Mano Menezes dio ayer la lista de convocados para los Juegos Olímpicos de Londres. En ella, por supuesto, aparecen algunos de los mejores futbolistas en ciernes del planeta. Nombres como Neymar, Ganso o Lucas Moura; todos ellos llamados a saltar antes o después a Europa, ese territorio donde el dinero puede facilitar sueños de la infancia.
Sueños de convertirse en jugador profesional, de pisar templos que lucen un césped cortado al milímetro, de circular por las calles con un deportivo, de vivir en una mansión con piscina y barbacoa, de salir en las revistas luciendo una sonrisa de blanca de oreja a oreja... aspiraciones de juventud para chicos humildes que persiguen la fama haciendo lo que mejor saben, pegarle patadas a un balón.
La reina de las citas deportivas es un excelente trampolín para alcanzar estas metas. Sin embargo, no todo el mundo está preparado para el qué vendrá. El futuro es al mismo tiempo prometedor e incierto y repuntar para caer después puede ser cuestión de tiempo. El ejemplo más claro se ha visto esta semana. En los cuatro años que dura ese periodo que se llama Olimpiada (el que transcurre entre unos Juegos Olímpicos y los siguientes) la vida de todo un medalla de bronce, de un jugador que en Pekín formo parte de la delegación canarinha, ha sido un continuo descenso a los infiernos.
Breno Borges había firmado a comienzos de año 2008 por el Bayern de Munich. Los alemanes desembolsaron por él 12 millones de euros adelantándose a otros equipos como el Real Madrid o la Juventus, que se habían quedado prendados de ese central con buena planta y excelente salida del balón que por entonces vestía la camiseta del Sao Paulo.
Hablar con los pies no fue suficiente. Las dificultades con el alemán y la falta de apoyos en un entorno hostil donde la competencia era alta, suponían un lastre para su adaptación. Las circunstancias le fueron minando poco a poco la moral, situación a la que no ayudaba su presencia constante en el banquillo. Su bagaje fue de 18 minutos disputados frente al Wolfsburgo.
Por ello la llamada de Dunga para viajar a China fue para él como un oasis en medio del desierto. El seleccionador no solo le citó, sino que además decidió alinearle de titular indiscutible junto a nombres como Ronaldinho y Hernanes. Aquello fue, visto con el tiempo, el último momento de alegría que le concedió el fútbol. A su regreso a Alemania esos problemas que había dejado aparcados volvieron a presentarse como el fantasma de las navidades pasadas. Duro revés para alguien que además lidiaba con una situación personal complicada, pues su familia no aceptaba a su pareja.
El defensa se encontraba pues en medio de la nada, con ganas de comerse el mundo pero al mismo tiempo librando una batalla interior contra esas cuerdas que le impedía rendir a su máximo nivel. En su primer curso entero con los bávaros, apenas disputó cuatro partidos completos que se saldaron con tres derrotas y un empate. Preocupados por su rendimiento, los alemanes decidieron prestarle en el mercado de invierno a otro club.
Llegó entonces el Hannover, un equipo sin demasiadas aspiraciones. En medio de aquél conjunto el brasileño destacó sin problemas y volvió a enseñar esas cualidades que le habían hecho digno de cruzar el charco. Sin embargo, cuando su confianza empezaba a ser fuerte, la vida le dio un nuevo bofetón. Fue el 7 de marzo en un partido frente al Leverkusen. Su rodilla se partió por el cruzado y con ella todos los esfuerzos y la felicidad por volver a hacerse importante.
Contrariamente a lo que muchos pensaron, las cicatrices fueron solo físicas. Después de un verano entero dejándose el alma en el gimnasio, volvió con fuerza. Incluso jugó como titular con el Bayern aprovechando las lesiones de algunos compañeros. Todo fue en vano. Una vez más la maldita articulación que le tuvo ocho meses de baja volvió a jugarle una mala pasada. Y esta vez fue definitiva.
Difícil saber que pasaba por su cabeza el 20 de septiembre de 2011. Solo en casa, el alcohol y sus problemas formaron un coctel explosivo. Quizás pensó que si prendía fuego a su hogar, con él ardería todo su pasado reciente y podría empezar de nuevo con otra cara, con otros ánimos. Ni él mismo lo sabe. Tomó la decisión equivocada y llevó a cabo su plan.
Ahora afronta una pena de casi cuatro años de cárcel. El contrato que tenía casi firmado con el Lazio, ya es papel mojado. Ha causado aún más problemas a su familia. Y, probablemente, ha llevado al abismo su prometedora carrera deportiva. Solo hace cuatro años que colgaba de su cuello una medalla de bronce.
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