martes, 4 de noviembre de 2014

La conquista del oeste

El relato se compone de varias imágenes. En la primera, un señor trajeado anuncia desde un atril la creación del club. En la segunda, el equipo debuta ante su público estrenando colores y escudo. En la tercera, un futbolista remata de cabeza al fondo de las mallas logrando el primer gol en la historia de la entidad y al mismo tiempo su primera victoria. Luego llega una racha de victorias, la celebración descontrolada de los aficionados en la calle, la disputa de la máxima competición continental y el trofeo de campeón de la misma. Toda una trayectoria desde la fase embrionaria hasta el éxito supremo que muchos sueñan sin conseguirla.

Hay sin embargo quien vive a lo loco, al límite, saltándose los trámites naturales. De la nada al todo, del anonimato a lo más alto. Así ha sucedido en el caso del Western Sydney Wanderers australiano, al que podrá verse compitiendo en el Mundial de Clubes de Marruecos después de haber conquistado la Liga de Campeones asiática.

Cuento de hadas que se escribe en solo dos años y medio dentro de una ciudad donde parecía haber sitio solo para uno. Ese privilegio se lo había ganado el Sydney FC en la carrera inicial, cuando estaban en juego las franquicias que bautizarían la A-League sin que existiera la posibilidad de que ninguna ciudad pudiera fragmentar su corazón en dos.

La decisión no fue del agrado de todos los habitantes de una urbe heterogénea y de gran extensión. Aquellos más identificados con el deporte rey, parapetados en la zona oriental, se propusieron desde entonces mantener vivo el espíritu de lucha hasta que volviera a surgir la oportunidad de colocar su nombre entre los elegidos. Aspiraciones lícitas de un reducto que albergaba a numerosos descendientes de balcánicos encerrados en una torre de babel donde se hablan más de setenta idiomas. Tanto es así que en las gradas del Parramatta Stadium, se canta ahora "Habibi Olé". Puro mestizaje.

Más que un pasatiempo, lo que se reclamaba era un signo de identidad propia. Sobre la mesa de neogociación se situaban la pasión y una denominación de origen cuyo sello llevaban en la piel nacidos allí como Schwarzer, Kalac o Bosnich. Había sangre y era necesario bombearla para reanimar al campeonato con un elemento diferente.

Conseguida la licencia, los buenos resultados han venido solos mezcla de la entrega de unos hinchas cuya marca global es el "Red and Black Bloc" y de una planificación deportiva alejada de las tentaciones del oropel. Mientras otros tiraban de currículum para contratar a sus futbolistas de referencia el Wanderers importaba a Shinji Ono, un japonés con pasado europeo que hasta su salida demostró la disciplina suficiente para no caer en el divismo.

Idéntica idea se siguió para sentar en el banquillo a Tony Popovic, un ex internacional con largo pasado como jugador en el máximo rival pero la personalidad suficiente para abandonar un cómodo puesto de asistente en el Crystal Palace a cambio de cincelar con sus propias manos un proyecto que ahora es ganador.

Todo ha sido rápido, impensable. De una nebulosa se ha pasado a una realidad solvente capaz de entrar en la leyenda como el primer australiano que reina en Asia. Un caso único, digno de estudio, cuya principal incógnita pasa por saber hasta qué lugar puede escalar después de retar a la lógica. Sin nada que perder, el cielo es el techo.

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