primera vista se ha ido difuminando. También para los propios parisinos, que ya solo lo reconocen como “Stade de France” y miran extrañados cuando se les pregunta por Saint Denis, dos palabras que asocian a un barrio del extrarradio que muchos de los que miran con la cabeza por encima del hombro desearían borrar del mapa.

"La Gioconda" en la era digital

Sin embargo, el hecho de que sea una de las primeras estampas reconocibles cuando uno se traslada desde el aeropuerto Charles De Gaulle hacia el corazón capitalino demuestra que hay vida futbolística en una urbe que ya puso fin a esos momentos complicados en los que Pauleta se echaba al París Saint-Germain a la espalda. Ahora se respiran aires nuevos que llegan de Oriente Medio, millones de euros del petróleo que han “refundado” un club dejándolo a la altura del lugar donde ha echado raíces.
No se aprecia, pero se siente. No se toca, pero se huele. El que espere ver grandes y ostentosos carteles de Ibrahimovic o Thiago Silva anunciando móviles y yogures se equivoca. No hay lugar para ello en una periferia abarrotada de casas y en una zona noble de avenidas amplias y kilométricas en las que uno puede imaginarse a Jean Valjean de la mano de Cosette rodeado de carruajes y efervescencia juvenil.

En cambio los pequeños campos de fútbol que salpican los alrededores o los “potreros” rodeados de verja a los pies de Montmartre son ejemplos de que algo late. Es este último un barrio delicioso al atardecer, el lugar donde la solaz se encuentra en picnics de embutido y queso a la puerta de la imponente basílica del Sacré Coeur y el trabajo de los retratistas callejeros se pone al servicio de la invasión extranjera. De los pocos reductos donde se puede encontrar a un niño con el escudo de un indescifrable equipo de Europa del Este impreso en la mochila.

Retratista en Montmartre
 
Un ambiente bohemio que contrasta con la “grandeur” de los Campos Elíseos, ese bulevar repleto de vida y lujo en el que el deporte rey va aposentándose discretamente. Arriba, en la cabecera, cerca del Arco del Triunfo, pasean juntos un padre con la camiseta del Real Madrid y un hijo con la del Barcelona. Más abajo, entre la arboleda, asoma una boutique del PSG pegada al cine Gaumont Camp Elysses, cuyas butacas recuerdan carteleras mejores antaño.

También tiene su cuota de protagonismo el equipo de la ciudad en las entrañas de un emblema como los almacenes Lafayette, un sitio visitable por su luminosa cúpula y el trasiego de gente. Allí, un pequeño stand surte al aficionado del kit básico de camiseta y bufanda mientras luce orgulloso un expositor que encierra en su interior una camiseta firmada por el propio David Beckham, con su nombre y su número cincelados con cristales Swarowski.
Beckham, lujo y glamour

Analizando el núcleo urbano en su globalidad desde ese techo que supone la Torre Eiffel, al aficionado al fútbol le cuesta imaginar como el inglés pudo acabar sus días en un estadio como el Parque de los Príncipes. Glamouroso desde la cuna, su imagen y su eterno postureo encajan más con el toque de distinción de la no muy lejana Phillipe Chatrier  que con una estructura casi fagocitada por la masificación de la bainlleu que le da cobijo. Esa característica que puede convertir a un césped mítico en algo poco atractivo es al mismo tiempo la que le da sabor, la que recuerda a las estrellas que pese a todo están en una entidad popular que atiende a un lema impreso en la cubierta: “Fiers de nos coleurs”.
  
Es en el campo, como en tantos otros países, donde el rico coincide con el pobre y las dos caras de una ciudad se mezclan y casi se igualan. En un solo grito se auna la voz del habitante de las barriadas con la del hombre de negocios cuyo ático mira al Sena, esa culebra de agua que vertebra la ciudad y marca el camino a seguir para el turista. Notre Damme, el Louvre, la propia Torre Eiffel con su estructura hercúlea y su caos controlado de hierros y ascensores… a todos visita en su trayecto, trufado de puentes con candados que confirman a Paris como la ciudad del amor, en realidad de todos los vicios.

París, patria de los enamorados

Allí cada uno es quien desea siempre y cuando el dinero lo permite. Se puede saciar la gula en con un delicado macaron en la mano o sentado restaurantes donde se sirve una cocina sobria y de calidad que no evoluciona pero que no lo necesita. La avaricia viaja en bolsas de Dior o Cartier que sostienen individuos soberbios mientras algunos envidiosos se aposentan con pereza en algún café de estilo Art Noveau. La lujuria, en cambio, la despiertan cabareteras semidesnudas capaces de hacer sentirse especial a todo hombre que osa cruzar una mirada con ellas.

París es exceso visual desde que se aterriza hasta que se despega de nuevo. Llegado el momento de la partida y desde el cielo, en una de las pocas atalayas más privilegiadas que aquella diseñada por Gustave Eiffel y compartiendo avión con el “Cebolla” Rodríguez y su compatriota Diego Godín en lo que supone la confirmación de que se desanda el camino rumbo a Madrid, uno descubre que la capital gala es algo más. Que fuera de los circuitos precocinados hay barrios donde la gente reside hacinada en pequeñas casas. Que junto al Saint Germain conviven otros clubes como el París FC, cuyo estadio está aún más oculto si cabe. Puede que uno no llegue a adentrarse nunca en ese laberinto de calles pero sabe que es allí donde de verdad reside la multiculturalidad, gran activo y motor del país.

El blog retornará definitivamente a su periodicidad normal a partir del próximo miércoles día 5 de septiembre. Disculpad las molestias.

viernes, 2 de agosto de 2013

Vidas cruzadas

"Vidas que dejé cruzadas, vienen encendiéndose. Vidas que dejé cruzadas, vienen persiguiéndome". Así reza el estribillo del tema más conocido del cantante español Quique González, una debilidad personal dicho sea de paso. Él, madridista confeso, quizás nunca imaginó que su música pudiera servir de banda sonora a la nueva realidad de Pep Guardiola en Munich.

El destino, siempre caprichoso, tiende a barajar las cartas de una forma inesperada dándole la mano más incómoda al que menos la desea y obligándole a realizar una jugada maestra para salir victorioso. Guardiola, que se marchó del Barcelona dejando un pasado glorioso atrás, probablemente no esperaba encontrarse con sus fantasmas en el futuro, no al menos tan pronto.

Y sin embargo una serie de hechos azarosos de los que no ha sido protagonista en primera persona pueden exigirle, en seis meses, mirar atrás para seguir hacia adelante. La responsabilidad de no malgastar un legado es el peaje que se debe pagar cuando se llega a un equipo que lo ha ganado todo. Capacidad para ello tiene, pero no es una cuestión solo deportiva. Cuando aquello contra lo que has volcado tus fuerzas se presenta ante ti de golpe, la psicología también entra en juego.

Guerras intestinas y heridas abiertas con su antiguo club al margen -situación que también desgasta-, Guardiola debe realizar un esfuerzo extra con el Bayern como arma. En apenas veintiocho días, y en la siempre lúgubre pero hermosa Praga, le espera el Chelsea de Jose Mourinho. El portugués, ese hombre que conseguía que se le desencajara el rostro en la sala de prensa, que le obligaba a salirse del carril, que le provocaba disgustos que nada tenían que ver con lo futbolístico.

Es otra situación, solo un partido aislado, una breve cita en la historia de un torneo menor al que ha llegado por casualidad. Y sin embargo perder escocería más de lo normal. Primero porque Mourinho tiene menos que perder al llegar sin presión. Segundo porque la inesperada derrota ante el Borussia en la Supercopa ya le quitó una muesca a otro posible "sextete".

Dos fracasos en verano no menguan la confianza pero rascan en el orgullo de una entidad acostumbrada a mirar a casi todas por encima del hombro. Una victoria, en cambio, no le permite salir reforzado. Su credibilidad es a prueba de bombas y en nada va a afectar a una plantilla y a un entrenador que, salvo sorpresa, se pasearán en la Bundesliga como ya hicieran el anterior curso.

El daño podría ser mayor en diciembre. El mercado y el devenir del Mundial de clubes dictará sentencia pero, a día de hoy, la posibilidad de que Ronaldinho se cruce en el camino de los alemanes durante el torneo que se disputará en Marruecos es más que real. Solo el Besiktas, o una sorpresa, podrían evitar el enfrentamiento sobre el césped que ya mantuvieron en el vestuario el técnico novel y quien por entonces era la estrella.

Guardiola le enseñó la puerta de salida al brasileño y desde ese momento este ha dado tumbos por el mundo intentando encontrar su sitio. Años después lo ha conseguido en el Atlético Mineiro, con el que se ha proclamado campeón de la Libertadores. Muchas salidas nocturnas y tardes de figurar sobre un césped después, Ronaldinho parece haber vuelto a madurar. Si el encuentro se reedita, a nadie le cabe duda de que saldrá con el hambre que parecía haber perdido.

Gestionar esas dos patatas calientes supone un dolor de cabeza para quien está acostumbrado al éxito y nunca había dejado cuentas pendientes en un pretérito hasta ahora breve. Es una incógnita ver cómo sale de ellas, tanto si triunfa como si no lo hace. Deberá acostumbrarse. A más años de trabajo, mayor número de enemigos. Y, salvo que la cosa se tuerza, el de Santpedor tiene una larga carrera en los banquillos por delante. 
 
Debido al descanso estival, este blog permanecerá parado durante unos días. Salvo un posible post aislado a mediados, que si no quedará postergado hasta la vuelta de vacaciones, no se actualizará hasta la última semana de agosto. Disculpad las molestias.