La mejor forma de golpear el esférico no es con el empeine, ni con el interior, ni tampoco con la cabeza. Ni siquiera cuando la circunstancias sean propicias para usar alguna de estas superficies de forma fiable llevando así con toda probabilidad el balón a la red. De todos los impactos posibles solo hay uno que generalmente garantiza el éxito: Es el que se hace con el alma.
No hay muchos de estos, de hecho solo afloran en ocasiones especiales. Es poco probable que cualquier futbolista ofrezca más de uno de a lo largo de su carrera si es que esto sucede. Algunos como el de Zidane el Glasgow o el de Iniesta en Johannesburgo ya son parte de la historia. Otros ocuparán momentáneamente las portadas de los periódicos y días después serán pasto de los contenedores de papel y cartón.
Eso sí, sus modestos protagonistas podrán narrar orgullosos a sus descendientes como es la sensación de ese momento especial en el que el esférico impacta con el cuerpo y sabes que acabará besando las mallas de un modo u otro. Por la escuadra o a ras de suelo. Ante la mirada atónita del portero o después de rebotar en cuatro defensas. O despúés de varios botes tras un contacto semimordido y poco ortodoxo procedente de una segunda jugada, como hemos visto hasta en dos ocasiones esta semana.
La ejecución no fue la única coincidencia entre ambos. De hecho fue la más insignificante. Lo que hace similares a esos tantos entre ellos pero diferentes a los otros es que esos balones llevaban la fe de miles de seguidores ansiosos por presenciar el momento de sus vidas. Tipos que solo viven momentos semejantes una vez cada cincuenta o sesenta años, que ese día entienden cuál es el motivo que les lleva a seguir a un club que se desenvuelve en las catacumbas del fútbol. Que presumen orgullosos de pasear el nombre de su pueblo o que pueden sacar pecho en una ciudad donde tienen un papel poco más que testimonial mientras son observados como locos.
El gol de Bocognano que sirve para que el Gazélec Ajaccio elimine al emergente Montpellier y el de Valero que abre la lata en el enterramiento del todopoderoso Marsella a manos del US Quevillaise, ambos válidos para acceder a las semifinales de la copa gala; son de esos que dan sentido al fútbol, que reivindican la existencia de los modestos.
Bien es cierto que el conjunto de Le Petit-Quevilly, una población de menos de 25.000 habitantes, ya ha jugado una final de este torneo (1927) y dos semifinales (la última hace dos años). Pero su realidad diaria les abofetea en la tercera categoría de balompié francés a solo cuatro puntos del descenso y compartiendo penurias con históricos caídos en desgracia como el Paris FC o el Red Star.
Mejor, no mucho mejor, le va a los corsos. Conviven en el mismo mundo pero ellos al menos ocupan los puestos altos de la clasificación en un meritorio segundo puesto, encerrados entre el Niort y el Nimes. Ahora bien, no existe comparación de masa social teniendo en cuenta que comparten una ciudad de apenas 65.000 habitantes con un equipo que suele moverse entre el primer y el segundo escalafón del país.
A pesar de ser el lugar donde se dieron a conocer futbolistas como Ismael Bangoura o Pascal Olmeta hoy no se adivinan estrellas emergentes y salvo Ibrahim Rachidi, internacional por Comores, el resto apenas han representado a sus combinados regionales como en el caso del autor del milagro frente al Montpellier, que ha vestido en varias ocasiones la elástica de Córcega.
Es el panorama cotidiano de estos héroes por un día. Este fin de semana retornarán a su ostracismo habitual hasta que las eliminatorias de semifinales les saquen de la nevera. A los otros "Canaris" (el Quevilly recibe el mismo sobrenombre que el Nantes) les espera el Rennes. A "Le Bistrot" (conocido así por su fundación entre las paredes de un bar) el Lyon. Hacen falta unos cuantos goles con alma más para escribir sus nombres en la historia con letras doradas. Lo consigan o no ya se han ganado el corazón de unos cuantos. De todos aquellos que seguimos apostando por un torneo del K.O a partido único.
1 comentario:
Que le pregunten a Pablo Infante como vivió sus goles en el Mirandés este año en la Copa , puso cuerpo y alma para ser parte importante en la hazaña burgalesa .
Un saludo
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