Volvió a suceder. El verde se tiñó de negro. Manos a la cabeza, rostros desencajados, súplicas al cielo. Lágrimas en el césped, llantos en la grada. Dolor, mucho dolor. Son las cicatrices visibles cuando una muerte inesperada sucede en un terreno de juego. Piermario Morosini, jugador del Livorno, se desplomaba víctima de un ataque cardiaco. Batalló hasta el último momento con ayuda de los médicos pero su lucha fue en vano. El fallecimiento se certificaba horas después en un hospital cercano. Tenía 25 años.
Otro futbolista caído en acto servicio, otra vida sesgada, un nuevo corazón que no resistió a los esfuerzos. Una situación trágica, la mayoría de las veces imprevisible. Un bofetón silencioso, repentino, angustioso. Un golpe del que no se libra nadie, que hace unas semanas estuvo a punto de acabar con el centrocampista del Bolton Fabrice Muamba, que derrotó a Antonio Puerta o a Dani Jarque.
Situaciones luctuosas que generalmente encierran historias detrás, que descubren el entorno de la persona, que la humanizan. En el caso de Morosini se destapa el relato de alguien que tuvo que convivir con numerosos dramas familiares, que se refugió en el deporte rey para salir adelante. En plena adolescencia, con solo quince años, tuvo que enfrentarse a la pérdida de su madre. Sin solución de continuidad, sin tiempo para que cicatrizara tan tremenda herida, le dejaban también su padre y su hermano; este último tras suicidarse.
De repente, sin saber muy bien cómo, se había quedado como único responsable de su hermana discapacitada, como la persona encargada de sacarle adelante cuando no había llegado aún a los 20 años. Su sueño de convertirse en profesional del esférico, y el de sus padres como él mismo reconoció, fue lo que le dio las fuerzas necesarias para salir adelante.
Lo había conseguido. Internacional en todas las categorías inferiores con Italia se encontraba en esa fase en la que buscaba la estabilidad con un club en medio de sucesivas cesiones. Siempre pendiente, eso sí, de Carla María, que vivía en una residencia para discapacitados psíquicos financiada por el propio Piermario.
Ahora es ella la que ha saltado a la palestra. Y lo ha hecho gracias a un hombre al que el Calcio no podrá agradecerle lo suficiente todos los servicios prestados. Nunca oculté mi debilidad balompédica por la figura de Antonio Di Natale, a quien considero uno de los jugadores más infravalorados del planeta, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que su personalidad está a la altura de sus virtudes con el balón en los pies.
Líder dentro y fuera del campo, todo un caballero de los que cada vez quedan menos, fue el primero en ponerse al frente de una campaña para evitar que la hermana de Morosini quedara en el olvido y en el ostracismo más absoluto. Con su poder de convocatoria, con su capacidad para descolgar el teléfono y ser escuchado, ha conseguido hacer partícipes del drama a su club, el Udinese, y a todos los equipos de la Serie A y B con el fin de recaudar el dinero necesario para garantizarle una vida digna a Carla María ahora que ha perdido todo lo que tenía. En un mundo ególatra donde los más grandes son precisamente los que más se quieren a sí mismos, el menudo delantero ha vuelto a cargar sobre sus hombros con todo el peso para dignificar su figura y la de su deporte.
El tiempo pasará, la imagen de Morosini irá desdibujándose aunque su recuerdo permanezca ligado a su último club, que ya ha decidido retirar el número 25. Tampoco nadie nombrará con los años de Di Natale, si acaso algún padre le contará a sus hijos que un día hubo un punta estratosférico que no tuvo el reconocimiento merecido. Pero probablemente, cuando menos lo esperemos, puede que en dos o tres décadas, alguien sacará del baúl esta historia en algún periódico, en alguna revista. Y entonces, en plena crisis de valores, con los millones de euros circulando sin control de un lado a otro, con las marquesinas mostrando el último look de la estrella del momento, creeremos de nuevo en el fútbol.
2 comentarios:
Firmo debajo de tooodas tus palabras.
... y en el ser humano.
CMG
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