Cuando Kalusha Bwalya, cuya historia ya hemos contado en este blog, levantaba el pasado domingo la Copa África, una bomba de emociones se activaba dentro de él. Allí estaba, llevando al cielo el trofeo de campeón continental en Gabón, el mismo país donde perdieron la vida en trágico accidente de avión todos sus compañeros en la que era, hasta el momento, la generación más brillante de Zambia.
Junto a él los hombres que obraron el milagro. En un plano menos protagónico Hervé Renard, ese hombre serio que irradió confianza durante todo el torneo, con un aspecto físico y unas poses más propias de una pasarela que las que se esperan de un técnico en las batallas que se libran sobre los térreos céspedes africanos.
La mezcolanza de historias personales era digna de un cuadro, de una película hollywoodiense. Leía el otro día en una entrevista a Héctor Alterio en la revista "Panenka" que la mejor película de fútbol aún está por escribirse. He aquí un buen guión. Brad Pitt como Renard, Morgan Freeman en el papel de Bwalya, Denzel Washington más contundente y con las facciones más duras en la piel de Katongo... y todo desde el punto de vista de uno de esos directores capaces de conmover con sus relatos humanos.
Porque la humanidad es lo que convierte este milagro en diferente. Un superviviente que no viajaba en un avión siniestrado tras quedarse en casa por lesión y que se obsesionó con reconstruir el país futbolísticamente hablando primero como seleccionador y luego como presidente.
Una plantilla sin aspiraciones que llegaba como víctima propiciatoria y que poco a poco fue creyendo en sí misma. Que sabía que solo podría volver a Gabón si llegaba a la final. Que celebraba todos sus goles en una piña, bailando alegremente y con una sempiterna sonrisa en el rostro.
Un director de orquesta que, tras abandonar en un primer momento al equipo escuchando los cantos de sirena de Angola, volvió para terminar el trabajo empezado. Un tipo de rostro serio que apelaba al corazón de los suyos, que había deambulado por las categorías más bajas del fútbol galo y había aceptado ser segundo en China.
Si bien en otros torneos no siempre se recuerda al campeón sino al que mejor fútbol practicó o al futbolista que se dio a conocer al mundo, en este caso no queda duda. Incluso si el sueño finalmente no se hubiera cumplido, la victoria previsible de Costa de Marfil habría quedado en ancdótica.
Los "elefantes" son sin duda los grandes derrotados de esta edición. Ausentes Egipto y Camerún y solo con Ghana en el horizonte, este parecía ser su año gracias al potencial ofensivo y a la solidez que estaban demostrando en la zaga, algo poco habitual en territorio africano. Sin embargo los penaltis volvieron a castigarles con crueldad.
Una pena máxima que también tuvo que pagar uno de los mejores futbolistas del torneo, sin duda el jugador revelación. Tras comenzar su carrera dando palos de ciego, Aubameyang, travestido físicamente de Neymar, eligió su casa como el mejor escenario posible para gritarle al mundo que vale para el negocio.
Él y su combinado llegaron a cuartos al igual que Guinea Ecuatorial, el otro anfitrión. Con un plantel repleto de jugadores procedentes de las categorías más modestas del fútbol español, se sobrepusieron a una situación convulsa tras el despido de Metsu y lejos de dejar su casillero a cero terminaron como segundos de grupo por detrás del campeón y solo pudieron ser apeados por el finalista. Actuación sin duda más que digna.
Algo que no pueden decir un combinado que hizo uno de los ridículos más espantosos que se recuerdan en la Copa África. Senegal llegaba como una de las alternativas y se marchó sin un solo punto, lamentable cifra a la altura de Níger, Botsuana y Burkina Faso. Con una delantera que asustaba, todos pensaron más en sus clubes que en la elástica nacional.
En un escalón por encima de lo penoso de Senegal pero con un suspenso en las notas igualmente, estuvo Marruecos. Con ellos quedó demostrado que tener técnica sirve de poco si no se arrima el hombro. En los momentos clave de los partidos importantes sus jugadores no tuvieron la solidez suficiente y acabaron cayendo a las primeras de cambio. Aún queda trabajo por hacer.
Por lo demás, lamentar que una vez más la fiesta se tornó en luto como sucediera en Angola. En aquella ocasión fue el atentado contra la expedición de Togo. Esta vez el drama acontecido en un estadio egipcio, a kilómetros de distancia pero contemporáneo a la cita. Ojalá que el año que viene (a partir de ahora se jugará los años impares y para cambiar el ciclo hay que repetir) en Sudáfrica no haya que hablar de hechos luctuosos y sí del deporte rey, que cada vez es más grande en África.
jueves, 16 de febrero de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario