miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿Qué ha sido de... Algunos hombres de Wenger (IX): David Grondin?

No lo tenía fácil el Arsenal para pasar como primero de grupo a la segunda fase de la Liga de Campeones ya que las circunstancias le exigían una goleada favorable o un tropiezo del Dortmund pero lo cierto es que dio la cara y dejó un gran partido ante el Galatasaray. Sí es verdad, no se puede negar, que los turcos no se jugaban nada y terminaron últimos de grupo con diecinueve goles en contra.

Se cumplió pues la lógica de esos partidos intrascendentes que se juegan en la máxima competición europea cuando ya está todo decidido. De eso sabe bien el francés David Grondin, pues protagonizó uno de ellos contra el Panathinaikos en la temporada 98-99. Fue especial ya que solo jugaría noventa minutos más vestido de 'gunner', en Premier League ni más ni menos que contra el Liverpool.

Esa fue su aportación en un lustro defendiendo los intereses del club, periodo donde tuvo que afrontar tres cesiones. Con ascendencia en la Isla de Reunión pero nacido en Juvisy-sur-Orge, a dieciocho kilómetros al sudeste de París, fue el Saint-Étienne quien le reclutó para sus inferiores cuando rondaba los quince años. Marcharse fue una decisión acertada ya que encontró allí el escaparate ideal para llamar la atención de Arsène Wenger.

Puso así rumbo a Londres. Es de suponer que su intención era sacar un billete solo de ida pero no le quedó más remedio que volver cuando decidieron prestarle unos meses. Aquella segunda etapa no funcionó. Sí le fueron mejor las cosas en el Cannes, donde se afianzó en el lateral izquierdo y recuperó las buenas sensaciones.

Engordó para morir ya que, sin la confianza de Wenger, aún habría tiempo para una mudanza al Beveren antes de abandonar definitivamente la disciplina inglesa para irse libre al Dunfermline escocés. Aguantó una campaña y acabó de nuevo en Francia, esta vez reclutado por el Stade Brestois 29.

En el fondo aquella no fue sino otra de sus estancias temporales en la tierra que le vio nacer. Acostumbrado a los idilios cortos, aceptó romper la monotonía para establecer una relación más o menos estable con el Excelsior Mouscron belga. Tres campañas en las que gozó de presencia en sus años de mayor progresión.

Sin embargo todo tiene un fin y, sin trabajo, firmó por el impronunciable Zalaegerszeg húngaro. Una excursión, como quien dice, antes trasladarse a Bélgica por tercera ocasión para moverse entre el KV Mechelen, el Mons y el Bruselas. Fueron los pasos previos al final de una carrera que le alcanzaría en el Stade Bordelais, integrante de las catacumbas del balompié galo. 

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