martes, 19 de junio de 2012

Nápoles: El fútbol como medio de evasión

Eran las 20.00 horas del 3 de julio de 1990. Italia y Argentina saltaban al césped del estadio de San Paolo para verse las caras en las semifinales del Mundial ante 59.978 espectadores. En un lado los anfitriones, en el otro el ídolo del Nápoles campeón de Serie A. Maradona llegaba a su casa vistiendo otros colores, los de la selección rival. El torneo había sido duro para "El Pelusa", azotado con pitos hacia su persona en lugares como Milán, ciudad que expresaba de esa forma un resentimiento que nacía desde la impotencia por la reciente pérdida del Scudetto.

Lejos de eludir la zozobra y fiel a su carácter volcánico, Maradona había decidido incendiar la previa de aquél duelo contra la azzurra declarando: "Me disgusta que ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección... Nápoles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto".

Un alegato social en favor de aquellos seguidores que le jaleaban cada fin de semana y al mismo tiempo una puñalada más a ese norte elitista que consideraba al sur subdesarrollado y a él un individuo de baja estofa. La grada, complacida por el gesto, se olvidó por unos instantes de su bandera y aplaudió el himno albiceleste mientras exhibía pancartas con mensajes como "Diego en los corazones, Italia en los cantos". Argentina alcanzó la final tras vencer en los penaltis en la que para muchos de los presentes aquella tarde fue la derrota más dulce de su combinado nacional.

Más de veinte años después una de las urbes más caóticas de Europa aún recuerda al ídolo en cada esquina, en cada bar, en cada conversación. Su nombre aparece serigrafiado en réplicas de aquella camiseta que patrocinaba "Mars". Su rostro en bustos que presiden altares improvisados. Su figura en pequeñas esculturas de terracota que asoman por los escaparates con la idea de despertar el afán consumista de algún turista. Su fotografía en recortes de periódico o enmarcada entre los muros de los restaurantes más populares de la ciudad junto al dueño de turno.

                  Homenaje al presente y el futuro en la famosa pizzería "Di Matteo"

Es la expresión máxima de la nostalgia entre los habitantes de una ciudad y una zona tradicionalmente maltratadas, que encuentran en el fútbol quizás su único motivo de orgullo, la única oportunidad de reivindicarse con respecto al resto. Desde la erupción del Vesubio hasta la pudredumbre de la camorra pasando por terremotos y epidemias, en Campania se desconoce el término "normalidad". Las circunstancias han dibujado un panorama apocalíptico donde no se respetan los semáforos en verde ni los pasos de cebra, donde en las calles de los barrios bulliciosos se desconoce el significado del término "papelera".

Y sin embargo estas escenas, que podrían incitar la huida, son las que convierten a Nápoles en un lugar con encanto único. Bajo la sombra del constante rechazo crece gente abierta que gusta del contacto mientras deja entrever cierto espíritu de supervivencia. Una actitud inteligible si se tiene en cuenta que hay algo de cierto en aquellas leyendas urbanas que incitan al recelo. Dicen los italianos que la presencia de la mafia no se ve pero se siente y lo hacen con conocimiento de causa.

    
Imagen figurativa del futuro del fútbol italiano en Positano. Sistema 1-4-3-2-1... detrás de un candado.

La sensación de peligro no es mayor que en otros países pero hay estampas que reflejan un lado oscuro y que al mismo tiempo resultan de una cotidianeidad abrumadora. Me refiero por ejemplo a la de un hombre con la envergadura de un armario ropero que permanecía en constante posición de alerta a la puerta del restaurante donde presencié el Alemania-Portugal. Por su forma de vestir quedaba claro que no se trataba del dueño; por sus movimientos bruscos dentro del local consumiendo bebida y comida a su antojo sin ni siquiera dar las gracias mientras de reojo vigilaba el acceso al local, tampoco.

Hablo también de esos dos guardaespaldas que esperaban pacientemente a que concluyera la misa de doce en la iglesia de Santa María de la Sanitá. De un disparo de bala contra el escaparate de una tienda de vestidos de novia. Del aspecto turbio de algunos de los viandantes del paseo marítimo. De las fotos que sin mediar palabra aparecen pegadas en las calles dando a entender que el recuerdo de esa persona permanece presente para aquellos que alguna vez convivieron con ella...

Una de ellas me llamó poderosamente la atención. Estaba alojada en una tubería justo a la puerta de la pizzeria Da Michele, probablemente la mejor de la ciudad con permiso de Sorbillo y Di Matteo. En ella aparecía un joven vistiendo la camiseta de un club local. El hecho de que esa instantánea para el recuerdo estuviera íntimamente ligada al fútbol me hizo comprender definitivamente que golpear un esférico allí, más que un deporte es una forma de vida.

Una vía para escapar del entorno, para aislarse y vislumbrar una realidad paralela. En pocas metrópolis de las varias que he visitado se juega tanto en la calle. Niños y no tan niños montan partidos improvisados sobre cualquier terreno. Solo hace falta un balón y un par de compañeros para organizar una fiesta en la que las porterías brillan por su ausencia al igual que las reglas. Algunos incluso se quedan en la retina.

Me sucedió en Piazza Dante, un recinto en el que la Federación Italiana había decidido instalar una fanzone para ver los encuentros de la Eurocopa. Italia y Croacia se jugaban los cuartos, nunca mejor dicho, y alejados de la euforia, un grupo de unos diez chavales con pelo en corte de cepillo -los italianos marcan tendencia, se pondrá de moda- pateaban un esférico desinteresadamente. Solo el tanto de Pirlo que ponía el 1-0 en el luminoso les despertó de su letargo. En masa corrieron hacia la pantalla gigante y en masa huyeron cuando terminó la última repetición para continuar con su rutina.

                       Los jugadores del Nápoles... hasta en los bombones

Algo semejante presencié en los alrededores de una iglesia, donde un muchacho rollizo regateaba absorto a otro sorteando a su vez a la multitud mientras vestía una ceñida camiseta de Hamsik. El eslovaco es a día de hoy el nuevo héroe de la hinchada, el espejo en el que todos quieren reflejarse. Sin alcanzar el carisma de Maradona, algo que probablemente nadie logre nunca, tiene una cota de protagonismo importante en los puestos ambulantes, sin duda alguna el mejor termómetro en lo que a popularidad se refiere. Le sigue de cerca Cavani y ya en la retaguardia el suizo Inler. Junto a sus zamarras, las de futbolistas como Pirlo o Ibrahimovic. Me decepcionó, por cierto, no encontrar la que buscaba. A pesar de haber nacido en la ciudad, Di Natale parece estar tan infravalorado dentro como fuera de las fronteras. Gran injusticia.

Por cierto Lavezzi, al que muchos quisieron situar como el heredero de Maradona en el corazón de San Paolo, ya no existe desde que fichó hace un par de semanas por el PSG. El argentino ha sufrido el castigo de la indiferencia, el más cruel que puede infligir el tifoso napolitano estándar, caracterizado por vivir cada duelo como si fuera el último.

Pude confirmarlo el día del partido entre España e Italia. Me desplacé hacia un distrito tranquilo para alejarme del bullicio. Resultó imposible. Si juega la selección todo se para. Los comerciantes se ponen de espaldas a la calle para seguir la acción en sus televisores cuando no se meten en la trastienda y dejan desatendido el negocio. Pronto el bar en el que me encontraba se hallaba repleto de italianos que nos prestaron a mi hermano y a mi la misma atención que a cualquier pieza del mobiliario. Tan solo el joven que tenía al lado se dirigió nosotros en una ocasión para, exaltado, mostrarme el recibo en el que se plasmaba una apuesta de cinco euros en favor de un tanto inicial de Mario Balotelli.

                   Campo de césped artifical junto al mar en la localidad de Ravello

Aquél movimiento brusco me hizo reflexionar acerca de la trascendencia que para los italianos tiene el juego e inevitablemente asocié todo con el escándalo del Calcioscommesse, un asunto que en territorio transalpino no parece haber levantado el revuelo previsible. La única explicación plausible para algo así es que todo se ve como un elemento colateral del fútbol al igual que las peñas del barrio de Forcella en las que echan humo los futbolines -allí vestidos con los colores del equipo local y del Milán-, las tiendas oficiales repartidas desde el puerto hasta una de las rúas principales o las porterías desmontables en los patios de las iglesias, costumbre esta última muy autóctona.

Ese fútbol que lo inunda todo, que lo es todo. Que está en cada recoveco, en cada diálogo, en cada trattoria. Que en una ciudad como Nápoles es un elemento de cohesión gracias a un club que ha vivido la gloria pero que también ha vislumbrado el abismo, que es una alegoría, concentrada en ochenta y seis años, de todo lo que ha vivido la ciudad en millones. Un fenómeno que es difícil de explicar. Hay que viajar allí para verlo.

7 comentarios:

snedecor dijo...

Buah, sensacional texto, Carlos. Tremendo lo que transmites, como dices hay que viajar allí para poder verlo, sentirlo y (tal vez) entenderlo. Enhorabuena

VillaverdeRCD dijo...

Sensacional,siento simpatía por el Nápoles y por la ciudad.

Saludos desde Futboldeetiqueta.com

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Tartarus dijo...

Sin duda alguna Maradona llevó la alegría a Nápoles , como hizo en Argentina en el Mundial 86 . No es de extrañar la veneración que sienten por el pelusa , tanto en la ciudad italiana como en su país .

Un saludo

Anónimo dijo...

Hombre derrota dulce yo creo que no, sólo hubo que ver como los italianos pitaron el himno argentino en la final del Mundial... Y la histórica imagen de Maradona diciendo "hijos de puta, hijos de puta" mientras lo hacen

http://www.youtube.com/watch?v=d8cCog_J50I

Viviana dijo...

Soy de Napoles y recibimos màs amor de los extranjeros que de los italianos.
Graçias por el articulo y graçias a Villaverde por la simpatia.
Perdónadme por mi espanol.
Un beso desde Napoles.

Unknown dijo...

napoli è cosi

Camisetas de futbol dijo...

No es de extrañar la veneración que sienten por el pelusa , tanto en la ciudad italiana como en su país .