lunes, 21 de noviembre de 2011

Dos joyas, un milagro

Los nombres que últimamente ha aportado el Borussia Dortmund al panorama europeo hacen pensar que estamos sin duda ante una de las mejores canteras de Europa. Jugadores talentosos, trabajadores, disciplinados y con una depurada técnica han ido subiendo escalafones hasta el primer equipo o rumbo a otras ligas.

Un esfuerzo del que se ha visto beneficiada en gran medida la selección alemana, que cada vez recurre más a los productos de la factoría, y por supuesto el club, campeón el año pasado con un juego muy del gusto del espectador. Pero la realidad es que hasta el mejor escribano echa un borrón. Algunos más imperdonables que otros, dicho sea de paso. El cometido con Marco Reus es uno de ellos.

Nacido en la ciudad, a los 14 años ya formaba parte de las categorías inferiores del club. Parecía pues un regalo caído del cielo que bien pulido podía convertirse en el ídolo de la afición, ansiosa de ver triunfar a sus paisanos de negro y amarillo. Sin embargo algo falló. Difícil saber qué. Quizás un entrenador que decidió sentarle en el banquillo, quizás su estatura, su escasez de fuerza, su indolencia, un ojeador despistado, una mala nota en algún examen... todas esas cosas por las que se le cortan las alas a muchos chavales en edad temprana.

Muchos van al limbo en el que desaparecen las promesas precoces, otros en cambio acaban encontrando con el tiempo y paciencia su sitio en el Olimpo del fútbol. Reus tuvo que emigrar al filial de Rot Weiss Ahlen cuando la primera plantilla andaba entonces en Regionalliga (el equivalente a la Segunda B alemana).

Pronto se vio que jugar con los jóvenes se le quedaba pequeño. Más adelante que disputar partidos en la tercera categoría del fútbol teutón era para él un juego de niños y aunque participó poco ayudó a que el equipo subiera a la 2 Bundesliga. Y cuando se consumó el ascenso, entonces quedó claro que el chaval tenía que estar entre los grandes. Fue en ese momento cuando decidió ficharle el Borussia de Moenchengladbach.

Hoy, en su línea ascendente habitual, apunta ya a un grande de Europa. Reus es uno de esos tipos llamados a cambiar la historia de un club. De los que aterrizan de repente en un lugar que había desaparecido del mapa y que vuelve a materializarse de la noche a la mañana. Una especie de Maradona germano (salvando la abismal diferencia) que ha convertido a la ciudad occidental en su Nápoles particular.

El milagro que presencian los aficionados va ligado íntimamente a su desarrollo balompédico. La pasada campaña, "los potros" se salvaron en la repesca contra el Bochum gracias a un tanto suyo, el que puso las tablas en el partido de vuelta y trajo la tranquilidad. Aquél era el duodécimo del ejercicio. De momento este año, cuando el equipo marcha tercero y ya ha dado golpes de autoridad como la victoria contra el Bayern, solo ha sumado uno menos.

A Reus se le cae el talento. Tiene tanto que puede abusar de él en su beneficio y aún le queda en arrobas para distribuirlo entre el resto de sus compañeros para hacerles mejores. Solo hay un rincón a donde este no llega. Por fortuna en ese reducto que se encuentra debajo de los palos está Marc-André ter Stegen.

En un país donde los buenos guardametas crecen como setas, el Moenchengladbach también ha encontrado el suyo. Lucien Favre le dio la alternativa el pasado diez de abril, cuando el equipo estaba obligado a remontar el vuelo para no verse relegado a la división de plata. Las manos, destinadas a temblar, se hicieron de piedra. Desde entonces es un cerrojo de garantías que incluso ha despertado dudas en Joachim Löw de cara a la Eurocopa.

Nada más ha cambiado en la entidad, que ha sido la tercera que menos se ha gastado en fichajes solo por detrás de los dos ascendidos. Siguen los mismos rostros y el mismo técnico que casi se hunden en el pozo. En tiempos de crisis, a falta de recursos económicos no hay mejor inversión que la confianza en los jóvenes valores.

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