Alguna vez me han preguntado cuál es mi gol favorito y nunca he sabido qué responder. De hecho en ocasiones me decanto por uno y acto seguido pienso en otro completamente diferente. Sin embargo, si me piden una lista de cinco creo que siempre estaría el que Ibrahimovic le hizo al NAC Breda cuando jugaba con el Ajax.
Probablemente casi todos los que estáis leyendo este post sabéis de qué os hablo. Un control de espaldas a la portería en zona de tres cuartos seguido de una progresión por fuerza tumbado a un rival y finalmente seis quiebros estratosféricos, todos limpios, sin un solo rebote. Ni siquiera ese argumento recurrente de la debilidad de las defensas de la Eredivisie desmerece un cuadro dramático que dibujan futbolistas por el suelo humillados ante la maestría de un genio, de un mago, de "Ibracadabra".
Aquél fue el primer golpe de autoridad de un jugador que ha ido creciendo con el tiempo hasta convertirse en uno de los mejores delanteros del Viejo Continente, en un icono mediático que traspasa fronteras y que ha roto con el tabú de que los altos solo sirven para clavarse dentro del área pequeña y empujar todo lo que les llega por el aire.
No seré yo el que descubra su calidad, su imaginación, sus recursos con el balón en los pies, la capacidad de hacer fácil lo difícil y factible lo imposible e impensable. En la que probablemente esté siendo la mejor campaña de su carrera, encima se está mostrando efectivo, hambriento tras el paso infructuoso por Barcelona.
El sábado con dos goles se encargó de ajusticiar a la Roma y de colocar al Milán aún más cerca del título. Y de paso continuó reivindicándose, marcando su territorio como los tigres. En un lugar hostil para el caviar futbolístico su aportación es como una fuente de agua fresca. El sueco es sin duda el delantero más determinante que ha visto el Calcio en las últimas décadas y una garantía de éxito para todo aquél que apuesta por él (seis "Scudettos" lo demuestran).
En una competición de equipos lentos, donde hay cinco segundos para pensar cada jugada, Ibrahimovic sigue demostrando que le sobran dos. Él marca el ritmo, sus botas dictaminan el tempo de los partidos, su esbelta figura figura es la que decide cuando toca jugar y cambiar las cosas. Su sola presencia infunde respeto, preocupa, atemoriza. Basta con hacerle sentirse más importante que los demás, con mantener su ego bajo control.
Por ello falló en la Ciudad Condal. Acostumbrado a ser el perejil de todas las salsas, nunca entendió que fueran otros los que le quitaran las portadas, los que se llevaran una gloria que ansiaba para él. Es el principal problema de muchos genios, que su divismo está por encima de lo coral.
Cabeza visible de un modelo personalista en las oficinas y también sobre el pasto, de un estilo chapado a la antigua con unas características más propias del siglo pasado y ese lema de "todos para uno", buscará a partir de esta semana la venganza ante el único club que no ha logrado conquistar.
Demostrar al mundo que él solo puede romper el orden establecido y esa regla no escrita de que el único fútbol viable a día de hoy es el que practica el Barcelona. Si lo consigue su disfrute será el de miles de personas en territorio transalpino. Aunque eso a él poco le importe. Seguirá caminando solo.
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