miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Qué ha sido de... Vladimir Beschastnykh?


El poderío creciente de la liga rusa ahora que los oligarcas han potenciado la competición local ha acabado en los últimos años con la emigración de los jugadores del país hacia otras competiciones nacionales. Uno de los países más afectados por este fenómeno ha sido España, ese lugar en el que un gran número de futbolistas se refugiaron tras la descomposición de la URSS para demostrar sus cualidades en un territorio que comenzaba a pedir paso.

Lejos de buscar el turismo de sol y playa, la poderosa y emergente comunidad post soviética decidió asentarse, quizás por afinidad quizás por el poder de algunos representantes, en el norte de la Península. Localidades como Oviedo, Gijón o Vigo recibieron a algunos de los más ilustres visitantes. Una dinámica en la que también entró Santander, donde se importaron peloteros como Radchenko, Zygmantovich (y su mítico bigote) o el homenajeado en este post.

Característico él por su inconfundible pelo rubio y su nombre casi impronunciable, Beschastnykh pasó cinco temporadas en nuestro país, en las que ayudó a consolidar al equipo cántabro en la máxima categoría antes de abandonar el barco justo a tiempo para no tener que afrontar el único periplo en Segunda de los últimos diecinueve años.

Antes, y previo pago de dos millones de euros (por entonces la cifra más alta en la historia de los racinguistas), había cogido el mismo vuelo que el año pasado llevó a Markus Rosenberg de Bremen a El Sardinero. Lo hizo al no contar para su entrenador (por extraño que suene no era Schaaf, al parecer existieron otros antes que él) y después de haber dejado destellos en Alemania durante su primera salida al extranjero tras formarse con éxito en las filas del Spartak de Moscú.

En la capital rusa, a la sazón su lugar de nacimiento, las sensaciones que había dejado eran buenas. Solo eso explicaría la decisión de su club de origen repescarle de forma gratuita después salir de nuestra tierra con 27 años y algo de fútbol que ofrecer aún en sus botas, más del que muchos pensaban. De hecho resultó sorprendente que solo un curso y medio después se lo rifaran varias entidades interesantes de Europa debido a su acierto de cara al gol.

Le cazó finalmente el Fenerbahce, donde arrojó un triste bagaje de doce partidos y una sola diana. Aquellos guarismos no desanimaron al Kuban Krasnodar, que lo fichó sin coste y lo vendió por el mismo precio pero con ocho goles en el casillero. Aquella sería su última gran aportación antes de su previsible caída.

La edad y las piernas respondían cada vez menos y tras disfrutar de una aventura de relumbrón aceptando una oferta del Dinamo moscovita, inició un interesante periplo por intrascendentes equipos de la Europa Oriental. Un trayecto que empezó en Oryol, le llevó posteriormente al por entonces poco relevante Khimki y le sepultó, primero en el Volga Tver y finalmente en el FC Astana, donde colgó las botas en 2008. Desde entonces, como tantos otros compañeros de generación, busca hacerse entrenador. No oculto que, personalmente, me gustaría volver a verle por estos lares. Ya no hay rusos como los de antes.

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