lunes, 12 de julio de 2010

Diario de un Mundial 29 (12-07-10)

El Mundial tocó a su fin y lo hizo con un colofón inolvidable para la afición española. El triunfo de "La Roja" es, probablemente, el mayor hito deportivo de la historia de nuestro país. Tantos sufrimientos, tantos sinsabores a lo largo de los años, al fin han tenido su recompensa con la entrada en el Olimpo de los más grandes.

Y lo hemos logrado con una generación mágica, un grupo de extraterrestes futbolísticos vestidos de humanos que tocan como los ángeles pero que tienen la humildad del que sabe lo que es trabajar para alcanzar un sueño. No son los más mediáticos, no han protagonizado los anuncios de más relumbrón del Mundial, ni su imagen se asocia a las grandes marcas. Ni siquiera son reconocidos como los más grandes pese a su éxito porque lo son tanto en conjunto que resulta más fácil darle el reconocimiento individual a otro ante la imposibilidad de repartir 23 premios diferentes.

Ganadores de la Eurocopa y del Mundial, muchos de ellos además sobresalientes con sus clubes o considerados los mejores del mundo en su puesto, parece que aún resulta difícil y doloroso para los demás encumbrar a un español como el más grande. Quizás este sea el año en el que al fin encontremos al sucesor de Luis Suárez, más por verguenza torera de los que ya se han quedado sin argumentos para asumir que España, y por ende los jugadores españoles, son hoy los más grandes.

La celebración ha estado a la altura, con un país entero en la calle para celebrar el título, un país que por tradición futbolística ya merecía este premio. Miles de momentos inolvidables desde el gol de Iniesta hasta la camiseta del Barcelona impuesta a Cesc (¡Vaya marrón para el jugador del Arsenal!) pasando por el beso de Casillas a Sara Carbonero, se agolparán en la retina de aquellos que hemos vivido la primera Copa del Mundo de España.

Sin embargo, y a pesar del estado de euforia en el que todos nos encontramos (yo el primero), no se puede pasar por alto que para llegar a esto hemos necesitado cuatro semanas en las que hemos visto en acción a la mayor parte de los mejores jugadores del planeta. Un mes de Mundial que no podemos obviar ya que ha dejado muchas cosas que analizar.

La primera es la organización en sí, que despertaba enormes dudas entre los aficionados al fútbol. Se puede decir que África ha demostrado, en líneas generales, que es capaz de organizar el segundo evento deportivo más importante del planeta con garantías. No ha sido desde luego el Mundial más glamouroso pero no era eso lo que se buscaba en este caso.

En una edición que recordaremos en lo étnico por el ensordecedor ruido de las vuvuzelas y por el "waka-waka" (un intento de canción africoamericanizada), Sudáfrica ha presentado muchos inconvenientes pero a su vez ha conseguido solventar de forma aseada algunas dudas razonables establecidas a priori.

La asistencia ha sido desastrosa, con muchas calvas en los estadios por culpa en gran parte de la FIFA que aunque democratizó su elección no hizo lo propio con el precio de las entradas, prohibitivo para los sudafricanos.

Ahora bien, los estadios han lucido excelentes y la seguridad en gran medida también. No se puede omitir que ha habido robos a periodistas que deben ser condenados, pero en líneas generales se ha superado con nota esa materia así como la de las infraestructuras, de las que apenas se han oído quejas al respecto.

Bien es cierto que el circo no ha reflejado lo que es África (algo que se esperaba), que tampoco han salido a la palestra los problemas del continente y que el anfitrión se enfrenta a la dura prueba del postpartido, de ver cómo organizarlo ahora todo ahora que sólo hay páramo; pero al menos ha quedado demostrado que otro Mundial es posible.

Posible a pesar de haber contado con la baja de la baza más importante que tenía. El principal ausente no ha sido Ballack, ni Essien; ha sido Nelson Mandela. La figura más histórica y emblemática del país, quizás de todo África, no ha podido formar parte de lo que en el fondo era una celebración en su honor.

Analizado el continente toca pues ponerse el mono de faena y analizar el contenido, la esencia, el fútbol. Me atrevo a afirmar, en líneas generales y después de ver todos y cada uno de los partidos, que salvo dos casos concretos como el de Alemania y España hemos visto mal fútbol. Ha sido un torneo de pocos goles, marcado por el miedo en la primera fase y por los sistemas tácticos que han llevado a los equipos a recular.

Este será el Mundial en el que se ha instaurado la figura del único punta, característica casi genérica en todos los equipos. Y ello ha ido en detrimento del espectáculo. Juego ramplón en la mayoría de los casos y mucho resultadismo, poca fluidez ofensiva y grandes fallos del mediocampo hacia atrás. Muchas patadas, muchas tarjetas y poca imaginación, pocas jugadas de esas que dejan sin aliento.

Competición además de grandes fracasos, sobre todo los de los dos finalistas anteriores. Uno, Italia, por incapacidad y otro, Francia, por desfachatez, han sido sin duda las grandes decepciones. De la primera poco hay que decir, última en un grupo en el que estaban Nueva Zelanda y Eslovaquia. La segunda da para escribir ríos y ríos de tinta por su actitud, por la actitud de su entrenador, por la imagen vergonzosa, dantesca y deleznable que dejó a su paso por Sudáfrica.

No se salvan tampoco de la quema Inglaterra, Brasil y Argentina. La primera en ningún momento dio muestras de peligro a pesar del respeto que imponía, en parte gracias al señor que se sentaba en su banquillo. A Capello se le podrán reprochar muchas cosas pero no la actitud, propia de un tipo siempre correcto en el césped.

No podemos decir por contra lo mismo de Dunga y Maradona, dos tipos malencarados, chulos y lenguaraces que viven de los aires de grandeza que les soplaron en tiempos mejores. Las formas burdas del primero, reducido a un agresor de banquillos fruto de la impotencia que le producía el apático juego de su selección, tiene todavía un pase por ser consecuencia de una lucha interna con su propia persona.

La del segundo es incalificable. Sin duda se mostró partidario de la escuela de Mourinho, esa que establece que la mejor forma de restar presión a los jugadores es echársela sobre uno mismo. El problema es que para poder hacer eso no sólo hay que tener ganas sino además conocimientos que permitan que tu equipo rinda en el campo. Maradona en ningún momento los tuvo y fue más un animador que un entrenador, arrasando con la que probablemente sea la mejor generación que ha tenido el país desde que el propio Diego hacía malabares con mandarinas en los calentamientos.

Yo también era de los que pensaba que la albiceleste era aspirante a todo sólo por el nombre y por sus jugadores e incluso me atreví a defenderla como la mejor selección de la primera fase pero a la larga se vio que cuando tuvo que vérselas con un equipo de entidad quedó reducida a cenizas.

Y ese equipo no fue otro que Alemania, la gran Alemania, sin duda la mayor delicia de este torneo con permiso de la mejor España de la historia. Máquinas perfectas del contraataque y la definición se antojan como uno de los mejores equipos de la próxima década. Ozil, Muller, Kedhira, y los menos utilizados Marin y Kroos; todos en conjunción con la emergente generación de los que vienen que cuenta con talentos como Götze o Butchmann; auguran un futuro de oro para la selección si no renuncian a las señas de identidad que han demostrado durante este mes y mejoran su juego cuando no tienen la posesión del balón.

Los caprichos del cuadro les privaron de disputar de una final que merecían, privilegio que recayó más por carambola en Holanda. Se puede decir que la Orange llegó al último partido gracias a su acierto contra Brasil. Poco más han exhibido los europeos salvo un repleto manual de como repartir estopa y leña. Han ido a lo práctico y a punto ha estado de salirles cara por mucho que ello supusiera escupir en aquellas señas de identidad que les llevaron a sus dos finales anteriores.

Si bien al menos les queda el consuelo de haber tocado la gloria con la punta de los dedos, privilegio que le fue arrebatado a Uruguay. Se puede decir que nunca un equipo llegó tan lejos con tan poco (exceptuando Corea, que en cada partido contaba con un jugador número 12 que siempre resultaba decisivo, y no me refiero precisamente a la afición). Forlán, Suárez, un cuadro inusual que les despejaba el camino hasta semifinales y la divina providencia, permitieron volver a soñar a los charrúas con algo grande y de paso acabar con los sueños de todo un continente entero.

Los sueños que se esfumaron con aquél penalty de Gyan. Una vez más el fútbol, volvió a ser injusto con África sólo que esta vez además consumó su maldición en las narices de sus habitantes y de una forma cruel y casi obscena, en un partido que decidía de forma definitiva quién sería la revelación del torneo. Junto a uruguayos y ghaneses entran también en el apartado de sorpresas paraguayos, japoneses, eslovacos y neozelandeses, que pese a que muchos les consideraban incapaces de dar una patada a un bote volvieron para casa sin perder un sólo partido.

Y sí, no terminaré esta crónica sin hacer mención a los dos grandes borrones que se han visto sobre el césped este mes. Uno han sido, como siempre, los arbitrajes. No me gusta criticar a los colegiados porque son humanos como un servidor y seguro que se equivocan menos de lo que lo haría yo, pero hay cosas flagrantes que no se pueden pasar por alto. Me refiero a situaciones como el gol de Inglaterra, el fuera de juego de Argentina o la patada voladora de De Jong contra Xabi Alonso. Al menos este Mundial ha conseguido que se intensifique el debate sobre la presencia del vídeo o no durante los partidos. Veremos en que queda.

El otro punto negro tiene nombre propio: Jabulani. Se creó con el fin de mejorar el espectáculo y lo único que ha hecho ha sido estropearlo de forma notable. Se quejaban los porteros y a la vista ha quedado que con razón. Sus movimientos caprichosos en el aire, sus efectos inverosímiles, sus botes traidores, le han convertido en un instrumento casi tan odiado como las vuvuzelas.

Creo que poco me dejo en el tintero y que a grandes rasgos he analizado todo. Eso sí, me permito, como no puede ser de otra forma, dejar unas últimas pinceladas escuetas a modo de reconocimientos.

Mejor equipo/ España: Porque es la campeona, porque supo reponerse del patinazo inicial, porque fue superior a sus rivales en todos los partidos, porque ganó en el duelo directo al otro gran equipo del torneo... Da lo mismo. Cualquier argumento vale.

Mayor decepción/ Italia: La que hasta ayer era vigente campeona del mundo hizo un ridículo estrepitoso cerrando un grupo de equipos muy inferiores a ella. Con una imagen pobre y poco fútbol ni siquiera el nombre les valió para ganar a Nueva Zelanda.

Mejor entrenador/ Gerardo Martino: Repito la opinión que emití en la primera fase. Paraguay fue, en todo el Mundial, el equipo que más problemas le dio a España sin practicar por ello el fútbol sucio de los holandeses. En el resto de partidos de los guaraníes el planteamiento fue magnífico, dando grandes muestras de orden y solidez.

Peor entrenador/ Raymond Domenech: No puedo evitar repetir. Ninguno ha hecho tantos méritos como el francés para conquistar este dudoso reconocimiento. Bien es cierto que no lo habría logrado sin el apoyo incondicional de sus hombres pero entre todos hay que reconocer a uno sólo.

Equipo revelación/ Uruguay: El que alcanzara las semifinales por su parte del cuadro iba a ser sin duda el ganador de este entorchado. Se colaron de milagro en la repesca, fueron sorpresivos líderes en la fase de grupos y progresaron con casta y suerte, mucha suerte, hasta la penúltima ronda. Allí plantaron cara a Holanda al igual que dieron mucha guerra en el tercer y cuarto puesto ante Alemania, demostrando que estaban capacitados para competir contra equipos fuertes.

Mejor jugador joven/ Thomas Muller: Hace un año jugaba en tercera división y hoy es el pichichi del Mundial, premio que suma a sus tres asistencias. Su baja ante España la notó mucho su equipo por su capacidad de sorpresa y su habilidad para crear y aprovechar espacios. Está llamado a convertirse en pocos años en uno de los mejores jugadores del planeta.

Jugador revelación/ Sammi Khedira: Esta es una de las categorías que más problemas me plantea. Podría ser Busquets, pero no le hemos descubierto en el Mundial. Podría ser Honda, pero desapareció del mapa ante Paraguay. Podría ser Ayew, pero nunca llegó a ser del todo decisivo. Por ello me quedó con Khedira. Llegó a la cita como un currante perdido en un apagado Suttgart y aunque todos sabíamos de su clase, ha explotado en Sudáfrica como un mediocentro completísimo clave en el esquema de Loew.

Mejor jugador/ Iker Casillas: Muchos pensaréis que me puede ser español. Me da lo mismo. Considero que los buenos jugadores son aquellos que aparecen en los momentos decisivos, cuando más falta hacen. El capitán de "La Roja" no ha encajado un sólo gol desde la fase de grupos, paró un penalty decisivo ante Paraguay (con ayuda de Reina, todo hay que decirlo) y sacó un balón a Robben que valió media final. Una lástima que ser guardameta esté infravalorado.

Mejor gol/ Giovanni Van Bronckhorst: Zapatazo impresionante desde un lateral que entró por toda la escuadra y sorprendió a Muslera, abriendo el cerrojo uruguayo. El último servicio del capitán a su selección.

Mejor partido/ Alemania-Inglaterra: Aunque el resultado fuera muy abultado para los primeros el caso es que pocas veces se vivirán minutos tan intensos como los que encerraron el gol de Upson y el gol, usurpado, a Lampard. Además se apreció una excelente exhibición teutona y un par de muestras perfectas de cómo se monta una contra, amén de ser el encuentro que consagró a Muller.

La imagen/ Djibril Cissé: A pesar de que hay cientos de ellas y que a los españoles se nos quedará grabada la del alzamiento de la copa, me quedo con una que pasó casi desapercibida. Sucedió durante el Sudáfrica-Francia cuando el delantero galo rompió a llorar de impotencia tras la expulsión de Gourcouff. Sus lágrimas reflejaron a la perfección lo bajo que había caído su país y fueron una muestra de lo que es sentir los colores.

Once ideal: Casillas (España); Sergio Ramos (España), Puyol (España), Mertesacker (Alemania), Van Bronckhorst (Holanda); Busquets (España), Schweinsteiger (Alemania); Robben (Holanda), Xavi (España), Muller (Alemania) y Forlán (Uruguay).

Aprovecho para deciros que después de tanto ajetreo con el Mundial me tomaré un par de semanas de merecido descanso. Sin embargo "De paradinha" no se frena. En mi ausencia os ofreceré una serie de artículos en los que un grupo de jóvenes periodistas a los que llamo orgullosamente amigos os contarán en primera persona, pues residen en esos países, cómo se han vivido los grandes fracasos de Italia, Francia, Inglaterra y Brasil.Textos más que recomendables que os invito a leer según vayan apareciendo.

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