lunes, 27 de agosto de 2012

El rey de los burros



Hay ocasiones en las que un jugador y un club parecen destinados a cruzar sus caminos. La providencia les junta y ellos se encargan de retroalimentarse hasta lograr el éxito coral e individual. De hecho la sociedad acaba resultando tan fructífera que no se puede entender al uno sin el otro. Futbolistas que en otro lugar probablemente acabarían diluidos y olvidados, se convierten en los sumos hacedores de grandes gestas a pequeña escala.

Hubo un tiempo, no muy lejano, en que los aficionados del Hellas Verona decían que habría un derbi con el Chievo en Serie A "cuando los burros volaran". Por entonces este equipo de barrio, que tiene más abonados en las gradas que habitantes en la zona, jugaba en C1 y compartía Bentegodi con el hermano rico.

Ayer los "Mussi volanti", como se les conoce por aquella frase, arrancaron su décima campaña en la máxima categoría. El estreno llegó en la 2001-2002 y fue la única vez hasta la fecha en la que se vivió un "Derbi della Scala" en la lucha por el Scudetto. En la localidad de "Romeo y Julieta" no lo sabían pero aquellos duelos iniciaron un cambio de paradigma.

Mientras que los vecinos se han visto condenados al ostracismo desde entonces, ellos solo bajaron de escalón en una ocasión y enmendaron el error con un ascenso la temporada siguiente. Incluso llegaron a disputar la fase previa de la Liga de Campeones beneficiándose del inefable Calciopoli, un sueño efímero del que les despertó pronto el Levski Sofía.

En todos aquellos momentos, en los buenos y en los malos, siempre estuvo un tipo achaparrado con poca pinta de futbolista. Llegó en el año 2000 pero el debut en la Serie A lo vivió defenestrado en el SPAL ante la falta de sitio para él en la plantilla.Sin embargo logró desquitarse, coger un vuelo de vuelta el curso siguiente y conquistar a la grada. Primero fue el cortejo, luego el amor eterno. Ha ganado atractivo desde que está emparejado pero aún así ha rechazado al resto de novias que han intentado tirarle los tejos.

Convertido en un hombre formal, es el futbolista que más veces ha vestido la camiseta. También el que más goles ha metido y el que más le ha regalado a sus compañeros. Ayer, en la cita con el décimo aniversario, no volvió a fallar. Con su 1,75 entró como un avión al primer palo para anotar de cabeza el primer tanto ante el Bolonia. Luego inició una carrera frenética con los músculos tensos, cara de furia y un grito de rabia en la boca. Marca de la casa, sello personal de Sergio Pellissier.

Es el gesto habitual de un delantero que se toma cada gol y cada balón como si fuera el último, que se deja la vida. Corre hasta el hastío, desespera a las defensas, aprovecha el más mínimo error para castigar sin piedad al rival. Sin tener la clase de otros, suple sus carencias con esfuerzo y sacrificio. Y así, jornada a jornada, ha ido abriéndose camino en el fútbol. Sus diez goles de media por temporada son los que marcan la diferencia entre la zona tranquila a la que se ha habituado el Chievo y el descenso. Cuando el equipo pisó la Serie B se quedó y marcó veintidós. Es un soldado desconocido que solo se ha enfundado una vez la elástica nacional. Y cayó de pie, marcando un gol.

Orgulloso de ser pequeño en un equipo que hasta hace poco era minúsculo, los pasajes más brillantes de la historia del club se escriben con su tinta. Es el amuleto, un ídolo terco como el burro que siempre acompañó de forma despectiva a la entidad.  No será Pelé, quizás no esté entre los 100 mejores puntas que han pasado por el Calcio. Pero poco le importa a su afición. Hace tiempo que está en deuda con él.

1 comentario:

Álvaro L. dijo...

Curiosa la historia del Chievo, ya hice mención de ello en mi blog sobre el derbi de la Scalla y el mote de los burros voladores. Una pena que no encontrara las imágenes para haberlo enlazado.

Al club, de todos modos, le falta tradición y es que no deja de ser un equipo de barrio dentro de una ciudad que sigue al Hellas.