El lifting de la "Vecchia signora"

Desde la bofetada anímica, deportiva e institucional que para la Juventus supuso el escándalo del Moggigate, en Turín ha sido necesario tocar muchas teclas hasta dar con la sinfonía adecuada que devolviera los títulos a unas vitrinas para nada acostumbradas a coger polvo. Se probó de todo con mayor o menor éxito y cuando parecía, a tenor de las dos campañas pasadas, que el rumbo se torcía definitivamente, la Vecchia Signora se ha levantado de su poltrona para volver a sentirse joven.

Ha sido un salida del coma repentina, indolora. Como ese hijo que se escapa de casa y vuelve a los cuatro meses, sin dar explicaciones, preguntando qué hay de comer; con la naturalidad del que nunca dijo un adiós. De un año para otro se ha producido una transformación que descontextualizada solo se entiende desde la grandeza inherente en aquellos que están destinados a escribir, con su pluma, la historia del fútbol.

Sin embargo sería injusto y hasta grosero fundamentar este cambio exclusivamente en el peso del escudo y el nombre. Hay algo más, por supuesto, detrás de todo ello. El "milagro" tiene varias razones pero de todas hay una que destaca por su evidencia: El mejor camino hacia el éxito es sentar de nuevo las bases del modelo que un día te ayudó a conseguirlo.

A lo largo de las últimas campañas se han realizado todo tipo de arabescos y florituras en los despachos cuando en el fondo el modo más directo de lograr el triunfo pasaba por juntar en una plantilla a jugadores hambrientos de él, resguardados en el paraguas de un hombre que lo saboreó con esos colores cuando el cobertizo que recogió en verano era una mansión.

Alguien que además aprendió de Lippi, el artífice de la gran Juventus y al mismo tiempo de la conquista mundial de Alemania, donde vistieron la elástica nacional algunos de los futbolistas que ayer levantaron el Scudetto. Porque ese es precisamente otro de los puntos claves, la principal fortaleza y al mismo tiempo un futurible talón de Aquiles: El núcleo fuerte del vestuario lo componen italianos, la mayoría de ellos veteranos en mi batallas.

A sus 24 años el chileno Vidal (uno de los pocos foráneos), que en el campo se maneja como un centrocampista de cuarenta por su capacidad para estar siempre en el sitio adecuado, es el titular más joven de un grupo en el que Pirlo es el timón, el eje y el cerebro superada la treintena. Esta ha sido sin duda la temporada de su reivindicación. Es el que más minutos acumula del equipo y de sus botas siguen saliendo gotas de ese perfume maravilloso que ha destilado durante su carrera. Sin embargo la dependencia es demasiada y el frasco no puede estar lleno siempre. De hecho es complicado adivinar cuándo puede llegar su bajón.

Difícil encontrarle un sustituto como difícil será hallarlo para Alessandro Del Piero, no ya en lo futbolístico sino en lo icónico. Llegó con el club en lo más alto y ahí lo deja después de numerosas vicisitudes. Vio demoler el antiguo estadio y construir el nuevo. Vio pasar a Zidane, a Cannavaro, a Trezeguet... es un superviviente, el ejemplo a seguir para muchos otros.

Un espejo en el que podría mirarse, por ejemplo, Chiellini. A sus 27 años este central cuyo rostro avejentado se asemeja al de un estibador o un guerrero puede ser uno de los puntales de la entidad en un futuro incierto. Incierto porque la Juventus ha demostrado que con este elenco le llega más que de sobra para conquistar un trofeo nacional (quizás dos si además levantan la Copa) de momento manteniéndose invicto. Pero las cincunstancias son "engañosas".

Sin la presión y el cansancio que supone disputar al mismo tiempo una competición europea todo es más fácil. Habrá que ver qué sucede ahora que todo vuelve a los cauces normales y que la Champions League asoma en el horizonte. La primera piedra de la reconstrucción ya está puesta. Ahora toca observar como crece el edificio. Si todo es fruto de la casualidad o si la Juve vuelve a ser temible lo dirá el tiempo.