Con frecuencia había oído que uno no sabe de verdad lo que puede llegar a ser el fútbol hasta que no ve un partido en directo en Sudamérica. Hoy puedo decir que esa frase, que suena a tópica y manida, es tan cierta como la vida misma. Y no hablo de visitar templos como La Bombonera o Maracaná, basta con acudir a un encuentro de la modestísima liga colombiana para darse cuenta de que todo es diferente.
Eso, desde luego, si uno va con la idea de empaparse del ambiente y las sensaciones. Porque si uno acude a ver calidad sobre el césped quizás sea mejor que dé marcha atrás antes de atravesar la puerta y corroborar esa otra frase tan usada que afirma que el nivel de la mayoría de las ligas locales está al de la Segunda división o incluso al de la Segunda B.
Ver un duelo entre el Santa Fé bogotano y el Once Caldas de Manizales, segundo y tercer clasificado respectivamente, es un suplicio en materia de táctica y técnica que ni siquiera salva la presencia del prometedor Christian Nazarith a pesar de sus buenas maneras. Futbolistas anárquicos y con pocas ganas de esforzarse, pasados de forma y algunos de ellos de vuelta como el internacional Dayro Moreno, que tras jugar en el Steaua ahora luce trenzas en las filas del Caldas mientras la afición visitante le increpa al grito de "borracho".
Precisamente es ahí, en las gradas, donde se localiza el espectáculo, donde se descubre a un pueblo entero, donde se pulsa un sentimiento y una emoción, donde la sociología cobra sentido en detrimento del deporte. Basta con pisar los alrededores de "El Campín", casa del Santa Fé y el Millonarios, para darse cuenta de que todo es diferente.
Las taquillas se reducen a un par de casetas destartaladas al otro lado de una valla en las que un señor vende los boletos a modo de barraca de feria y en la que algún aficionado visitante pasado de sustancias y siempre rodeado por la policía intenta hacer algún trapicheo para conseguir las entradas que se han negado a proporcionarle minutos antes.
Una vez dentro el aforo apenas llega a la mitad y pocos afirman haber visto lleno el estadio salvo en los clásicos capitalinos y en una visita años atrás del Real Madrid con motivo del sesenta aniversario del club. No hay localidades fijas, ni acomodadores. Uno llega y se sienta donde puede, sin arabescos. Todo ello en el espacio reservado para la afición de a pie. Los fondos son otra historia.
Estos son el espacio reservado para los incondicionales, las barras, los que ponen sus gargantas al servicio del equipo sin importar el resultado. Noventa minutos de cánticos intensos tanto de los locales como de los visitantes. En un país pobre viajar para seguir a un equipo es uno de los pocos gastos que nadie duda en hacer y me cuentan incluso que en los casos más alarmantes de precariedad económica algunos aficionados se enganchan en marcha a los camiones para seguir a su club a la otra punta del país.
Cualquier gol es un espectáculo con una avalancha humana subiendo arriba y abajo haciendo vibrar los cimientos de un estadio que se remodela a ritmo rápido con la intención de estar listo para el Mundial sub 20 de comienzos de 2011. Las actividad en las gradas levantadas de la zona este es frenética incluso a la hora del partido y los obreros trabajan con un ojo en la obra y el otro en el campo.
Abajo, los banquillos se llaman como tal porque en ellos se encuentran los reservas y los entrenadores pero no dejan de ser sino las clásicas carpas de ferias de muestras con modestos asientos que se alejan de forma considerable de los que pueblan los estadios europeos, monopolio casi exclusivo de "Recaro". La sensación que a uno le queda es de inestabilidad, de que en cualquier momento todo puede volar por los aires con un golpe fuerte de viento o los gritos de algún aficionado exaltado.
Muchos hay de estos, como en todos lados. Tipos infelices que descargan la adrenalina acumulado durante la semana yendo a ver a su equipo. El tradicional "cabrón" con el que se recibe el saque del portero visitante se sustituye por un más contundente "hijueputa" y el árbitro y los linieres son catalogados como "burros" (en su significado más duro, muy alejado del nuestro).
Comportamientos violentos que ya están interiorizados y que en la medida en que son costumbre se intentan prevenir como se puede. En la puerta los cacheos y los detectores de metales son norma, en las gradas los militares vigilan y cierran las puertas a la conclusión del partido a los locales hasta que los visitantes se montan en el autobús y abandonan el recinto, y sobre el césped, los antidisturbios con sus escudos rodean a los jugadores que van a sacar los corners y los camilleros saltan al campo con cascos de obra. Y a pesar de todo los objetos caen al césped con regularidad ante la imposbilidad de guarecer durante noventa minutos a los linieres y al árbitro.
No son sino algunas de las curiosidades que rodean al hecho social del deporte rey en Sudamérica, tan anecdóticas como la "lechona" que se vende en el descanso (un tostón entero abierto en canal y relleno de arroz y guisantes), las bufandas manufacturadas o el agua servida en vasos de plástico para evitar la tentación de arrojarla al terreno de juego.
Elementos de un país que sigue admirando al pibe Valderrama, que aún lo que puedo hacer aquella generación del Mundial 94 y que ve como sus niños juegan descalzos en una calle de Santa Marta mientras llueve a cántaros anhelando poder convertirse un día en Asprilla o Rodallega y poder ganar miles de millones jugando para los grandes equipo europeos. Una muestra más de que el fútbol lo es todo para los que no tienen nada.
El blog volverá a la normalidad el viernes con la sección ¿Qué ha sido de...? que generalmente suele ir los miércoles.
martes, 2 de noviembre de 2010
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2 comentarios:
A ver si un día puedo vivir esa gran experiencia.
Saludos desde La Escuadra de Mago
la modestisima liga colombiana?? dejá de joder, que no somos los mejores pero tampoco los peores, te recuerdo que mal o bien este pais ha sido campeon de copa libertadores y copa america, algo hemos ganado, modestisima?? modestisima la liga venezolana o la boliviana.
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