viernes, 11 de febrero de 2011

Nombres del fútbol: Giuseppe Meazza

El fútbol italiano en general y sobre todo el de Milán en particular, no podría entenderse ni comprenderse sin la figura del mítico Giuseppe Meazza, el hombre que bautiza al estadio que religiosamente comparten los dos equipos que cada año se disputan el llamado "Derbi della Madoninna", el más importante del país transalpino con permiso del romano y el turinés.


Conocido con el sobrenombre de "Balilla", la vida de Meazza bien podría ser el argumento de una de esas películas americanas de las sobremesas de fin de semana. Tras perder a su padre durante la I Guerra Mundial su madre se vio obligada a sacarle adelante y de muy jovecinto le puso a vender fruta en el puesto familiar. Para evitar que su cabeza se distrajera su madre le escondió los zapatos y no fue hasta los 12 años cuando le dejo entrar a formar parte de un equipo.

A partir de ahí su carrera fue fulgurante. Quizás dando rienda suelta a esos años en los que el balompié le fue prohibido, explotó en el Inter tras ser rechazado en el Milán por su escuálida complexión. Craso error pues Meazza se convertiría en la gran leyenda de los neroazzurri, con los que anotó en su primera etapa 245 goles en 348 partidos.

Goles de de todo tipo de factura de los que quizás sean los más recordados los que anotaba regateándose a medio equipo contrario y retando al protero a que saliera a su encuentro para driblarle también antes de llevar el balón a las mallas. Nadie se le resistía y todo el que le retaba salía escaldado.

Le sucedió por ejemplo al portero de la selección italiana, Giampiero Combi, que tras recibir un gol suyo de chilena en un entrenamiento le citó a hacer lo mismo cuando jugara en partido oficial contra la Juventus. Meazza no sólo le hizo uno de similar factura sino que además marcó otro después de regatearle, tras lo cual Combi se levantó y le estrechó la mano.

Eran aquellos tiempos en los que el fútbol era señorial, en los que el fútbol era más un juego que un deporte a vida o muerte. Una filosofía que Meazza siempre defendió siendo un crápula fuera de los terrenos y un maestro sobre el césped. Vividor, bebedor y mujeriego no fueron una sino varias las ocasiones en las que tuvieron que ir a despertarle media hora antes de un partido trascendental.

Desde la grada se oían las quejas de la directiva, que al final tenía que comerse sus propias palabras cuando su estrella anotaba un hat trick como el que hacía churros. Con todo, una lesión acabó alejándole del equipo en el que hizo historia y para el que no sólo dejó sus goles, sino también a otro histórico como Sandro Mazzola, al que conveció para ponerse la elástica interista en su día.

No tardó mucho en encontrar acomodo a su reaparición y lo hizo en el otro equipo de la ciudad, el Milán. Ahí comenzó su decadencia. La pérdida de su chispa se notó y aunque excelente aún, no volvió a ser el de antes. Tras jugar dos temporadas en el club se marchó primero a la Juventus, luego al Varese y posteriormente al Atalanta, antes de volver a recalar en el Inter como jugador-entrenador.

En esta segunda etapa, obviamente en el estado en el que se encontraba, poco pudo hacer. Pero ya no le hacía falta. Lo había dado todo durante 13 años en el club y también, por supuesto, en la selección. Meazza ha sido reconocido como el cuarto mejor jugador de la historia de los Mundiales y nadie duda que es, ha sido y probablemente será el futbolista más grande que tendrá el país transalpino.

Prácticamente el sólo ganó la Copa del mundo del 34 y la del 38 y, hasta la llegada de Riva, fue el máximo goleador histórico del combinado nacional, si bien, como bien decía Meazza, sus goles fueron muchos más importantes que los de su predecesor. Hoy su nombre se mantiene vivo en los aficionados bautizando el estadio de Milán, tan difícil de conquistar como difícil era robarle el balón al Balilla.

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