lunes, 11 de abril de 2011

Schaaf, patrimonio del Werder

Hay tipos de esos cuya existencia va irremediablemente ligada a la de un club alcanzando un grado de simbiosis tal que uno no podría entenderse sin el otro y viceversa. Lamentablemente es una cultura que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo y que pocos clubes mantienen en Europa.

Sin embargo a pesar de todo aún hay espacio para la esperanza. Difícilmente se puede imaginar alguien un Manchester sin Ferguson, un Arsenal en el que Wenger no cose y descose a su antojo, una Roma o una Juventus sin sus "capitanos" Totti y Del Piero... Y por supuesto un Werder Bremen sin Thomas Schaaf.


Quizás este último sea uno de los casos a los que menos importancia se ha dado por eso de que los alemanes, sin ser un equipo de segunda, no llegan al nivel de uno de primerísima fila. Pero de entre todos probablemente es el más destacado y relevante de los pocos que quedan en el Viejo Continente.


Las cifras lo explican mejor que nadie. El ahora técnico alemán tiene 49 años. De ellos 38 los ha pasado en el Werder Bremen. Desde que entrara en la cantera con 11 primaveras sólo ha vestido otra camiseta en su carrera, la de la selección alemana sub-21 en un par de ocasiones, una infidelidad por todos permitida.


Por exponerlo de forma más clara. Schaaf ha estado como jugador o como miembro del staff técnico en todos los títulos ganados por el Werder en su historia salvo en una solitaria Liga conquistada a comienzos de los 60 y una DFB Pokal de aquella década. Con él han compartido vestuario algunos de los mejores futbolistas que alguna vez han vestido la mítica elástica y por sus manos pasaron infinidad de canteranos durante 12 años.


Una etapa en las inferiores que demuestra su compromiso con la entidad, pues los ocho primeros años los alternó con sus participaciones como defensa en el primer equipo. Él ha visto crecer todo. Ha sido el alma y la cabeza de los proyectos emprendidos desde el año 99, cuando se sentó en el banquillo tras la destitución de Félix Magath.


Era su primera experiencia en la Bundesliga y llegaba en una situación de alarma, con el fantasma del descenso amenazando peligrosamente. Lejos de bajar a segunda, Schaaf consiguió además ganar la primera de sus tres Copas. La piedra basal de lo que es hoy una magnífica estructura en la que se mezclan prometedores jóvenes repletos de clase y veteranos capaces de tirar del carro.


Temporadas de paz y bonanza en los que se han disputado cinco Champions consecutivas y una final de la UEFA, en los que se ha ganado una Liga, en los que se ha realizado una importante aportación en materia de futbolistas a la selección alemana, en las que se ha visto un fútbol ofensivo de manicomio, una orgía de goles y espectáculo aunque el equipo cayera derrotado... Más de lo que muchos hubieran soñado cuando el equipo caminaba por el fino alambre de la crisis institucional.


Y sin embargo, a día de hoy, Schaaf está cerca de ser engullido por el monstruo que él mismo ha creado. En la que probablemente sea la peor temporada desde que está al frente de la nave ya han salido las primeras críticas al modelo, críticas de un grupo de insatisfechos con aires de grandeza que quieren que su equipo ahora sea un puntero de Europa.


Críticas por supuesto injustas hacia un hombre que ha dado literalmente su vida por el club. Su infancia, su adolescencia, su juventud, su madurez... toda. Es innegable que el Werder ahora no anda bien, que sólo es capaz de mantener una ventaja de seis puntos con el descenso, que mete pocos goles, que este año no probará las mieles continentales...


Pero hasta el mejor maestro tiene un borrón y más si tu estrella se marchó a última hora el pasado verano sin que tuvieras apenas margen de maniobra. La papeleta de Schaaf es a día de hoy complicada. La afición, de memoria corta, que olvida que este año han podido ver Champions en el Weserstadion, comienza a pedir su cabeza exigiendo una cara nueva.


Como esos futbolistas que han jugado cientos de partidos, como esos presidentes que murieron con las botas puestas, como esos utilleros que llevan transportando balones de generación en generación, Schaaf merece irse cuando a él le de la gana. Cuando se canse, cuando piense que debe retirarse a un pequeño chalet en la montaña para escribir sus memorias. Aunque el equipo baje a segunda, aunque pase tres años sin viajar más allá de las fronteras alemanas. Se lo ha ganado a pulso. Bremen nos lo debe a aquellos que aún creemos en el romanticismo futbolístico.

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