miércoles, 16 de noviembre de 2011

Tú antes molabas

El 30 de junio de 1996 estaba en Salamanca, en casa de mi abuela. Puedo recordarlo como si fuera ayer. Era un inquieto niño de diez años que extendía su alfombra sobre el suelo y montaba dos equipos de chapas para que se batieran en duelo con un garbanzo y unas porterías de cartón. Apenas veía fútbol por la tele, solo me apetecía dibujarlo con mis dos ejércitos imaginarios

Sin embargo, asocio aquél lugar con dos hechos que me marcaron balompédicamente hablando. Uno fue la eliminación de España ante Corea. El otro, el que aconteció aquella noche en la que acabé odiando a Oliver Bierhoff. Sus dos goles frente a la República Checa, especialmente ese de oro que me supo a azufre, fueron como dos puñaladas porque en el fondo yo me sentía un checo más.

Entonces no entendía por qué. Hoy me doy cuenta de que era casi imposible no sentir empatía por aquellos tipos que parecían los guitarristas de Van Halen. Unos hombres de los que muchos hubieran dicho que habían prometido dejarse crecer el pelo cuando se creara una Chequia independiente, y ya hacía 3 años de eso.

El gesto rudo y casi adusto que reflejaban perennemente sus caras contrastaba con su forma descarada de ver el fútbol dentro y fuera del campo. Aquél equipo jugaba rápido, abría a las bandas, contaba con mucha clase en las botas de Bejbl, Poborsky, Neved y Berger. O en las de Smicer, que dos días antes del que iba a ser el partido más importante de su vida se marchó tranquilamente a Praga para casarse y, acto seguido, subirse al avión de vuelta.

No tenían presión, gozaban del favor del público como siempre sucede con el equipo revelación, Los clubes de las ligas más importantes, que les descubrieron allí al máximo nivel, les tenían ya atados para convertirles en iconos con el telón de la heroicidad de fondo. Algo así como, "ante vosotros, los mejores gladiadores de la arena europea". Eran "Los Beatles" del esférico.

Su fama fue intensa pero efímera. Gran parte de aquella generación, la que componía el grueso del equipo, se apagó buscando "El Dorado" del Mundial de Francia. Un sueño del que les despertó España, Yugoslavia y sus antiguos vecinos eslovacos, que les vencieron por 2-1 en la ida dejándoles la boca con sabor a hiel.

Escarmentados y abriendo las ventanas para que entrara aire fresco llegaron nuevos internacionales. Y de nuevo volvieron a clasificarse para la Eurocopa. Debería haber atractivo por ver qué podían hacer los vigentes finalistas, pero la memoria en el deporte rey tiene sus propias reglas. Cuando alguien hace algo importante deja de atraer a la gente, que busca nuevos héroes anónimos. Los checos ya no eran la "cenicienta", el público demandaba otra cosa.

Con el rabo entre las piernas aquél triste y semianónimo combinado se fue de Holanda y Bélgica sin más pena que gloria y caminó por el desierto, viendo el siguiente Mundial por televisión mientras construían una nueva estructura con Nedved como leit motiv. Lejos de lo que pudiera esperarse, el trabajo fue espléndido.

La reflexión trajo consigo lucidez. Los centroeuropeos llegaban a la Eurocopa de Portugal como uno de los favoritos y parecían haberse ganado de nuevo las simpatías del respetable con unas características que recordaban a las de los "melenudos" del 96. Si no ganaba España, al menos que ellos se cobraran la venganza.

Y entonces, cuando volvían a acariciar el cielo con los dedos en materia de títulos y popularidad, irrumpieron unos más feos y más rudos que ellos. Parecían no saber dar una patada a un bote y tener un geranio implantado en el recto. Pero su historia era epopéyica, heroica. Suficientemente jugosa y atractiva para venderse mejor que el fútbol-Pilsner (en analogía con el afamado rugby-champagne).

Probablemente fue en aquél torneo donde dejaron de gustar, donde el respetable perdió esa sensación de identificación. El juego cayó en picado, los últimos rescoldos de aquella noche de Londres se iban apagando. Koller y Baros comenzaron a tener el mismo atractivo que "Manolo el del bar de abajo", el de los personajes tan normales que carecen de carisma.

Ni siquiera la aparición de Cech ayudó. La República Checa y su juego ramplón se vieron castigados con la cruel indiferencia, asociados con la desagradable mediocridad. Un mal que aunque les pese, dura hasta hoy. No considerados entre los grandes equipos pero con un curriculum pasado lo suficientemente potable como para no ser unos desconocidos, esa tibieza ha ocasionado que casi todo el mundo se posicionara a favor de Montenegro en los playoffs. La realidad es que a día de hoy, no le dicen nada a nadie.

Llegan pues a la Eurocopa como unos "apestados", como un invitado al que nadie hubiera querido ver. Como ese equipo llamado a caer en primera fase. Para salir de esa situación incómoda hace falta un golpe de efecto. Por juego y por sensaciones parece imposible que algo así suceda. Claro, que en quince años se puede perder la imagen, la esencia, el encanto... pero nunca el hambre y el orgullo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha encantado recordar tus partidos de chapas, y cuando ibais al pirri a por más jajajaj, que tiempos aquellos de las mañanas en la fundación después de ver los 4 fantásticos y las tardes en el campo... un abrazo. Antonio.

George Best dijo...

Me ha gustado mucho el artículo. Yo también fui muy fan de los checos en aquellos años.

En una cosa sí estoy en desacuerdo. No creo que fuera en la Euro de 2004 donde dejaron de gustar. De hecho, en mi opinión, fue entonces cuando mejor fútbol hicieron, mejor incluso que en la mitificad Euro 96. Hasta que se tropezaron con los griegos.

Saludos.

CARLOS MATEOS GIL dijo...

@ George Best Efectivamente, un fallo mío da a entender eso que dices. Me refería a que dejaron de gustar a partir de aquél torneo, es decir, que ahí "tocaron techo" por segunda vez pero menos que la primera.