lunes, 6 de agosto de 2012

Una medalla al cambio

"Este mes hemos recibido ocho cupones de racionamiento. De­safortunadamente, para los primeros quince días sólo dan derecho a legumbres, en lugar de a copos de avena o de cebada. Nuestro mejor manjar es el piccalilly. Si no tienes suerte, en un tarro sólo te vienen pepinos y algo de salsa de mostaza. Verdura no hay en absoluto. Sólo lechuga, lechuga y otra vez lechuga. Nuestras co­midas tan sólo traen patatas y sucedáneo de salsa de carne".

Esto escribía Ana Frank en su famoso diario el 15 de abril de 1944. Ese mismo día nacía en Kyoto Kunishige Kamamoto. Desconocido para la mayoría fuera de las fronteras de Japón, es considerado por muchos de sus compatriotas como el mejor jugador de la historia del país. A redactar su leyenda ayudó una destacada participación individual. Sucedió en los Juegos Olímpicos de México 68.

Kamamoto, que vinculó toda su carrera al Yanmar Diesel (actual Cerezo Osaka), anotó siete tantos en aquel torneo y ayudó a los nipones a conseguir la medalla de bronce. Esa fue una generación marcada por la guerra, en la que el más joven, Eizo Yuguchi; había caído en el mundo apenas un mes antes del estallido de las bombas atómicas. Algo parecido sucedió con Ikuo Matsumoto, alumbrado el 3 de hoviembre de 1941, a solo treinta y cuatro días del bombardeo de Pearl Harbour.

Hijos de la adversidad, del conflicto; crecieron en un país donde el deporte rey apenas tenía predicamento con unas limitaciones impropias de otra época. Fueron en resumen unos hombres hechos a sí mismos que lograron alcanzar unos Juegos y, lo que era más difícil, colgarse una medalla al cuello. Fue un hito que ha cobrado si cabe más importancia con el paso del tiempo. De hecho han sido necesarios 44 años (once olimpiadas) para que un combinado asiático vuelva a subirse a un podio.

Sucederá en Londres gracias a que, y esto es otro obstáculo superado, dos representantes de la zona jugarán las semifinales. Japón y Corea han alcanzado la penúltima ronda contra todo pronóstico y se disputarán la carrera por el oro contra Brasil y México respectivamente. El premio menor será una pelea por el tercer y cuarto puesto, el mayor, la gloria. No tienen nada que perder pues ya han hecho más de lo que se les pedía.

Japón llega en un estado de forma ejemplar. Tras fallar lo indecible contra España y dominar a los de Luis Milla de principio a fin, aún no han encajado un solo tanto y afrontan el choque contra los centroamericanos con la moral por las nubes tras la contundente victoria ante Egipto. Todo un éxito que se extiende a la categoría femenina, donde las niponas serán una de las contendientes en la final.

Menos posibilidades tiene Corea, que se mide a la todopoderosa Brasil. Eso sí, aún no conocen la derrota y entre las muescas de su revólver se encuentra la aspirante Suiza y la anfitriona Gran Bretaña; a la que castigó en la lotería máxima de los penaltis. No se recordaba algo así en la nación desde el Mundial de 2002, donde Byron Moreno y Al Ghandour arrimaron el hombro para escribir lo que acabó siendo un cuento chino.

Independientemente de lo que suceda, Asia ya ha ganado. Más allá de la presea, los Juegos sirven para confirmar que dos de las grandes potencias tienen unos cimientos más que fiables para seguir con sus proyectos de crecimiento. Además cada vez se aprecia más orden y menos anarquía, ese gran defecto que siempre les ha acompañado. Quizás estemos ante un punto de inflexión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si Mexico es centroamerica y aplicamos esa regla de 3 entonces España es Africa ?