lunes, 7 de abril de 2014

Baird consigue "su" medalla


Purgando las penas por sus pecados capitales, el Rangers continúa con su irremediable escalada hacia la Premier League escocesa. Allí le espera con los brazos abiertos el Celtic, aburrido de ganar por decreto. El trayecto, tortuoso, pudo dulcificarse ayer si los protestantes hubieran conquistado uno de los pocos títulos que le faltan en su vitrina a nivel nacional. El mismo que difícilmente levantará algún día su enemigo.

Los de Glasgow dejaron escapar la segunda de sus previsibles tres bolas de partido en la Scottish Challenge Cup. Torneo destinado al trío de escalones inmediatamente inferiores a la máxima categoría, cabe esperar que el curso que viene sea la última oportunidad. Eliminados en cuartos el pasado ejercicio, la derrota en la final de esta campaña ha sido un contratiempo inesperado.

Pese a estar en un nivel superior, todo el mundo daba por hecho que el Raith Rovers acabaría claudicando. Sin embargo el guión se escribió de otra manera gracias, en gran parte, al jugador que hizo el único tanto del choque. Un trotamundos que se ha recorrido el país con la bolsa de deportes a cuestas intentando solucionar una deuda pendiente.

Llamado y apellidado igual que el inventor del televisor, John Baird era en Edimburgo un hombre feliz. Su equipo, campeón de Copa de la Liga en 1994 ante el Celtic, se había convertido en uno de los pocos capaces de vencer en dos finales oficiales a los contendientes del Old Firm. Él, que había pasado por la cantera de ambos, en un hombre que podía respirar tranquilo y limpiar su conciencia.

Peregrino con parada en varias plazas, un partido le dejó marcado especialmente. Sucedió mientras defendía los colores del Saint Mirren con apenas diecinueve años. Hipermotivado como cualquier joven de su edad y ansioso por comerse el mundo, él y sus compañeros alcanzaron el duelo por el título en esta misma competición. Sin embargo un capricho técnico o cualquier otro motivo de origen ignoto provocó que su nombre no figurara entre los elegidos para batirse el cobre aquella gran tarde. Frustrado, su sitio estaba en la grada. Allí debía comerse la uñas y confiar en que todo saliera de la mejor manera posible.

El objetivo se cumplió gracias al buen hacer de un elenco que contaba, entre otros, con Mark Reilly. Apodado como uno de los personajes de la legendaria serie "Coronation Street", este veterano de mil batallas ya sabía lo que era el éxito en el torneo tras paladearlo con el Kilmarnock. A las puertas de su retirada, repetir el triunfo era satisfacción suficiente. Un recuerdo que no necesitaba de elementos físicos para permanecer imborrable.

Quizás por eso la medalla que acompañaba a su hazaña no era más que un regalo material sin excesiva importancia ni valor. Después de todo lo sufrido a lo largo de su carrera, aquel objeto era algo fútil que acabaría cogiendo polvo en alguna estantería. Un privilegio al que otros picapedreros del balompié probablemente nunca pudiera acceder.

Pensando que el del barbilampiño Baird acabaría siendo uno de esos sueños incumplidos, decidió entregarle la presea en medio de la euforia. El gesto fragmentó al delantero, que rompió a llorar de la emoción y corrió a entregársela a su madre para que la guardara. En la previa aún recordaba el gesto si bien reconocía que, aunque la conservaba, nunca llegó a sentirla como suya. Hoy ya puede decir que le pertenece por méritos propios.

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