lunes, 5 de marzo de 2012

El día grande de un "plebeyo"


La historia de André Vilas Boas es de sobra conocida. Nacido en Oporto en el año 1977 en el seno de una familia aristócrata más que acomodada en lo económico, nunca tuvo problemas para salir adelante y supo aprovechar la oportunidad que le dio la vida para seducir a Sir Bobby Robson y, a partir de eso, forjar una carrera en los banquillos.

Dos años más tarde, en 1979, venía al mundo en la localidad norirlandesa de Larne un tipo apellidado McAuley al que sus padres decidieron poner de nombre de pila Gareth. Sobre él hay menos datos pero es de suponer que su situación en casa era más complicada si tenemos en cuenta que de joven se entregó al diseño de vidrieras mientras jugaba al fútbol en su país, primero para el Linefield (con una cesión al Ballyclare Comrades), más tarde para el Crusaders y finalmente para el Coleraine.

Con 25 años, cuando muchos empiezan a explotar, él aún no había salido de su país y las opciones de cumplir un sueño y triunfar en el mundo del fútbol se desvanecían. Entonces tomó una decisión, como hiciera en su día el ya ex entrenador del Chelsea cuando arriesgó y se marchó a dirigir a la selección de las Islas Vírgenes Británicas con 22 años.

McAuley dejó su trabajo y comenzó a mover su curriculum por Inglaterra en busca del profesionalismo. Este llegó a las manos de Sammy McIlroy, en su día una joven promesa del United que se encontraba entrenando al Stockport y que le conocía de la selección B. Le hizo una prueba que fue satisfactoria pero saltó la liebre y el Lincoln, que andaba al acecho, acabó convenciéndole para que se uniera a su causa en la League Two.

Había conseguido entrar en el sistema del fútbol de las islas el año en el Vilas Boas hacía lo propio como miembro del cuerpo técnico de Mourinho, asegurándose así un futuro provechoso después de la conquista de la Liga de Campeones. La vida le seguía sonriendo mientras adquiría los conceptos que le inculcaba su maestro.

El central norirlandés comenzó su etapa de forma aciaga. Apenas contó con minutos en sus primeros partidos pero de pronto todo se le puso de cara. La salida de un compañero y la lesión de otro le abrieron las puertas de la titularidad. Acabó su primera campaña como indiscutible en el eje de la zaga y, en su segunda, formó parte incluso del once ideal de la competición y de la selección nacional mientras el Chelsea conquistaba su segunda Premier consecutiva.

Sus buenos registros le valieron a McAuley para firmar por el Leicester, donde siguió engrandeciendo su figura. Subió dos categorías para disfrutar las mieles de la división de plata e incluso llegó a meterle un gol al Chelsea en Stamford Bridge durante un partido de Copa a finales de octubre. Unos días antes Mourinho había decidido dejar el Chelsea junto a todo su cuerpo técnico.

El Leicester descendió y con veintinueve años el defensa se decidió a jugárselo todo a un último tren, el que salía de la estación del Ipswich Town, una entidad cuyos métodos de entrenamiento había estado estudiando Vilas Boas años antes mientras obtenía el título de entrenador profesional.

En tres cursos McAuley jugó más de cien partidos y llamó la atención de los ojeadores de toda Inglaterra. Durante ese tiempo el portugués emprendió su primera experiencia de nivel en solitario con el Académica y se convirtió en el entrenador de moda del fútbol europeo al ganarlo todo con el Oporto. Ambos decidieron atender la llamada de sus vidas hace unos meses.

El segundo porque Abramovich ponía en sus manos un faraónico proyecto. El primero porque a los 32 años y después de penar por todas las categorías posibles y de pisar vestuarios de dudosa salubridad entraba en los planes del West Brom y por tanto se le abrían las puertas de la Premier, eso con lo que había soñado cuando un día abandonó una vida más o menos cómoda en busca de una oportunidad.

Lo demás es de sobra conocido. Tras dar una mala imagen en todas las competiciones, los londinenses llegaban este fin de semana con la necesidad de ganar para no seguir abriendo la herida. En el minuto 82 una jugada embarullada dejaba el esférico en los pies de McAuley, que anotaba el que probablemente haya sido el gol más importante de su carrera. Un tanto que acababa con la carrera en el Chelsea de su entrenador. Una diana que rompía la maldición de los locales, que llevaban 33 años sin puntuar ante su rival. Vilas Boas tenía por entonces uno, McAuley nacería el siguiente. El "príncipe" y el "mendigo" cambiando de papel con una especie de sortilegio por medio. Un guión morboso.

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