lunes, 16 de junio de 2014

1-5-3-2, ¿combinación ganadora?


El sistema que dilucida los goles fantasma, el spray para colocar las barreras, los tiempos muertos.... y el dibujo 1-5-3-2. Esas parecen ser, durante los primeros días de la Copa del Mundo de Brasil, las grandes novedades. En el caso de las dos primeras estaban ya anunciadas. No así la tercera, por la que han apostado algunos equipos con resultados generalmente satisfactorios.

Es paradójico que desempolvando libretas del pasado se pueda desafiar una doctrina presente en la que el toque y la elaboración son dogmas, pero este esquema casi olvidado parece el más apto para ello. El protagonismo que da al contraataque y su gran acumulación de hombres en el centro son flechas capaces de traspasar la coraza de los sistemas en boga, especialmente en torneos cortos.

Un remedio efectivo en apariencia que, pese a todo, sufría un destierro en los tiempos modernos por diversos motivos. Uno de ellos es la dificultad de aplicación. Su problema no pasa tanto por el desarrollo sino por los elementos específicos que son necesarios para el mismo. El enorme despliegue físico que exige a los dos laterales y la concentración en el juego que debe tener una figura como la del tercer central son obstáculos que no todos los equipos son capaces de sortear.

Los zagueros acostados en la banda deben tener la solidez suficiente para alinearse con los centrales y apretar los dientes en tareas defensivas sin descuidar al mismo tiempo las subidas por su flanco para sumar efectivos en ataque. Un esfuerzo que aguantan pocos cuerpos y solo puede atenuarse mediante la solidaridad del resto de integrantes del once.

Buenas coberturas y efectivas diagonales de los delanteros a espaldas de los defensas, que permitan desplazamientos en largos y no obliguen a pisar línea de fondo para poner un centro, son detalles necesarios para que la maquinaria funcione. Trabajo colectivo que empieza por el portero, al que se le exige rapidez en la salida de balón para armar los contragolpes. He ahí uno de los secretos, las transiciones defensa-ataque. Tienen que ser rápidas, precisas y casi milimétricas.

Resulta ventajista decir que el paradigma de lo que debe hacerse lo vimos en Holanda frente a España, más si tenemos en cuenta que del 2-0 se pasó al 1-1 y que una derrota habría tirado por tierra los planes de Van Gaal. Pero sí es cierto que, resultado al margen, la Oranje sabía a lo que jugaba. Un experimento que salió bien gracias al soberbio partido de Daley Blind y a la adaptación al concepto de un veterano en mil batallas como Arjen Robben.

El combinado europeo tenía pues los efectivos y supo darles el protagonismo que merecían. La cara opuesta de la moneda la ofreció ayer Argentina. La falta de entendimiento entre los centrales y Mascherano a la hora de compaginarse, así como la ausencia de fluidez, minaron las intenciones de Sabella, obligado a alterar los planes sobre la marcha en busca de una mayor eficacia. En otros casos, como el México, el beneficio está por ver. Camerún se aleja mucho del rival ídóneo para potenciar las virtudes del 1-5-3-2 y solo con el transcurrir de la fase de grupos se apreciará de verdad su evolución.

En cualquier caso, un antídoto al estilo combinativo se está cocinando. El Mundial parece ser de nuevo una prestigiosa pasarela para exhibir lo último en tendencias tácticas, un laboratorio cuyo último producto original fue quizás el 'fútbol total'. Resulta curioso que, varias décadas después, nazca otra cepa con características distintas en el mismo lugar, la pequeña pero futbolísticamente fértil Holanda.

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