lunes, 1 de abril de 2013

Yo, Claudio


El peruano del Bayern Munich Claudio Pizarro firmó este fin de semana ante el Hamburgo su enésima gran actuación en la Bundesliga participando en seis de los nueve goles de los bávaros, que continúan con su plácido paseo hacia el título. Las cifras de su currículum servirían para agrandar la leyenda de cualquier futbolista, pero no la suya.

Fue en el año 1934 cuando el británico Robert Graves se decidió a publicar una de esas grandes historias que si no fuera por la curiosidad innata de los hombres seguramente habría quedado sepultada por toneladas de polvo. Con el tiempo esa autobiografía ficticia basada en un personaje que fue de carne y hueso se convirtió en un clásico. El indeleble sello de calidad de la BBC la llevó a la televisión en 1976 y diferentes listas la posicionaron entre las cien mejores novelas escritas en inglés durante el siglo XX.

Había motivos para ello. Al margen de la buena mano de Graves para juntar letras, "Yo, Claudio" cautivó a los lectores porque ponía los entresijos del poder romano en boca de Claudio; un perdedor al que sus familiares alejaron de la vida pública debido a sus taras físicas, pero que acabaría convirtiéndose en emperador rondando los cincuenta gracias a su capacidad para sobrevivir pasando desapercibido.

Algo semejante sucede con otro Claudio, este de apellido Pizarro y futbolista de profesión. Embutido en una figura alta y desgarbada, su perfil no es de los que suelen llamar la atención sobre un césped. A sus treinta y cuatro años cumple su decimocuarta temporada en el máximo nivel del fútbol europeo, tiempo suficiente para ser al menos reconocido entre los expertos como uno de los mejores del mundo.

Y sin embargo nadie parece haber ponderado su aportación al deporte rey y en concreto a una de sus competiciones más potentes como es la Bundesliga, a donde llegó procedente de su Perú natal para desmontar cualquier tipo de mito acerca de los problemas de adaptación de los futbolistas sudamericanos a territorios desconocidos.

No necesitó hablar alemán para marcar quince goles en su campaña de debut con el Werder Bremen ni para aumentar esos guarismos a veintitrés en la segunda. Suele ser habitual, y su caso no fue la excepción, que cualquiera que asoma la patita en el balompié germano es llamado inmediatamente a las filas del Bayern Munich.

Convertido en secundario, mamó de los pechos de Elber cuando este daba los últimos coletazos en el club y pese a que a veces contaban con él para el once inicial, se resignó a su papel de bombero en situaciones de emergencia. Mientras las cámaras enfocaban a compañeros como Effenberg o Kahn, alemanes que parecían hechos en cadena para lucir con brío el traje típico en el Oktoberfest mientras se hacían acompañar de voluptuosas mujeres con menos ropa que carne para lucir; Pizarro se dedicaba a meter goles con total discreción.

Cansado del oropel y el ninguneo se permitió quizás su única licencia en muchos años, la de pedir más dinero cuando escuchó el tintineo que emitían los rublos puestos al servicio del Chelsea por el ruso Roman Abramovich. Frente a su virtud para pedir estaba la apuesta del Bayern por no dar personificada en la figura de Karl-Heinz Rummenigge, que le cerró las puertas con una frase cuanto menos contundente: "Cualquier persona que quiera ganar tanto como Shevchenko, es mejor que empiece a jugar como Shevchenko".

Hasta para eso resultó sumiso Pizarro, que en Londres pareció experimentar un declive pronunciado en paralelo al vivido por el ucraniano. Su apuesta personal por repoblar de nueves puros el fútbol inglés resultó un fracaso y en cuanto pudo cogió avión de vuelta rumbo a Alemania aceptando vestir de nuevo la camiseta del Werder.

Nada cambió ni ha cambiado desde entonces. En su hábitat natural, conserva su fama de panzer inmisericorde con el área rival. Lo siguió siendo con el blanco de un Werder cuya decadencia silenciaba sus gestas relegándole a un plano residual y lo sigue siendo desde que el pasado verano aceptara regresar como tercer delantero al Bayern Munich, esa familia que le escondía como al protagonista de la novela.

Sus cuatro goles contra el Hamburgo serán papel mojado cuando la plantilla levante a no mucho tardar el trofeo de campeón. Los fotógrafos buscaran entonces la sonrisa de Mario Gómez y de Mario Mandzukic, los dos jugadores que compiten con él por el puesto, sin mencionar que el peruano hace un tanto cada setenta minutos que está en el campo mientras ellos necesitan casi un partido o un partido y medio para igualar ese registro.

Tampoco recordará nadie que es el máximo goleador de su país en el fútbol europeo ni que es el tercero en la lista de anotadores sudamericanos en las competiciones internacionales del Viejo Continente solo por detrás de Messi y Di Stefano. Pasarán por alto, por supuesto, que desde que llegó a Alemania ha promediado con sus equipos más de diez goles por temporada hasta convertirse, con mucha diferencia ya, en el máximo goleador extranjero en el campeonato teutón. También en el que más partidos ha disputado.

Él, mientras, seguirá a su ritmo. Alejado del ruido mediático después de asumir que en el fútbol hay sobrevalorados e infravalorados y que a él le ha tocado ocupar un puesto de privilegio entre los segundos, se permite de vez en cuando paladear bocaditos de gloria. El último le sabe a caviar. Desde el pasado sábado se encuentra entre los diez futbolistas que más goles han transformado en la historia del campeonato nacional apeando de esa lista, curioso el destino, a Karl Heinz-Rummenigge.

1 comentario:

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