Si uno observa la provincia de Nápoles a través los ojos de Roberto Saviano deduce que no debe ser un buen lugar para nacer y crecer. Lo mismo sucede si uno atiende a las leyendas urbanas de origen desconocido o los testimonios de aquellos turistas "intrépidos" que se acercan allí a conocer la Italia "más profunda".
Supongo que parte de razón habrá en todo ello porque nadie puede describirlo mejor que aquél que lo ha vivido de primera mano. Doy por sentado que muchos jóvenes, en algún momento de sus vidas, se verán ante la tesitura de tomar o no el camino correcto. De un lado de la balanza el dinero fácil a cambio de la renuncia a todo tipo de escrúpulos. Del otro, la posiblidad del progreso a través del esfuerzo y la honradez superando todos los obstáculos que ello conlleva en un lugar donde la presencia de la camorra no se puede esconder.
En ese ambiente pasó sus primeros años de vida Antonio Di Natale. No hay documentos que expliquen cómo consiguió sortear el lado oscuro ni si su familia decidió emigrar fuera de la ciudad para que no cayera en la tentación. Pero el caso es que todos juntos emprendieron un viaje de 504 kilómetros con dirección a la ciudad norteña de Empoli.
Buscaban nuevas oportunidades, nuevos sueños. Y los de "Totó" se materializaron en las categorías inferiores del equipo de la localidad. Poco a poco fue progresando pero algo había en él que no convencía a la entidad. Quizás fuera su reducida estatura, quizás la ausencia de ese carácter combativo y un punto arrogante que se les presupone a sus paisanos, quizás la competencia a la que se enfrentaba.
Llegó a debutar en el año 1996 con el primer equipo gracias a un entrenador de nombre Luciano Spalletti, que por entonces aún se estaba formando tras pasar por todos los escalafones del club y que dirigía con buen tino en la categoría de plata. Pero fue una primera toma de contacto breve. Di Natale aún estaba verde a juicio del técnico y entre todos decidieron que lo mejor era que probara suerte en otros lugares.
Así Antonio se marchó cedido al ya extinto Iperzola. Allí, en Serie C2, dejó alguna que otra buena actuación aunque insuficientes para ganarse un puesto en el Empoli, donde le cerraban las puertas delanteros como Espósito y Cappellini. Tras estar a préstamo sin éxito en la fría Varese, acabó dando el paso definitivo a pocos kilómetros de Empoli. Sin salir de La Toscana, el pequeño pueblo costero de Viareggio fue el que le vio crecer definitivamente tras promediar medio gol por partido.
Con retraso pero con mucha experiencia a sus espaldas, Di Natale formaba por fin parte de los planes de los "Empolesi" como miembro de pleno derecho. Sus dos primeras campañas fueron más bien pobres, como las del resto de la entidad. El punta, con 24 años, no terminaba de destacar y todo hacía indicar que se quedaría por el camino.
Pero entonces llegó aquella mágica temporada 2001-2002. Con la impagable compañía en el ataque de Tommasso Rocchi conseguía anotar quince goles y certificar el ascenso a la Serie A en las últimas jornadas. A las puertas se quedaba el conjunto de su localidad natal justificándose así el viaje que tiempo atrás había emprendido huyendo de su pasado.
Las trece dianas anotadas en su debut en la máxima categoría, que le valieron para vestir la Azzurra, demostraron dos cosas: Que llegaba con ganas de quedarse y que el Empoli dependía demasiado de él. La primera no pudo confirmarse el siguiente ejercicio. La segunda, por desgracia, sí. Los toscanos descendieron con una pobre aportación de Di Natale, que no vio puerta en toda la segunda vuelta firmando unos tristes cinco goles.
Llegó entonces el estío con un futuro incierto bajo el brazo. Rocchi conseguía un jugoso contrato con la Lazio y él, al borde de las 27 primaveras, veía como todo aquello por lo que luchaba se esfumaba cuando ya había tocado la gloria con la punta de los dedos. Hundido, esperaba una mano amiga. Y entonces se la tendió quién menos hubiera imaginado, ese hombre que un día le había dado la zanahoria y al siguiente el palo.
Luciano Spaletti, por entonces en las filas del Udinese, le reclutó para que formara en ataque junto a Di Michele y Iaquinta. Entre todos lograron clasificar al Udinese para la Liga de Campeones por primera vez en su historia. Di Natale no tenía el olfato goleador de sus compañeros pero su velocidad y su movilidad abrían los huecos para que los demás hicieran el trabajo limpio.
A pesar de sus buenas actuaciones, no obtuvo la recompensa que merecía a nivel nacional. Lippi le dejó fuera de la convocatoria para el Mundial de Alemania y aunque el título le dio la razón, siempre quedará la duda de si no lo hizo para evitar dejar fuera a alguno de los bueyes sagrados que estaban en peor forma.
"Toto", siempre elegante, respondió a la ofensa donde mejor sabía: Sobre el terreno de juego. Lejos de montar en cólera y de levantar la voz, esperó hasta que Roberto Donadoni volvió a contar con él. Mientras el idilio con Friuli iba "in crescendo" y aunque otros mejoraban sus cifras, la grada vestía su camiseta como reconocimiento a la labor abnegada que realizaba semanalmente.
A la sombra de sus compañeros seguía creciendo. Mostraba unas ganas inusitadas de seguir aprendiendo, impropias de un futbolista que ve de cerca la treintena, esa edad en la que muchos empiezan a encoger el pie para evitar una lesión que les prive de un retiro dorado. Todo parecía ser parte de un plan meticulosamente pensado.
Las ventas primero de Di Michele y luego de Iaquinta le dejaron casi sin quererlo como el líder natural. Y entonces desde la insignificancia de su estatura, recogió el guante para no soltarlo nunca más. Brazalete en el hombro se convirtió en uno de esos capitanes silenciosos que mandan sin mandar, en ese futbolista al que hay que buscar en los momentos clave para que él decida que hacer.
Era el estilo de vida por el que había apostado, el que iba a seguir en lo sucesivo. Un tipo elegante dentro y fuera del campo al que le había llegado por fin su momento. Poco le importó ser constantemente infravalorado, que su edad echara para atrás a los grandes a la hora de intentar ficharle.
Asociado con Quagliarella demostó que la arruga podía ser bella. En compañía de Aléxis Sánchez que en el fútbol también hay "Benjamin Buttons". Vigente bota de bronce, hace menos de una semana cumplía 34 años celebrados con el coliderato junto a la Juve, a la que rechazó el verano pasado para quedarse en Udine. Dice que cuando se retire quiere seguir vinculado al club. Pero a día de hoy eso parecer quedar lejos. Está disfrutando de su juventud a una edad en la que la mayoría piensa en la retirada, gracias a un físico que vive por y para el fútbol y a una cabeza que le recuerda cada día los esfuerzos que ha tenido que hacer para llegar hasta aquí. Todo un ejemplo.
lunes, 17 de octubre de 2011
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1 comentario:
Excelente articulo, es todo un gusto visitarte al contar con tan buenos artículos.
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