Sin duda había un buen grupo de ojeadores detrás de ese proyecto. No obstante de vez en cuando tomaban decisiones inexplicables. Por ejemplo la de evaluar a nuestro protagonista de hoy como uno mejores futbolistas del juego mientras militaba en las filas del Southampton, algo solo justificable por su pasado más o menos ilustre en el City cuando el equipo de Manchester ni siquiera soñaba remotamente con la llegada de un jeque e incluso pisaba la segunda división.
Nacido en Alemania del Este, la mala balompédicamente, llegó a jugar con la selección antes de la unificación, destacando como uno de los delanteros con mayor potencial de la zona. Tras debutar en el Lokomotive Leizpig fichó por el Magdeburgo, ciudad cuya relevancia deportiva se debe principalmente al balonmano.
Sin ser una cuna del deporte rey, le sirvió al menos como escaparate para fichar por el Dynamo de Dresden, el primer club con el que pisó la Bundesliga. El segundo sería el Nuremberg, donde fue incapaz de ver puerta en 28 partidos, racha que amplió en una cesión de nuevo al Dresden. Esas cifras hubieran espantado a cualquiera menos al City, que primero se hizo con él a préstamo y posteriormente decidió comprarlo.
Su experiencia en Inglaterra arrancó bien pero se fue diluyendo. Conocidas fueron sus desavenencias con el entrenador Alan Ball, al que llegó a atacar en público con una hiriente celebración de gol en un derbi de Manchester. Aún así decidió aguantar en el primer descenso. Cuando se consumó el segundo, rumbo a la tercera categoría del fútbol inglés, decidió que ya era demasiado.
En esas condiciones, a priori, parecía complicado dar con un destino decente. Y sin embargo lo encontró firmando por el Kaiserslautern, por entonces campeón de Bundesliga. Fue un paso breve que le llevó a disputar la Champions y poco más. El siguiente verano acababa en el Tennis Berlin y, tras la bancarrota de estos, en el Southampton merced a los esfuerzos de Glenn Hoddle.
Las lesiones y el buen momento de forma de Beattie le cerraron las puertas. Así, año y medio después, se embarcaba en una nueva aventura germana, esta vez en el casi impronunciable Unterhaching de la categoría de plata, paso previo a enfundarse la camiseta del Lillestrom noruego. Llegó entonces el momento más duro de su carrera, la lucha contra el cáncer. Venció a la enfermedad pero renunció a la práctica para centrarse en la dirección.
Con el título de entrenador en la mano comenzó su curriculum en los banquillos. La primera parada fue en el propio club nórdico, con el que alcanzó dos meritorios cuartos puestos en la competición doméstica de forma consecutiva y una final de Copa. Dichos resultados no evitaron su destitución si bien apenas tardó quince días en encontrar trabajo, haciéndose cargo del Viking. Después de lograr con ellos la tercera plaza se pasó unos meses de tranquilidad antes de aceptar el reto que suponía salvar al Molde.
Lo consiguió con buena nota pero la suerte estaba echada y, al final de campaña, fue reemplazado por Solskjaer, responsable de la consecución del campeonato este año. Entonces Rosler manifestó su deseo de volver como técnico al fútbol inglés, donde encontró acomodo en el Brentford. Con ellos ha terminado la temporada en la zona templada de la League One. Su futuro es, de momento, incierto.
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