Muchas cosas han cambiado en el fútbol inglés con el paso de los años y no todas para bien. Convertida la Premier en el lugar ideal para que los técnicos encontrasen estabilidad laboral, los banquillos queman cada vez más. La paciencia ya no es virtud y hasta siete entrenadores han sido destituidos en lo que va de temporada, el último de ellos el danés Michael Laudrup en el Swansea.
Una cifra sorprendente que rompe con la tradicional confianza, casi veneración, que los clubes británicos han mostrado hacia sus directores de orquesta. De hecho solo en Italia, país donde el guión se altera con asiduidad, tiembla menos el pulso a la hora de despedir. Alemania y también España, último caso este quizás marcado por la crisis económica, se sitúan bastante por debajo de ambos casos.
Detrás de todo ello se sitúan varias causas, la principal esa falta de tacto que demuestran los inversores extranjeros que de la noche a la mañana han comprado un escudo y unos colores con el dinero de su bolsillo. Poco dados a la empatía y acostumbrados a la efectividad máxima en sus negocios, no tienen reparos en mover elementos persiguiendo el éxito inmediato.
El problema es que en el deporte rey no solo rige la economía sino que se mezclan con ella los siempre complicados e impredecibles factores humanos. El ansia de poder que tienen gran parte de estos dueños les lleva a perseguir el control total prescindiendo de la siempre incómoda figura del mánager. Ya no se ficha un estilo, se contratan piezas sueltas y se le pide al entrenador que elabore con ellas una estructura sólida y fiable.
Deseo que no siempre es fácil de ejecutar, más cuando el tiempo vale oro. Es ahí cuando la falta de experiencia en la gestión del que se mete en camisa de once varas acaba precipitando un tijeretazo por el eslabón más débil. Pocas veces a estas alturas de la temporada se habían cortado tantas cabezas. Es más, doce equipos han cambiado de manos desde que concluyera el pasado curso y solo en tres el estratega lleva más de dos años ocupando el cargo.
Son los casos de Sam Allardyce (West Ham), Alan Pardew (Newcastle) y sobre todo el de Arsène Wenger (Arsenal). Este último es el único exponente del viejo modo de hacer las cosas toda vez que Ferguson decidió dejarlo el pasado verano para controlar al United desde la sombra. En la época de la inestabilidad y el gatillo fácil, consigue seguir en pie como factótum sin que nadie discuta su autoridad pese a la falta de títulos en las últimas campañas.
Es un rara avis que aúna corrientes. Por un lado, la seguridad en el puesto de trabajo heredada del pasado. Por otro, la creciente entrada de extranjeros en las tareas de dirección que se experimenta en la actualidad. Ese es el término medio que la mayoría de clubes deben perseguir. Sin embargo para que eso suceda deberán pasar por el aro los dirigentes. Demasiado pedir para alguien que considera una plantilla su juguete y a sus aficionados un ruido de fondo.
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