lunes, 11 de febrero de 2013

La prehistoria del fútbol

 
Enclavada en el condado de Derbyshire, Ashbourne es una ciudad que no llega a los 7.500 habitantes. Famosa por la profusión de pubs, historiadores locales aseguran que uno de cada cuatro edificios se utilizó alguna vez como lugar para que los lugareños refrescaran el gaznate. Puede parecer un sitio tranquilo, donde los vecinos se saludan por las calles. Pero esta semana hay fiestafiesta. Cuando llegan el martes y el miércoles de carnaval... todo cambia.

Los vecinos se dividen entre los nacidos al norte del río Henmore (Up'ards) y los nacidos al sur (Down'ards), comenzando una batalla por el éxito con un balón por medio. Es el llamado "Royal Shrovertide Football Match", uno de los pocos eventos que aún recuerdan el amanecer del deporte rey, cuando no solo se jugaba con el pie.

El objetivo no es otro que trasladar el esférico hacia la portería del contrario y tocarla tres veces. Ambas están marcadas con dos hitos y separadas por una distancia de tres millas. La de los norteños recibe el nombre de Sturston mientras que la de los sureños es bautizada como Clifton. Pueden participar tantas personas como lo deseen y llega rodeado de cierta parafernalia, como el canto del "Auld Lang Syne" y el "God Save the Queen" antes de empezar.

Las primeras menciones de las que hay noción datan de finales del siglo XVII, en concreto de 1683. Unas referencias difusas pues hay quien dice que todo empezó mucho antes. Sin embargo los documentos que podían dar fe de estos testimonios fueron pasto de las llamas que azotaron, en el siglo XIX, al edificio que servía como sede; por lo que resulta difícil concretarlo. De la misma forma es imposible confirmar la leyenda urbana que asegura que el primer balón fue en realidad la cabeza de un decapitado.

Mitos y dudas acerca de un acontecimiento que pervive gracias a la tradición y que solo ha sido cancelado en dos ocasiones desde 1891, cuando se creó un cuadro de honor que se puede consultar en el hotel "The Green Man and Black Head", el lugar donde se lleva a hombros al encargado de hacer el "gol" ganador. Fue en 1968 y en 2001 debido a la enfermedad de las vacas locas. Ni siquiera la Guerra Mundial modificó la rutina y tampoco las reglas, que se mantienen inalterables en el tiempo.

Algunas son extrañas como la que dice que si se hace gol entre el comienzo a las dos y media de la tarde y las cinco, el partido se empieza de nuevo. O esa que reza que se suspende a las diez y se reanuda al día siguiente si nadie ha ganado por entonces. Incluso la que explica que hay que alejarse de cementerios, iglesias y casas privadas. Otras son más lógicas, como la que destaca que se no puede transportar el esférico en un vehículo motorizado u ocultarlo en abrigos y mochilas. Y hay una, por encima de todas, que por evidente parece absurda pero que denota lo que llegó a ser en su día esto: Queda prohibido cometer asesinatos.

Atraídos por la singularidad de este partido, muchos son los turistas que cada año se acercan a la zona para probar y llenarse de barro hasta las cejas. Eso sí, es complicado que alguno de ellos consiga llevarse una bola a casa, que está siempre pintada por un artesano local y contiene corcho para flotar en el agua. Lo normal es que ese privilegio, el de anotar, sea para algún nativo de la ciudad o ligado a ella por raíces familiares, de esos que se toman unas pintas en el Wheel Inn (el bar típico de los Down'ards) o en el Old Vaults (la tasca de los Up'ards).

Todo es muy inglés y cuenta incluso con la connivencia de la realeza, que en 2003 mandó al Príncipe Carlos al saque inaugural uniéndose a una lista de participantes en la que también hay nombres como Stanley Matthews o Brian Clough. Una buena forma de pasar un buen rato, sumergirse con las costumbres locales y formar parte de un acto centenario, embrión de lo que hoy es un espectáculo de masas. Una de esas muestras del deporte en la campiña inglesa, como por ejemplo la llamada "Carrera del queso de Gloucestershire", donde los participantes se dislocan los huesos rodando colina abajo. Dan ganas de hacer una excursión.
 
 
 
 

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