Si hace un par de años me hubieran preguntado por qué equipo de la Bundesliga sentía simpatía jamás hubiera hablado del Hannover 96. Siempre lo consideré un club insulso, de esas plantillas tibias de la zona media que ni pinchan ni cortan, de esas cuyo único objetivo es no pasar apuros a final de temporada y si suena la flauta colarse en Europa de rebote aprovechando el descalabro de un grande.
Sin embargo todo ha cambiado. Donde dije digo ahora digo Diego. Alguno me tachará de incogruente y oportunista, lo asumo. Pero para ser sinceros... ¿Quién no siente admiración hoy por el conjunto de Niedersachsen?. Resulta complicado aislarse del milagro que está perpetrando en estos momentos y del contexto en el que llega.
Una corta historia que comenzó trágicamente el 10 de noviembre del año 2009, cuando el equipo saltaba a las portadas de los periódicos de medio mundo por el único motivo por el que no hubiera deseado: el suicidio de un compañero. Un suicido, el de Robert Enke, que nadie hubiera esperado. Guardameta titular de la selección alemana, hombre tranquilo que se encontraba en la cúspide de su carrera, venció infinidad de batallas sobre el campo pero no fue capaz de ganar la que mantenía consigo mismo tras la muerte de su hija en el año 2006.
Por aquél entonces el Hannover ocupaba su hábitat natural en la tabla, la zona templada; con diez puntos en ocho partidos. A cinco de los puestos de Europa League y a cinco de los puestos de descenso. La desgracia cambió las tornas y el plantel acusó, como no podía ser de otra forma, el tremendo palo psicológico que supuso el fallecimiento de su estrella.
En los campos de Alemania se veía cada fin de semana a once almas en pena corriendo sin ilusión detrás de un balón. Al joven Florian Fromlowitz, sustituto de Enke bajo los palos, los guantes le pesaban como si fueran de cemento armado. El equipo perdía por inercia un partido tras otro sin que nadie buscara más explicación que la bofetada anímica.
Ni siquiera la drástica decisión de destituir a Andreas Bergmann -el técnico que había tenido que lidiar con todo el drama en el vestuario- después de sumar un punto en seis partidos parecía haber surtido efecto. Su sustituto, Mirko Slomka, encadenó siete derrotas seguidas. Es decir, a comienzos de marzo el Hannover sólo había conseguido un punto de 39 posibles. Treinta y dos goles en contra y nueve a favor desde la pérdida de Enke. A tres puntos de la permanencia, con diez jornadas por jugarse y una dinámica más que derrotista.
Y entonces, sin saber muy bien cómo, todo cambió. El Hannover viajó a Friburgo en un duelo directo por evitar el descenso. Era una de esas tardes destinadas a la épica en las que la nieve hizo acto de presencia convirtiendo el terreno de juego en un patatal. Diez minutos de locura que empezaron con el primer gol visitante anotado por Elson, que contuvieron el empate local obra de Abdessadki y que terminaron de forma gloriosa, justa, con un gol en propia puerta del senegalés Papiss Demba Cisse tras peinar con la cabeza una falta.
La primera victoria que poder dedicarle a Enke, la bofetada de realidad que necesitaban los jugadores, el punto de inflexión en la tragedia. Ese día en el que todos olvidaron el pasado y recordaron que sabían jugar al fútbol, que cada fin de semana se recorrían Alemania entera para demostrarlo.
No eran tres puntos decisivos para la competición pero si necesarios para el alma de la plantilla. El triunfo la semana posterior contra el Eintracht de Frankfurt en el AWD Arena no hizo sino reafirmar que el Hannover había vuelto, que había recuperado sus ganas de competir y que la Bundesliga volvía a tener semanas después dieciocho equipos.
Sin embargo no valía solo con eso para salvarse y más cuando el calendario anunciaba la llegada de Suttgart, Colonia (que peleaba por mantenerse), Hamburgo, Schalke 04, Bayer Munich y Bayer Leverkusen de forma consecutiva. Las derrotas en los dos primeros envites parecieron minar la moral de los jugadores. Sin embargo las tablas en el Imtech Arena y de nuevo diez minutos mágicos (dos goles entre el 80 y el 90), esta vez ante los del Gelsenkirchen, devolvieron una fe y una ilusión que igual que llegaron parecieron esfumarse en los dos siguientes choques, donde perdieron 7-0 ante los muniqueses y 3-0 ante el equipo de la aspirina.
A pesar de todo el fútbol fue justo con ellos y les permitió llegar a falta de dos jornadas con opciones. Si vencían al Borussia de Moenchengaldbach y al Bochum lograrían al menos evitar el descenso directo y disputar los playoffs. Si además el Nuremberg no ganaba sus dos partidos, lograrían la salvación matemática.
Con toda Hannover metida en el en el estadio, el primer match ball ante un rival que no se jugaba nada se solventó con un contundente 6-1. Así pues el desenlace de la auténtica novela de terror del Hannover quedaría para la última jornada. Y el destino, por primera vez en mucho tiempo, les sonrió. El Dios del fútbol consideró que la plantilla ya había sufrido bastante y les obsequió con una cómoda victoria por 0-3, una victoria tremendamente emotiva por todo lo que supuso.
Llantos, dedicatorias al cielo... el éxtasis, probablemente el mejor día en la vida profesional de muchos de los futbolistas que obraron el milagro. Al menos hasta ese momento. Algunos decidieron marcharse en verano y retirarse a lugares más tranquilos, huir como héroes considerando que ya habían sufrido bastante. Borrar de su mente aquella temporada y empezar de nuevo en otro lado.
Otros se quedaron incapaces de abandonar un club que les había marcado tanto, en el que la experiencia vivida les había hecho crecer futbolísticamente cuatro o cinco años. Un club en el que eran cabeza de ratón, el que representaba a una ciudad que se lanzó en masa a la calle durante el funeral de su compañero como solo sucediera en Alemania con el canciller Adenauer.
Y contrariamente a lo que la mayoría pensaba, acertaron. Quizás porque les empuja el espíritu de Enke desde el más allá, quizás porque ahora pueden hacer algo grande por él sin que medie la presión, quizás porque la desgracia les ha hecho con el tiempo más fuertes o porque han vivido más cosas que el resto de sus oponentes, el caso es que hoy el equipo está en puestos de Liga de Campeones a falta de tres jornadas para que termine la Bundesliga.
Futbolistas como Cherundolo, que hace año y medio estaban al frente de la comitiva que portaba en el césped el féretro de su compañero, están hoy ante la gran oportunidad de sus vidas. Jóvenes como Manuel Schmiedebach, que vivieron todo entrando en la veintena, hoy ya son hombres. Jugadores como Schlaudraff, que trataban de buscarse a sí mismos y de colocar sus ideas, han madurado. Delanteros semidesconocidos como Didier Ya Konan o el recientemente llegado Mohammed Abdellaoue, tienen ya un cartel en el Viejo Continente y son seguidos por ojeadores de clubes importantes. Quizás después de todo el esfuerzo no sean capaces de ganar el billete a la máxima competición europea pero al menos se habrán ganado un hueco en el corazón de los aficionados de medio mundo. Es el milagro de Hannover.
lunes, 25 de abril de 2011
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