No sabría decir que fue lo más triste de la tarde de ayer: Si el penalti fallado por Aubameyang, que dejaba a Gabón fuera de su Copa África y condenaba al oscuro rincón de las sombras al que hasta ese momento era el mejor jugador del torneo, o la imagen del Chelsea dejándose comer la tostada por el United.
De lo primero no hay mucho que hablar, un país más castigado por la fatídica distancia de los once metros que separan un punto pintado con cal de la portería contraria. De lo segundo se podría escribir un libro entero o incluso varios tomos en los que cabrían temáticas diversas que irían desde la espiritualidad hasta la psicología pasando por una oda a la vulgaridad.
Porque esa es la característica que para mi gusto mejor define a día de hoy a los londinenses. Nada, salvo algún detalle aislado de Mata o el rival que haya en frente, invita a ver uno de sus partidos. Es más, de no vivir en un tercer piso suscribiría al cien por cien esa mítica frase que dejó para la posteridad Bill Shankly acerca del Everton: "Si jugaran en el jardín de mi casa, cerraría las cortinas".
Al Chelsea hace tiempo que se le viene apagando la luz, que ha perdido su chispa si es que algún día la tuvo. Su modelo, con la entrada de Abramovich, revolucionó en parte el fútbol moderno. Un hombre que llegaba con el dinero por castigo y compraba lo que le venía en gana sin reparar en las cifras con las que llenaba los cheques.
Sin embargo es justo decir que a esa época de esplendor ayudaron diversos factores. Primero, el pico de forma que por entonces alcazaban Cech, Terry, Lampard y Drogba, o lo que es lo mismo, la columna vertebral de un equipo. Segundo, la mala situación de los demás. Salvo el United, omnipresente; el Liverpool intentaba encontrarse a sí mismo, un Arsenal con los bolsillos vacíos sobrevivía con lo puesto, el Tottenham usaba a los grandes como espejo en el que mirarse y el City... bueno, eran unos tipos de azul celeste que estaban ahí, en Manchester.
El Chelsea ofrecía buenas cosas, daba una buena imagen. Pero tampoco arrasaba. Se valía de la solvencia y la consistencia para sacar sus partidos adelante con los alardes justos y la efectividad inherente en un club que se permitía todos los caprichos posibles. Y a decir verdad nada ha cambiado demasiado.
Ante el dilema que supone renovarse o morir los capitalinos parecen haber optado por el harakiri como forma de vida. Dejarse llevar parece estar de moda en Stamford Bridge. Y me resulta arriesgado tratar de buscar culpables cuando en el fondo es la apatía y la falta de ambición el principal enemigo del vestuario.
Lampard ha ido disolviéndose en la mediocridad, Terry pasa más tiempo en las portadas por vergonzosas escenas extradeportivas que por lo que hace en el césped, Drogba hace la guerra por su lado y cada vez se encuentra más pasado de todo. Solo Mata, con ganas de comerse el mundo, es capaz de ofrecer algo diferente con el esférico en los pies. Junto a él Sturridge, que piensa en la Eurocopa, y un sorprendente Ramires, son los únicos están dando la talla con la camiseta azul.
Hasta Torres parece haberse contagiado de la tristeza que inunda a todo lo que tiene que ver con el Chelsea. Ya son 19 horas sin marcar. Solo ha visto puerta cinco veces desde que llegara el invierno pasado procedente del Liverpool. Tiene cara de sufrimiento sobre el pasto por la mezcla entre su mala racha y lo umbrío del páramo en el que se mueve.
Andre Vilas Boas, para mi gusto el entrenador con más futuro de Europa, anda perdido y sin rumbo renunciando a su estilo propio por intentar rememorar aspectos del que un día fue el dueño y señor del club, a la sazón su mentor. En un vestuario de gallitos su cacareo suena bajo y se pierde en el horizonte. La aventura le viene grande no por no estar capacitado sino porque la vieja guardia parece tener la mente en otro lado.
Todos sus ojos están puestos en Madrid, en ese hombre que un día sacó de ellos sus peores instintos. Quieren recuperar esa tensión, ese hambre, esa atmósfera cargada de puertas a dentro. Quieren volver a creer que pueden hacer algo grande. Y a día de hoy solo ven capaces de recuperar ese espíritu con el viejo capitán del barco. Será verano de marejada.
lunes, 6 de febrero de 2012
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2 comentarios:
Muy buen artículo, llevas razón y además me gusta cómo lo has contado. Y es que es así, al Chelsea le salva el hambre de Mata, Sturridge y Ramires, el resto están a verlas venir
Villas Boas aún no tiene forjada esa autoridad que se consigue mediante dos formas. La primera mediante confianza desmesurada en uno mismo y estrategia impecable para ganársela. La segunda mediante títulos y más títulos ganados (a pesar de los éxitos con el Oporto). El vestuario del Chelsea necesita a un jefe autoritario, que quite la relajación de los pesos pesados. Este Chelsea da la impresión de mucho 'mariconeo' en el sentido de que parece que lo basa todo en intentar jugar elegantemente. Lo peor es que no consiguen ni siquiera jugar como intentan. Pinta mal la cosa esta temporada, y en verano, si quieren volver a llevar a Mourinho el costo de la operación será importante, entre el finiquito de Villas-Boas y la bonificaciómn al Real Madrid
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