martes, 6 de mayo de 2014

En manos de la carroña

La resaca de la final copera en Italia tiene mucho de malestar general y poco del regocijo por haber vivido una noche que mereció la pena. La culpa no es de lo visto sobre el césped, donde el Nápoles se impuso por 3-1 a la Fiorentina, sino de lo que sucedió en las calles de Roma primero y en las gradas del Olímpico después.

Un espectáculo de luz de bengalas y sonido de disparos que retrasó el comienzo del partido tres cuartos de hora, recordando al mundo el proceso de podredumbre que vive el fútbol italiano. Impasibles y con las cervezas ya calientes, aquellos que se sentaron en el sofá presenciaban un vodevil en el que los protagonistas mendigaban en directo su trabajo ante los que en buena lógica solo deberían estar allí para aplaudirles o abuchearles.

Una vergüenza nacional ante la que todos se lavan las manos varios días después como si nada hubiera pasado, como si los prolegómenos pudieran equiparse a la actuación de unos niños cantores o unos saltimbanquis disfrazados con trajes étnicos. La culpa es efervescente y el relato se ha unificado para que no rueden cabezas. Ni los ultras decidieron cuándo se jugaba ni la policía se plegó a sus designios. Difícil creer algo así viniendo de la boca de un individuo apodado "El carroña".

Incluso siendo cierta su versión, con la que coincide también el Ministro de Interior Angelino Alfano, verle
atendiendo en audiencia a Hamsik y más tarde subido a una valla con aires triunfalistas como si fuera el César da a entender que nada ha sucedido sin pasar antes por sus oídos. Que él y sus secuaces mandan, dirigen y ejecutan.

Al final consiguió lo que quería, posar para la cámara sacando pecho mientras levantaba la barbilla. Y hacerlo además con una camiseta de apoyo a Antonino Speziale, ultra condenado a ocho años de cárcel por acabar con la vida del policía Filippo Raciti al lanzarle un lavabo durante el derbi entre el Catania y el Palermo del 2 de febrero del 2007.

El rostro del escarnio es el de un individuo poco luminoso y con muchas sombras. Como Daniele De Sanctis, el hincha de la Roma detenido como principal sospechoso de los disparos sobre tres aficionados del Nápoles. Fue la llama que prendió el infierno. Según informan medios italianos, este último también bajó en su día al césped para hablar con Francesco Totti y obligarle a que no se jugara un derbi entre su equipo y el Lazio. 

La misma imagen en otra ciudad, en otras circunstancias. Los comportamientos anormales son ya norma y carcomen las entrañas del balompié transalpino. Estadios vacíos, asientos vedados a las familias que son reservados para las posaderas de macarras sin beneficio. El deporte rey convertido en vasallo de tiranos de barrios. Porca miseria. 

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