Cómo aterrizó un georgiano en Buenos Aires para fichar por Boca Juniors es algo que difícilmente se podría explicar si no fuera porque el jugador en cuestión no era otro que el mítico Georgi Kinkladze, un talentoso centrocampista que a la postre se convirtió en uno de los futbolistas más importantes que jamás nacieron en el país.
Hay que aclarar que su paso por La Bombonera fue poco menos que testimonial. Cualquier socio que por entonces hubiera emprendido un viaje largo o hubiera decidido por principios dejar de seguir durante tres meses a su equipo puede que no llegara a enterarse de su existencia. Porque ese fue el periodo que Kinkladze pasó allí, el justo para llegar, conocer a Maradona e irse por donde había venido. Tan fugaz fue su paso que ni siquiera en internet hay documentos gráficos que demuestren que algún día llegó a vestir la camiseta.
En favor de Boca hay que decir, bien es cierto, que el georgiano llegó con un buen cartel. Hijo de un padre obsesionado con su formación futbolística, ya de joven comenzó a despuntar en el Dinamo de Tiblisi. La guerra civil le sacó del país durante un tiempo y le mandó rumbo a Alemania para jugar en el Saarbrücken, donde coincidió con el mítico Eric Wynalda.
Terminó la temporada y tocaba regresar a su país natal pero la situación no había mejorado mucho por lo que primero intentaron colocárselo sin éxito al Atlético de Madrid y en una tournée por la capital de España le acercaron también por entonces a la Ciudad Deportiva del Real Madrid para que entrenara con el B. No convenció pero llamó la atención de los ojeadores de Boca, que se moverían en los despachos para conseguir una de las cesiones más bizarras en la historia del fútbol argentino.
Tras esta brevísima etapa regresó a Georgia donde explotó. Explotó tanto que entró en esa lista de futbolistas bautizados con los nombres de una estrella mundial y el añadido de su región. Es decir, igual que a Baljic se le llamaba "El Rivaldo de los Balcanes" a él se le concedió el apelativo de "El Rivera del Mar Negro" cuando se decía que varios equipos transalpinos andaban tras sus pasos.
A pesar de que el mote le hubiera ayudado a entrar con buen pie en Italia, nunca llegó a jugar allí. La culpa de ello la tuvo el Manchester City, que se aseguró una opción preferencial que a la postre ejecutaría. Fueron sin duda los años de mayor relevancia de Kinkldaze, que se ganó el corazón de una hinchada que necesitaba ensalzar a alguien para no pensar en lo desastroso de la situación deportiva.
El equipo descendió a pesar de los esfuerzos del georgiano que, encantado con la situación de ser la estrella, decidió quedarse a pesar de las ofertas que según decían le habían llegado del Liverpool, del Inter e incluso del Barcelona. Nunca sabremos si aquella decisión fue acertada. Entró en los libros de historia del equipo pero dejó pasar el tren que quizás le hubiera convertido en una figura mundial.
En su primera temporada en segunda el City evitó por los pelos bajar una vez más a pesar de lo cual Kinkladze decidió quedarse en el club, en parte gracias a las muestras de apoyo de la grada, que realizó todo tipo de campañas publicitarias para retenerle. Mala idea pues al siguiente año, esta vez sí, el equipo dio con sus huesos en la tercera categoróa del fútbol inglés.
Esta vez en mediocampista decidió marcharse. Lo hizo al Ajax de Amsterdam donde estaba llamado a ser el sustituto de Litmanen. Al final ni eso ni nada. Sin apenas protagonismo al comienzo de la siguiente temporada le pusieron a entrenar con los reservas y viendo la situación, aceptó una propuesta para volver a Inglaterra, concretamente al Derby County, como cedido.
Ese préstamo se convirtió a la postre en traspaso. Un traspaso que supusto una etapa de tres fases. Una primera en la que fue habitual, una segunda en la que alternaba el banquillo por el césped y una tercera en la que alternaba la grada con el banquillo y que le llevó incluso a pedir explicaciones a su entrenador, con su abogado de por medio.
El mister era por encontonces Colin Todd y su destitución animó a Kinkladze a seguir más tiempo en el club, rechazando propuestas del Valencia o el Mallorca. La llegada del nuevo míster le llevó durante un tiempo por la dinámica anterior e incluso llegó a tocar fondo cuando fue puesto a entrenar con los reservas.
Aún así consiguió redimirse y unos meses después ya estaba jugando en el equipo titular, lo que no le sirvió para seguir en el club dada la situación económica. Sin equipo, se puedo a trabjar con el Portsmouth y llegó a probarse con el Panathinaikos si bien el fichaje no se llevó a cabo, como tampoco sucedió en casos como el del Dundee o el Leeds.
Parecía pues que su carrera tocaba a su fin. Sin embargo un viejo amigo vino en su ayuda. Era el técnico del Anorthosis Temuri Ketsbaia, hombre milagro en el equipo chipriota, que le llamó a filas para que se uniera a sus hombres. Junto a él resucitó en aquella temporada en la que el equipo ganó la liga y se ganó el derecho a jugar la previa de la Champions, en la que a la postre serían eliminados por el Rangers en tercera ronda.
Sus actuaciones ante el equipo escocés llamaron la atención del Rubin Kazan, que le hizo una oferta. Olvidando el favor que le había hecho su amigo, dándole un papel estelar cuando ya no era nadie en un equipo en franco crecimiento, le dejó tirado para marcharse a Rusia. En su primera temporada en tierras tártaras se ganó la confianza del técnico Berdeyev, que confiaba en él contra viento y marea.
Terminada aquella campaña el Anorthossis intentó volver a por él, pero Kinkladze manifestó su deseo de quedarse en Kazan y de renovar su contrato por el equipo. Al final consiguió renovar por un año, su úiltimo año. Se lesionó a comienzo de temporada y no pudo reaparecer hasta mayo.
Volvió a jugar en agosto el que sería su último partido. Los persistentes problemas físicos y la delicada situación de los georgianos en el equipo animaron al Rubin a no renovarle y ahí acabó su carrera. Una de las carreras peor gestionadas de la historia del fútbol.
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