viernes, 21 de diciembre de 2012

El día del fin del fútbol

Querido fútbol:

Dicen que hoy se acaba el mundo. Yo, personalmente, no me lo creo. O no lo quiero creer al menos. Eso sí, reza el refrán que hombre precavido vale por dos. En caso de que algo sucediera no me gustaría marcharme sin dirigirme a ti de forma personal para despedirme como creo que te mereces.

No recuerdo muy bien cuando nos conocimos. A mi me gusta decir que el primer recuerdo tuyo que tengo fue aquél gol de Jurgen Klinsmann a Bélgica en el Mundial 94, ese en el que el balón choca contra un bidón de agua con furia y lo revienta. Ahora bien, puede que fuera antes, con aquellos cromos en los que los futbolistas de la Liga lucían aún bigote, barba y las canillas casi al aire.

Lo que no olvido es el primer partido que vi en directo. Con el tiempo me enteré de que mi padre, por no evitar una decepción que me hubiera costado digerir, "aceptó" ser estafado por un reventa, que nos colocó a precio de tribuna unas entradas que estaban justo debajo del techo. Fue un duelo aburrido que acabó 2-1, con uno de los goles anotado desde los once metros.

Aquello me dejó huella, quizás demasiada. No tardé en empezar a hacerme equipos de chapas influenciado por mi primo. ¡Y qué equipos!. Con réplicas casi exactas de las camisetas, con todo lujo de detalles, con los números, los nombres... base de alfombra, porterías hechas de cajas de zapatos y un garbanzo por balón. No fue mi única tara. El siguiente paso en la evolución fue intentar reproducir los resúmenes de los partidos que veía en la tele con una pelota de trapo... yo solo y en el pasillo de mi casa. De la mezcla de esos juegos de infancia nació mi gusto por las narraciones y el periodismo deportivo, eso a lo que me dedico a día de hoy.

También tengo, por supuesto, que echarte cosas en cara. No creas que todo van a ser flores. Por tu culpa he tenido un par de torceduras de tobillo, decenas de moratones, centenas de ampollas y miles de raspones y rozaduras. Vale, yo también tuve algo que ver. Mis grandes limitaciones con el balón en los pies siempre he intentado suplirlas con lucha y entrega, generalmente con bastante desacierto, todo hay que decirlo.

Además me has hecho llorar. En 2002 fue de tristeza cuando un egipcio de nombre Al-Ghnadour decidió escamotearnos un pase a semifinales que sobre el terreno de juego, frente a Corea del Sur, merecíamos. Luego de felicidad aquella tarde del 11 de julio de 2010 cuando, después de 120 minutos de sufrimiento, me desmoroné sobre el sofá al coronarnos campeones del mundo, quizás por el privilegio que eso supone, quizás porque pensé que nunca asistiría a algo semejante.

Dicen que eres un elemento socializador. Puedo confirmarlo. Tengo que decirte que gracias a ti conozco a mucha gente. Primero en el patio del colegio y en aquellas tardes de parque donde yo y otros chavales sorteábamos los cristales de las botellas rotas, vaciadas y fragmentadas después del botellón de la noche anterior. Luego, ya más mayor, a compañeros de profesión que comparten, conmigo, sueños irreales de un periodismo de calidad.

Y a jugadores a los que nunca pensé que podría acercarme. Pelé, Maradona, Zidane... ídolos de mi infancia y de tantas otras. Te confesaré que si bien los hay que merecen la pena, otros me han decepcionado con actitudes impropias. Supongo que no siempre es fácil sentirte uno de los mejores y acostumbrarte a ser el centro de atención. Su imagen la difumino como la de aquellos energúmenos que los fines de semana mancillan tu nombre con actitudes violentas con las que liberan sus instintos más salvajes.

Por cierto, no me gustaría despedirme sin agradecerte la aportación que has hecho a este blog. Es innegable que sin tu ayuda nada de lo que aquí se escribe hubiera sido posible. Cada semana me ofreces un abanico inmenso de posibilidades para contar las cosas desde mi punto de vista, sean más o menos agradables. Te debo mucho.

Un abrazo de tu amigo

                                       Carlos Mateos Gil (21/12/2012)

Si el fin del mundo no llega, "De paradinha" regresará a la actividad a comienzos del mes de enero, probablemente la primera semana. En ese post que abrirá el año intentaré hablaros, desde el punto de vista futbolístico, de un país extranjero que visitaré aprovechando estas fiestas. Os deseo feliz Navidad a todos y un próspero año nuevo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

¿Qué ha sido de... Entrenadores viajeros (II): Henri Michel?

 
La cantidad de técnicos galos repartidos por el mundo siempre ha sido muy elevada. Les ayuda sin duda su idioma natal, que les permite transmitir sus ideas y conceptos de fútbol europeo en lugares como África sin la necesidad de un intérprete que desvirtúe el mensaje. La semana pasada arrancábamos este serial con Bruno Metsu. Esta nos centramos en Henri Michel. Y no será el último que pase por aquí en el futuro.

Nacido en Aix de Provence, al sur del país, Henri tuvo como tantos otros un pasado como futbolista que arrancó en el club de su localidad natal y no fue mucho más allá en cuanto a la trashumancia. Fichó por el Nantes y allí pasó el resto de su carrera vistiendo la camiseta de ese club ilustre. Fueron dieciséis años en el centro del campo donde ganó tres Ligas y una Copa de Francia amén de casi sesenta convocatorias con la absoluta, donde incluso llegó a ponerse el brazalete.

La Federación no le perdió de vista y en cuanto anunció su retirada, le reclutó para hacerse cargo de las inferiores. Con la sub-21 alcanzó el oro en los Juegos Olímpicos y con la absoluta llegó al tercer escalón en el Mundial de 1986, con tan solo treinta y nueve años. Su éxito temprano le valió para probar a nivel de clubes con el Paris Saint Germain, donde solo aguantó una campaña.

Tras unos años en barbecho, decidió volver al fútbol de selecciones, donde tan bien le había ido. Así, aceptó una propuesta de la por entonces emergente Camerún, a la que dirigió en el Mundial de Estados Unidos, ese en el que Salenko le hizo él solito cinco goles al combinado africano en una tarde realmente fatídica.

Aquellos "Leones indomables" que habían sorprendido al mundo tan solo cuatro años antes en Italia se diluían y arrastraban en su caída al técnico, que buscó acomodo en otro país del mismo continente, Marruecos. Bajo su mando, el equipo no fue capaz de alcanzar la Copa África del 96 al finalizar tercera en la fase de clasificación previa por detrás de Burkina Faso y Costa de Marfil.

Sí disputó, por contra, el Mundial del 98 en el que era el retorno futbolístico a su tierra natal tras varios años de ausencia. Aquél conjunto, que en la Copa África de ese mismo año había caído en cuartos contra Sudáfrica, fue apeado en primera ronda dentro de un grupo que compartieron con Noruega, Barsil y Escocia pero no por ello se le acabó el crédito. Este le duró hasta el siguiente torneo continental, en el año 2000. Una dolorosa caída en primera fase forzó su salida.

Comenzó entonces un peregrinaje por diversos territorios cargando con una maleta que echaba humo. La primera parada la hizo en los Emiratos Árabes. La segunda de nuevo en el fútbol de clubes aceptando una oferta del Aris de Salónica griego. Después de aquello, atendió al llamado de Túnez. A las "Águilas de Cartago" la clasificó para el Mundial de Corea y Japón, pero fue cesado tras una paupérrima actuación en la Copa África de aquél año.

Tras una breve estancia en el Raja Casablanca, se desplazó hasta Costa de Marfil para trabajar con la emergente selección. Trabajó con ellos durante el Mundial de Alemania, otro más en su currículum, pero al caer en primera fase fue de nuevo puesto en la calle. Para recogerle estaba el Al Zamalek egipcio. Dejó su puesto cuando volvió a reclamarle Marruecos, pero tras fracasar allí y en el Mamelodi Sundowns, retornó a la tierra de los faraones.

No sería el único equipo en el que repetiría ya que lo mismo sucedió con el Raja Casablanca. Sus últimos destinos, por contra, han vuelto a ser selecciones. Primero Guinea Ecuatorial. Allí su nombramiento fue de lo más discutido y acabó como el rosario de la aurora. Le acusaron de desintegrar el vestuario, de despreciar a los jugadores, de crear mal ambiente, de ningunear a las estrellas... Presentó su dimisión pero en vez de aceptarla Teodoro obiang decidió relevar de su cargo a su hijo Ruslan. Al final el técnico acabó marchándose en su segunda intentona de hacerlo alegando interferencias políticas y después de que jugadores como Benjamín le tacharan de ser un vividor entre otras lindezas.

Sin trabajo pero con ganas de aceptar uno, no se rindió y se hizo con las riendas de Kenia en cuanto tuvo la oportunidad. Eso fue en agosto. Ayer, y tras solo un partido amistoso el pasado 16 de octubre que encima terminó en derrota contra Sudáfrica, presentó la dimisión afirmando que no había encontrado un acuerdo en referencia a algunas disposiciones de su contrato. Seguro que pronto le veremos en otro remoto lugar.

martes, 18 de diciembre de 2012

Rooney, la garantía


Fue el primer día del mes de marzo del año 2011. En Stamford Bridge medían sus fuerzas los dos equipos más poderosos de aquella temporada. De un lado el Chelsea, conjunto local. Del otro el Manchester United. El encuentro fue frenético como era de esperar. Los tantos de David Luiz y Lampard contrarrestaron el inicial de Rooney, que había hecho soñar a los "Red Devils" con una victoria. Los precedentes lo daban a entender así.

Aquél choque de hace dos temporadas fue el último en el que un gol del punta de Liverpool en la Premier no valía para nada. El que cierra, de momento, una lista bastante corta. Solo en cuatro ocasiones desde que llegó a la máxima categoría del fútbol inglés, con dieciséis años, sus equipos se han ido de vacío cuando él ha visto portería.

La primera fue en un su campaña de debut con el Everton en el ya extinto Highbury. Rooney puso el empate contra el Arsenal pero Vieira acabó desnivelando el marcador. No volvería a sucederle algo así como "toffe" pero sí contra los gunners. En la 06/07 un cabezazo suyo a centro de Evra puso el 0-1 ya en el Emirates pero Van Persie y Henry alteraron el esperado final en los últimos tres minutos. En la penúltima, el rival fue otra vez el Chelsea y la situación pudo suponer un disgusto. A solo una jornada para el final y contra su rival más directo por el título, logró una igualada que a la postre resulto inservible.

Puede que todo esto sea casualidad, que sean cifras anecdóticas de las que no se puede sacar conclusión alguna. Pero nadie que que conozca a este tipo con pinta de matón de feria y estibador de puerto que ha madurado con el paso del tiempo, en una evolución impensable cuando se materializó ante los ojos del mundo entero, diría algo así.

Rooney no es solo un excelente jugador de fútbol. Es un líder, un hombre carismático cuya capacidad de batalla es contagiosa. Su peso específico ha crecido de forma exponencial al ser amamantado por vacas sagradas como Ferguson, Scholes o Giggs. Cuando está inspirado sus compañeros se contagian. Cuando no funciona, el vestuario se resiente y es más vulnerable a las derrotas. 

No es un talismán porque esa definición deja demasiado espacio a la suerte. Es más bien alguien decisivo que nunca se sale del partido, un jugador cuyos goles tienen un valor añadido. Rooney ha sabido encontrar su sitio y tras coquetear con una posible salida, ha alterado su mentalidad dando un paso al frente. Cumple con lo que le pide su entrenador, se mueve para recoger el esférico donde haga falta, ha aprendido a compartir su magia, trabaja más y no duda en bajar al centro del campo a recoger el esférico.

Mientras otros tienden a evolucionar hacia lo que requiere el fútbol moderno, él ha seguido el camino contrario, una arcaización que le ha convertido en el futbolista total que predominaban en los campos fangosos de dos o tres décadas más atrás. Un hombre de club que se deja la piel, cuya única concesión a la metrosexualidad en un burdo injerto capilar. Ahora está en forma, perfora porterías con recurrencia y por eso, aunque no solo, el United no pierde desde el 29 de septiembre. Mientras siga así no hay nada que temer. Es garantía de éxito.

jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Qué ha sido de... Entrenadores viajeros (I): Bruno Metsu?

 
Los que habéis visitado este blog con regularidad ya sabréis que en ocasiones dentro de esta sección que he dado en llamar "¿Qué ha sido de...?" me gusta hacer seriales dedicados a temas específicos dentro de la globalidad del fútbol. Recuerdo por ejemplo uno dedicado a goleadores olvidados o aquél que narraba las peripecias de los Spice Boys.

Hoy empiezo uno centrado en esos entrenadores acostumbrados a hacer y deshacer maletas para viajar alrededor del globo rumbo a los lugares más insospechados. Seleccionadores de remotos países, técnicos de clubes desconocidos para el gran público, preparadores que hablan lenguas extrañas y conocen arcanos vedados al común de los mortales.

Para empezar nada mejor que Bruno Metsu, el hombre que consiguió llevar a Senegal a los cuartos de final del Mundial de 2002 después de ganar en primera ronda a Francia con aquél solitario gol del El Hadji Diouf que supuso un orgullo para el país. Aquél parecía el primer combinado africano que llegaría a penúltima ronda pero un intenso cruce con Turquía que se decidió en la prórroga lo impidió.

Así este técnico de melena leonina, que hoy libra su batalla más difícil contra un cáncer de colon que le fue detectado muy recientemente, se quedó a las puertas de la gloria en su segunda experiencia como seleccionador. Una experiencia que cambió su vida porque fue allí cuando decidió procesar el islam asumiendo el nombre de Abdul Karim. Justo antes había entrenado Guinea, a donde llegó después de una dilatada carrera en su Francia natal que empezó como jugador y siguió desde el banquillo. Cuando aún se ponía los borceguíes, vistió los colores de equipos como el Lille, el Anderlecht o el Valenciennes antes de retirarse en Beauvais, una localidad al norte.

Lo que allí murió, allí nació. Cambió el pantalón corto por el traje y la corbata, primero como asistente y luego como máximo responsable. Después de aquello el Lille y el Valenciennes, dos clubes en los que ejerció como jugador, le dieron una oportunidad. Tras pasar por el Sedan y el Valance, le llamó Guinea.

Su nomadismo le llevó de Senegal a Oriente Medio, donde afianzó su figura en los años sucesivos. Primero fue el Al Ain de Emiratos Árabes Unidos, luego el Al Gharafa qatarí y finalmente el Al Ittihad saudí. Estos últimos tres destinos resultan curiosos pues suponen el principio de un bucle siniestro que volvió a repetirse como un ciclo similar pero en diferentes situaciones.

Metsu regresó a Emiratos, con quien ganó la Copa del Golfo alcanzando un éxito que se le negó a otros como Don Revie, Dick Advocaat o Roy Hodgson. Cambió de país pero no de cargo, responsabilizándose de los mejores hombres de Qatar. Finalizado la vinculación entre ambas partes, cerró el círculo volviendo al Gharafa.

Se quedó entonces si trabajo hasta que recibió una llamada interesante y esperada. El Al Wasl, que había sucumbido a la tentación de fichar a Maradona como entrenador para vender su imagen y darse a conocer en el mundo, recurrió a él para apagar el fuego encendido por el argentino. Y en esas estaba hasta que le fue detectada la enfermedad a la que ahora se enfrenta. Desde esta humilde bitácora le mando toda la fuerza del mundo. El fútbol necesita gente osada como él.

Por cuestiones personales el blog permanecerá inactivo hasta el próximo lunes. Disculpad las molestias.

martes, 11 de diciembre de 2012

Braunschweig, donde nació la locura

 
Un día Konrad Koch tuvo una idea. La tuvo de hecho antes que nadie en su país, si bien es cierto que era cuestión de tiempo que otro hubiera venido con la misma cantinela. De hecho hay quien dice que en Dresden algunas personas se le adelantaron, aunque no hay suficientes elementos de juicio como para demostrarlo.

La revolucionaria ocurrencia de Koch, la que convierte a este sencillo maestro de escuela en un pionero y sin saberlo en un ídolo de masas, fue disputar un partido de eso que llamaban fútbol sobre suelo alemán en el otoño de 1874. Más que una iniciativa resultó un experimento, con sus alumnos como cobayas humanas. Les juntó en una calle, tiró al aire un balón de rugby que su su asistente August Hermann había traído de Inglaterra y dejó que todo se desarrollara con naturalidad, sin ningún tipo de limitación.

Lo que vio debió de gustarle pues solo un año después se decidió a publicar las primeras reglas en germano para su práctica y a crear el primer equipo. Poco le importó que le tacharan de loco por jugar a aquella "tontería inglesa" y que amenazaran con echarle de su puesto de trabajo. Hoy muchos de aquellos que usan el balompié como medio de evasión besarían por donde pisa.

Sin embargo esta historia se quedaría en nada sino habláramos del lugar de los hechos. Lo que en España son las Minas de Riotinto, en Alemania es la localidad de Braunschweig, un lugar en la Baja Sajonia que estas fechas luce más radiante que nunca. Allí la Navidad se pone su traje más blanco para recibir un mercadillo pintoresco de ciento cuarenta expositores en los alrededores se la catedral. Sobre las repisas se exhibe artesanía, en el ambiente huele a salchichas y las copas rebosan de vino caliente. Se brinda y se celebra. Este año más que nunca. El fútbol es el motivo.

Fue hace mucho tiempo, hace más de cuarenta y cinco años, cuando aún no había empezado la dictadura del gran Bayern. El Eintracht de Braunschweig fue, aunque pueda parecer extraño, el rey del país. Campeonó de forma inesperada de la mano del Helmuth Johannsen en una época donde era un fijo de la Bundesliga junto a los más grandes. Aquella imagen de gloria la borró el tiempo y tras muchas nevadas,el equipo acabó sepultado en las catacumbas del balompié teutón.

Tanto es así que hace apenas cuatro años los leones coquetearon con el cuarto escalón del sistema, una especie de humillación para una afición que nunca dejó de lado al equipo. Un grupo de admiradores caracterizados por su fidelidad que en las malas también pintaban el campo de amarillo y azul con bufandas y banderas. Justo en esos instantes de agonía, el cielo atendió sus plegarias.

Lo que mandó no fue nada del otro jueves, al menos a simple vista. Un tipo menudo con cara de jugador de los de antes y orejas de soplillo tan solo conocido por ponerse durante cuatro años la camiseta del club y por viajar con la Mannschaft sub-21 en tres ocasiones. Torsten Liebernekcht era una solución de urgencia para parchear la salida inevitable de Benno Mohlmann. Dirigía en las inferiores y no destacaba por nada. Sin embargo, lo cambió todo.

Como en una buena película americana de sobremesa, ese futbolista que se quedó por el camino cogió un vestuario deshecho y desmotivado para, con trabajo, llevarle hasta la gloria. En ello anda. Primero le salvó, luego lo asentó, hace dos años lo subió a la 2.Bundesliga. Tras finalizar octavo el pasado curso el Eintracht de Braunschweig, cuyo estadio se sitúa a escasos cuatro kilómetros de esa calleja donde un día Koch dejó caer un balón de rugby, es hoy líder en solitario y sueña con volver al máximo nivel. En el argumento, por supuesto, hay también un bala perdida reconvertido y un veterano que ha vivido los momentos más amargos tras llegar justo cuando su míster se retiraba.

El primero es el congoleño Dominick Kumbela, un delantero sancionado por consumo de cannabis, por verse envuelto en asuntos de apuestas ilegales y por algún que otro altercado nocturno. Su opuesto el capitán Dennis Kruppke. Entre los dos suman diecisiete de los treintaiún goles de un bloque que ya aventaja en nueve puntos al tercer clasificado. Si nada se tuerce, la ciudad donde un loco quiso practicar aquella "tontería inglesa" recibirá de nuevo a los mejores del país. Con más cámaras, con más seguidores, con otro tipo de locura -la que se vive en las gradas- pero con el mismo espíritu.

jueves, 6 de diciembre de 2012

¿Qué ha sido de... Mourad Meghni?

 
"El nuevo...". Esos puntos suspensivos, que suelen ser sustituidos por el nombre de un futbolista de nivel contrastado, han levantado tantas carreras como las que han hundido. Messi fue en su día "el nuevo Maradona"; Neymar se considera "el nuevo Pelé". Ha habido "nuevos" Ronaldos, Romarios, Cruyffs... y, sobre todo, "nuevos" Zidanes. Ese sambenito con el que han tenido que cargar jugadores como Nasri o Hazard lo llevó en su día nuestro Mourad Meghni.

Fue quizás el primer "heredero", en parte porque los paralelismos entre ambos existían. Más allá de sus dotes con el balón en los pies, que en el caso de este por entonces joven futbolista eran notables, a ambos les unían sus orígenes argelinos. Cuando Meghni comenzó a despuntar en las inferiores de Francia, saltó la liebre.

Su primer momento de gloria le llegó el Mundial sub-17 del año 2001. Se había criado en Clairefontaine al igual que otras tantas estrellas del país y con algunos de ellas fue creciendo y sumando títulos como el torneo de Toulon en el año 2004. El míster, Girard, le alababa y mientras él pulía su talento en la cantera del Bolonia, a la que llegó con solo 16 primaveras.

Sin embargo ser joven y bueno no garantizó en su caso el prestigio. A la precocidad no le siguió la madurez y comenzaron a no cumplirse las expectativas.  Alejado de su tierra natal, en un país en el que no hablaba el idioma y donde no podía demostrar todo su talento, se fue apagando. Fue cedido al Sochaux francés pero sobre sus hombros tuvo que cargar con dos pesos: Los problemas físicos y la eterna comparación.

A su vuelta, sin embargo, demostró ser un jugador más fuerte y mentalmente mejor preparado. Una buena campaña con el Bolonia le bastó para cambiar de aires rumbo a la capital para vestir la elástica del Lazio. Las buenas noticias no vinieron solas. A este fichaje y a su regularidad le siguió la posibilidad de debutar a nivel internacional. No fue con Francia sino con Argelia, nación con la que se quedó a las puertas de disputar el Mundial de Sudáfrica porque, de nuevo, una inoportuna lesión apareció de la nada cuando mejor estaba.

Al final la competencia acabó con sus oportunidades en Italia y ambas partes decidieron poner fin a su relación contractual. Cansado del fútbol europeo decidió romper con su vitola de "eterna promesa" y resucitar lejos. Escuchó la llamada del fútbol catarí antes de lo que otros suelen hacerlo. Primero fichó por el Umm-Salal. Luego fue prestado al Al Khor. Finalmente, con 28 años, ha acabado en el Lekhwiya. Ya nadie le asemeja a Zizou. Para bien o para mal.

Con motivo del puente, no habrá post el próximo viernes. "De paradinha" volverá a actualizarse el lunes. Disculpad las molestias.

martes, 4 de diciembre de 2012

El adiós de un icono

Aquella final de Copa del año 1987 es probablemente el mayor escándalo que se recuerda en la historia del fútbol rumano. Y eso que el listón es bastante alto. De un lado comparecía el Steaua, el equipo de un ejército que comandaba Ilie Caucescu y que tenía en Valentin Caucescu a su máximo forofo. Por sus apellidos les conoceréis: El primero era el hermano de Niculae, el dictador. El segundo, su hijo.

El rival ese día era el Dinamo de Bucarest, club apadrinado por el Ministerio de Interior, y el partido se acercaba al final con 1-1 en el marcador. Fue entonces cuando el colegiado decidió anular un tanto de Balint por fuera de juego a instancias de su asistente. En una iniciativa inusitada, los jugadores del Steaua abandonaban en bloque el césped descontentos con lo decretado. Como era lógico, y tras esperar veinte minutos para ver si todo volvía a la normalidad, algo que no sucedió, se decretaba el final del partido y se daba la victoria por 3-0 para el Dinamo.

Todo hubiera quedado en una extraña anécdota si no fuera porque la película iba a tener un desenlace diferente. Mientras el común de los mortales entendía que entregar el trofeo al único que quedó sobre el césped era lo lógico, Niculae Caucescu y su esposa discrepaban. Demostrando una vez más que por encima de las leyes del deporte estaban sus antojos, firmaron el documento del Consejo Nacional de Deportes que daba ganador por 3-0 al... ¡Steaua! y de paso inhabilitaba al trío arbitral durante un año.

Este último estaba encabezado por Radu Petrescu, quizás el nombre más conocido en su ámbito a nivel nacional por aquél entonces. Quizás por la injusticia que se cometió con él, quizás porque le convenció para que limpiara su nombre en los terrenos de juego, su hijo Silviu decidió seguir sus pasos al descubrir que su carrera como futbolista no iba a llegar tan lejos como él hubiera deseado y quizás sería más útil tomando decisiones.

Hizo las maletas y se marchó de la que por entonces era una decadente tierra natal con su silbato rumbo a la tierra de las oportunidades. No pisó en cambio Estados Unidos, sino que se refugió en Canadá. Allí, alejado del mundanal ruido, de la sombra de su padre y de los rescoldos de aquella final de 1987, comenzó a dirigir partidos en ligas menores. Como el sueldo estaba años luz del caché de las grandes ligas del Viejo Continente, se buscó una actividad alternativa con la que obtener más ingresos.

Eligió ponerse al volante de un taxi, un trabajo de autónomo que le servía como medio para dedicarse a ese fin que tanto ansiaba. La paz que encontraba entre las cuatro puertas de su automóvil contrastaba con sus golpes de carácter en el campo, donde le era imposible pasar desapercibido dados sus además bruscos y su gigantesca estatura.  Hoy ese tipo que llegó de Rumanía es historia. No solo porque ha sido seleccionado como el mejor colegiado de la MLS: Petrescu pitó ayer la final de la Copa, es decir, el último partido de Beckham en territorio norteamericano.

Independientemente de su aportación deportiva, intermitente y con parones para no perder la forma y no ganarse la desmemoria de sus paisanos europeos, es innegable que hay un antes y un después de su aterrizaje en Los Ángeles. Su imagen ha sido un trampolín para dar a conocer al mundo una competición que a día de hoy es embrionaria si tenemos en cuenta a lo que aspira en convertirse.

Es evidente que el 'soccer' tiene de momento la batalla perdida en materia de popularidad con respecto al béisbol, el fútbol americano, el baloncesto y el hockey. Pero vamos avanzando. Con excepción de aquél faraónico Cosmos, hasta hace no demasiado hubiera sido impensable ver a estrellas de ultramar luciendo palmito en Estados Unidos. Sin embargo ese camino que inició el que hoy se va lo aprovecharon otros como Robbie Keane, Rafa Márquez o Thierry Henry para superar sus complejos.

Cruzar el Atlántico ya no se considera un fracaso sino una opción digna de pegarle patadas al esférico por última vez. En la escala de cementerios de elefantes, la MLS ha conseguido ganarle la batalla a Oriente Medio y al Lejano Oriente gracias a un halo de dignidad y competitividad que le permite reclutar a mejores jugadores a edades cada vez más tempranas.

Con su precisión en las faltas, su look camaleónico y una mujer habitual del papel couché; David Beckham ha sido un revolucionario sin quererlo. No tiene el glamour de un quaterback o un pitcher pero ha conseguido importar el encanto de lo desconocido. Es el extraño que llegó de lejos para traer un nuevo deporte, un puzzle casi indescifrable del que solo se tenían piezas sueltas como aquél Mundial de 1994 o los amistosos de pretemporadas.

En una época en la que los hispanos están cada vez más presentes, donde la globalidad de los duopolios Barcelona-Real Madrid Messi-Cristiano Ronaldo es innegable; nadie puede escapar del influjo. A pesar de todo, nada sería igual si Beckham no se hubiera dejado caer por allí, si su figura icónica hubiera pasado desapercibida.

Su testigo lo recoge ahora un hombre aún joven y teóricamente más cualificado en lo futbolístico. Así lo acredita al menos el Balón de Oro que atesora, solo un trofeo más de la pléyade de distinciones individuales que ha recibido durante su carrera. La más que segura llegada del brasileño Kaká en apenas unos meses supone un soplo de aire fresco ahora que el trono de sumo pontífice del balompié yankee queda vacante por la renuncia de su último inquilino. Comienza el nuevo orden.