Solo tenía tres días de vida cuando, en aquella noche sevillana, el Barcelona cayó contra todo pronóstico frente al Steaua de Bucarest. Quizás por ello nunca llegué a conocer los detalles de lo que sucedió hasta que, este lunes, uno de los programas de mayor calidad de la televisión, "Informe Robinson", emitió un especial sobre las finales de la Copa de Europa.
Fue entonces cuanndo descubrí la figura de Helmuth Duckadam. Sí, había oído hablar de él, pero ni le ponía cara ni recordaba los motivos por los que se había hecho popular. Por eso me llamó la atención ver a aquél tipo bigotudo, alto como un junco, detener los penaltis con una facilidad pasmosa y celebrar su gesta con ese estilo tan ochentero que se caracterizaba por elevar los brazos al cielo y correr descontroladamente.
Lo cierto es que, analizada desde el punto de vista técnico, aquella tanda no fue la mejor del conjunto azulgrana. Tres de los cuatro lanzamientos que detuvo iban al lado natural del portero y al malo del lanzador. Ahora bien, no hay que restarle mérito al meta rumano, que llegaba a todos los ángulos impulsado por una fuerza sobrehumana, la de las grandes noches.
Conocido en su país como "El héroe de Sevilla" su gloria fue breve. De hecho se redujo a esos diez minutos. Poco se sabía de él antes, tan solo que había realizado buenas actuaciones en la localidad occidental de Arad, donde llevó en el pecho los escudos del Constructorul y el UTA. Y poco se supo de él después ya que según la versión oficial dejó el fútbol durante tres años por una trombosis en el brazo derecho (que se materializó durante unas vacaciones en el Mar Negro) y, a su vuelta, solo aguantó dos campañas más en el Vagonul Arad desoyendo a los médicos antes de abandonar la práctica deportiva.
Sin embargo, un final así para alguien que había sido elevado a los altares no parecía lo más glamouroso. Igual que resultaba más pintoresco decir que Elvis no murió de sobredosis y en realidad se fue a vivir a Sudamérica, Duckadam tuvo también su propia leyenda urbana. Muchos dan por sentado que la noticia, publicada por medios extranjeros, es cierta. El protagonista en cambio siempre la ha negado.: "Es la historia más estúpida que he oído en mi vida. Tenía los dolores en el brazo meses antes de la final pero no había ido a revisión. La gente odiaba mucho a Caucescu y por eso se inventaban esas historias sobre él y su familia", llegó a decir con el tiempo.
Sea como fuere, el relato de los hechos es el que sigue. Según parece, desbordado de alegría por la hazaña del portero y como recompensa por destrozar el sueño del máximo rival, el presidente del Real Madrid Ramón Mendoza decidió regalarle al arquero un Mercedes. Ese obsequio era todo un lujo en la Rumanía comunista, un capricho al alcance de unos pocos. Como Nicu Caucescu, hijo del sanguinario dictador.
Aquello no le hizo gracia a quien le gustaba sentirse como un emperador y le exigió a Duckadam que le entregara el automóvil. Este se negó y las consecuencias fueron funestas. Crispado por aquél acto de insolencia, el malcriado Nicu decidió enviarle a unos miembros de la Securitate (policía estatal), que le secuestraron y con un martillo le rompieron los diez dedos de las manos. A desmentirlo no ayudó el hecho de que el torturado se esfumara durante dos años sin dar señales.
Quizás algún día lleguemos a saber la verdad pero de momento ninguno de los implicados en aquél incidente le ha dado credibilidad. Ya retirado y valiéndose de su planta y su envergadura, ejerció como policía fronterizo en Semlac, su ciudad natal. Los ahorros los invirtió en negocios que resultaron ruinosos como una escuela situada en Arad que llevaba su nombre o una tienda de productos para bebés. Además perdió su casa en primera instancia si bien acabó recuperándola tras elevar su queja al Parlamento Europeo.
Atosigado por los problemas económicos, decidió vender los guantes que detuvieron los cuatro penaltis y la medalla conmemorativa de campeón de Europa. Después de aquello vio la posibilidad de empezar una nueva vida en los Estados Unidos tras ser agraciado con un permiso de residencia. Lejos de mejorar, su situación fue a peor. Incapaz de adaptarse acabó volviendo al Viejo Continente y divorciándose de su mujer, que se quedó en tierras norteamericanas junto a su hija.
Fue entonces cuando le llegó la opción de meterse en política de la mano del polémico Gigi Becali, que le ofreció el puesto de candidato a alcalde de Arad, esa ciudad donde pasó tantos años de su vida. Perdió aquella elección pero la amistad con Becali le permitió reinventarse. Hoy es el presidente del Steaua, ese club al que tanto dio.
A pesar de los reveses que ha sufrido desde entonces, nunca ha olvidado el día en el que fue portada de todos los periódicos: "Nadie puede quitarme aquella noche de Sevilla. Estaría preparado para perder todo otra vez con tal de volver a experimentar esa emoción. La gente sueña con dinero, coches y mansiones. Mis recuerdos serán siempre mi fortuna y por ello me siento un hombre con suerte".
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