Desde el pasado mes de febrero solo se habla de Libia en clave de sangre y fuego. La guerra civil, que lastra el país y le va hundiendo poco a poco en una sima aún más profunda que aquella en la que ya se encontraba, se cuenta desde las ofensivas y las contraofensivas con las víctimas como protagonistas.
Rebeldes y gadafistas se enfrentan en todos los escenarios posibles, con armas o cuerpo a cuerpo, en defensa de sus ideales. Unos van ganando terreno, otros lo van cediendo. Mientras el tirano sobre el que pivota todo el conflicto se esconde cual comadreja, intentando huir de un destino que se le antoja esquivo y que antes o después acabará encontrándole.El país es hoy un terreno yermo que tiene que volver a empezar a dar frutos poco a poco. Hace falta que comiencen a germinar semillas de optimismo plantadas por los dueños del huerto y por las manos desinteresadas de los jornaleros procedentes del exterior, que a día de hoy trabajan como mercenarios en función de sus propios intereses.
Y aunque a simple vista todo son rastrojos, algo pequeño ha empezado a asomar desde este fin de semana. Más interesados por las labores de desescombro casi nadie parece haberse dado cuenta de que hay un fenómeno social que, independientemente de las ideologías políticas, ha sido capaz de parar temporalmente toda la violencia.
Ese fenómeno es el fútbol. Generalmente fuente de conflictos, en ocasiones puede ser el elemento aglutinador que necesita un pueblo. Partidarios de un bando o de otro, los libios aparcaron el sábado las armas para salir orgullosos a las calles con motivo de la clasificación de su combinado nacional para la Copa África por tercera vez en su historia.
La primera había sido en 1982 cuando siendo anfitriona alcanzó la final contra Ghana. La siguiente iba a ser previsiblemente la de 2013, año en el que la nación volvería a gozar de ese estatus poco más de tres décadas después. Sin embargo la que se anticipaba como una fiesta para gozo y boato del ínclito Gadafi se ha retrasado hasta 2017 con el objetivo de convertirse en una celebración en favor de la libertad y en contra del totalitarismo merced a la acción en la calle de los dominados.
Podría ser la guinda a un proceso que poco a poco va cuajando, con un gobierno provisional y una nueva bandera. Un escaparate inmejorable para demostrar la vuelta a la normalidad de un territorio que aún tiene un largo y pedregoso camino que recorrer. La forma de afianzar un proyecto futbolístico que ya empieza a despuntar. Porque la previsiones más optimistas hacen pensar que, si en estas condiciones los futbolistas han logrado algo semejante, no hay techo para ellos.
A día de hoy solo el orgullo puede explicar algo semejante. El meta Samir Aboud, que a sus 39 años fue consagrado como héroe gracias a dos intervenciones decisivas el pasado sábado, lleva sin jugar con su equipo desde que se parara la liga el pasado mes de marzo. Una situación semejante a la que atraviesan dieciséis internacionales más y el seleccionador brasileño Marcos Paqueta, que no ha vuelto a cobrar un sueldo desde que la Federación entró en cuarentena por aquellas fechas.
Empezaron la fase de clasificación hace más de un año como parias para los dirigentes de su país, que les ninguneaban para que no se hicieran populares. La han terminado jugando en El Cairo y Bamako dos partidos en los que deberían haber sido locales. Vivencias que les han curtido, que les han hecho aún más fuertes. Que han llevado a Paqueta a reconocer que a pesar de ser tachado de "loco", ha seguido al frente porque los jugadores eran sus "amigos".
Una historia propia de Hollywood pero basada en un hecho tan real como la vida misma, la que sale reflejada cada día en la prensa. La secuela de lo que ya vivimos cuando Irak se ganó sobre el césped en el que se disputó la Copa Asia de 2007 el respeto que parecía haber perdido por parte de otras naciones.
Realidades ambas de las que muchos, entre los que me encuentro, no podemos hablar con propiedad porque nos pillan lejos física y temporalmente (por suerte ya son muchos años de democracia en España). En tiempos de crisis en los que por estos lares parecemos agarrarnos a la Copa del Mundo conquistada como argumento para que nadie se olvide de nosotros aún hay países en los que el fútbol va más allá, donde es el espejo en el que se refleja el optimismo.
Con otra enseña, con otro himno, con otro espíritu; un grupo de futbolistas libios han demostrado que trabajando en equipo se pueden superar, metafóricamente hablando, todos los obstáculos. Toca trasladar eso al ámbito político, al ámbito social. Treinta y seis piernas les han guiado a la Copa África. Más de trece millones de manos deberán trabajar ahora, dejando de lado sus reticencias, para reconstruir lo que un día fue un país.
El miércoles, al ser fiesta, no habrá post.
lunes, 10 de octubre de 2011
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1 comentario:
Que más hermosa campaña, realmente algo que debe tener trascendencia.
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