Aquella tarde en Foxborough, tras disputarse el último encuentro de la primera fase, entró en el vestuario con una lista de cuentas pendientes. Tal era su rebote, que ni siquiera esperó a quitarse la gorra con la que generalmente cubría su cabeza durante los partidos para tolerar el insufrible calor que castigaba a los participantes en el Mundial de Estados Unidos. Los rostros de frustración y los gestos de cansancio de los futbolistas se mezclaban con el olor a linimento en una de esas escenas típicas que suceden a las derrotas. Golpeó unas cajas con el puño, dio voces fuera de sí, soltó alguna que otra palabra malsonante...
Haciendo caso omiso de las voces críticas que pedían el paso de las nuevas generaciones, había decidido convocar al bloque que consiguió la clasificación para la cita. Poco le importaba que algunos jugadores estuvieran fuera de forma o tocados. Confiaba en que, llegado el momento, darían lo mejor de sí mismos para honrar su bandera y de paso dejarle a él en buen lugar. Aquella era su cita. En territorio norteamericano le tenían en gran estima después de dirigir al combinado nacional y ahora volvía a su segunda patria con otros colores, los de su tierra natal, que participaba por primera vez de la fiesta del fútbol. Ese hombre era griego y se llamaba Alketas Panagoulias.
Su equipo no solo pasó desapercibido sino que encima lindó con el ridículo, de ahí su cabreo. Diez goles en contra y ninguno a favor en un grupo en el que coincidieron con Argentina, Bulgaria y Nigeria suponían una losa demasiado pesada para un país que, en la fase previa, solo recibió dos pese a quedar encuadrada con rivales como Rusia o Hungría. Las expectativas, sin ser elevadas, estaban a priori por encima del resultado final.
Sin embargo, y a pesar de ese borrón, el técnico seguía siendo un ídolo para los helenos. La primera participación en un Eurocopa, la de 1980, también había llegado bajo su batuta y eso no se olvidaba. Aseguran que tácticamente no aportó nada diferente que simplemente se limitaba a transmitir su fe en la victoria y el orgullo de llevar en el pecho un escudo, fuese el que fuese. Eso sí, lo hacía muy bien.
Con esas armas logró convertir en creyentes a unos hinchas extremadamente fogosos pero que se dejaban el aliento con sus clubes. Además sentó las bases para que aquellas dos gestas no fueran algo aislado demostrando que Grecia podía estar en las fases finales valiéndose de tipos poco técnicos pero infatigables en el trabajo, feos (solo hay que ver la gama de cejijuntos de aquél Mundial 94) pero efectivos.
Dieciocho años después uno observa todo lo que ha cambiado el fútbol en su patria desde entonces y se echa las manos a la cabeza. De la mano de Otto Rehhagel, el único entrenador con más internacionalidades que Panagoulias, se obró un milagro que ni los más optimistas hubieran imaginado. Aquella Eurocopa de Portugal es una de las sorpresas más grandes que se recuerdan en el deporte rey. Sin nada tocaron el cielo en un 2004 para recordar que se redondearía con la celebración de los Juegos Olímpicos en Atenas.
Eran días de vino y rosas, de una gloria que no se recordaba acaso desde tiempos de Platón y Sócrates (el filósofo, no el futbolista). Gracias al deporte aparecían en el mapa, se convertían en el ombligo del mundo. Todos sabían que sería pasajero, que pronto volvería la normalidad y el anonimato. Nadie esperaba que después del ascenso llegara la caída.
Hoy los periódicos vuelven a hablar de Grecia pero esta vez las noticias no son buenas, ocupan la sección de internacional pero perfectamente podrían trasladarse a las páginas necrológicas. El bienestar social ha muerto en un lugar de zona cero económica. Sus habitantes son unos parias en el viejo continente, una "rémora" para ese tren del progreso que abandera Alemania y que poco a poco se va quedando sin vagones. El último en caer, el de España.
Con preocupaciones mucho más importantes que el rodar del esférico, hoy disputan los cuartos de final de la máxima competición continental contra la todopoderosa Alemania. Un duelo extremadamente morboso en lo social, con unas connotaciones que van mucho más allá de lo meramente deportivo. Políticamente Grecia es un estado subyugado a los dictados germanos, pero sobre el césped solo serán once contra once. Es cierto que la frase dice que en ese tipo de circunstancias, la balanza siempre cae del lado teutón. Pero el orgullo de todo un pueblo bien vale para que sus representantes se dejen el alma. Y si en algún momentose olvidan de ello, que miren su hombro. Allí luce un crespón negro. Panagoulias murió el pasado lunes.
1 comentario:
Véase también el artículo escrito por el autor, estoy muy feliz. Aunque el artículo que he visto algunos de los contenidos no es muy buena, pero todavía me gusta ver, porque este es mi estilo favorito de la escritura.
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