De todas las cartas astrales que jamás se vieron sobre un campo de fútbol, la de Jupp Heynckes es probablemente la que esté escrita con los renglones más torcidos. Habituado a las catástrofes no buscadas, al alemán nunca le ha servido brillar más que la mayoría sobre un terreno de juego, sea literal o figuradamente.
Dotado de un rojo incandescente que se vuelve más rojo y más incandescente con el transcurrir de los minutos en los que un balón pasa ante sus ojos, todo el mundo ha deseado alguna vez que ese hombrecillo apocado explotara por unos segundos, que soltara lo que lleva dentro, que ejerciera su derecho a ese "día de furia" que cualquier entrenador se merece.
Sin embargo, conforme pasan los años y se suceden en su vida las desdichas sin reacción, se va perdiendo la esperanza. Tiene el aspecto de alguien resignado que ha aprendido a disfrutar de sus éxitos en solitario y que ha renunciado a recibir cualquier tipo de reconocimiento o gratificación por sus servicios. De hecho su caso se asemeja al de ese obrero altamente productivo que ve como promocionan a esos compañeros que eternizan la hora del café y no valen ni para pegar sellos. Como mucho el día de su jubilación le darán una placa, ahora que están tan de moda, y una generosa palmadita en la espalda.
Cuando se habla, por ejemplo, de los mejores jugadores germanos, al respetable se le llena la boca con nombres como el de Beckenbauer, Muller o Klinsmann. Heynckes, por contra, nunca suena pese a ser el tercer máximo anotador de la historia de la Bundesliga y la figura visible de un Moenchengladbach con el que muchos temían encontrarse tanto en Alemania como en Europa.
En su faceta de entrenador no le han ido mejor las cosas. Capaz de convertirse en uno de los pocos en dar un paso hacia atrás en el escalón futbolístico justo después de conquistar una Champions, la constante incomprensión ha lastrado su imagen. Si perdía la culpa era suya, si ganaba del vestuario que no le hacía caso. De vender esa mentira y desprestigiarle se han encargado la prensa y sus propios directivos. En su etapa en el Madrid se le conocía como "salmonete", en su país natal como "Osram" por la marca de bombillas.
Militante en el conducta estoicista, ha aguantado durante años carros y carretas. Incluso cuando todo apuntaba a su retiro tranquilo y reposado, el desprestigio se ha cruzado en su camino. Campeón del triplete con el Bayern, le habían enseñado la puerta de salida a comienzos de año para ser sustituido por maquinaria más joven. Tuvo que soportar además cómo le preguntaban si le pediría consejo a Guardiola para la eliminatoria contra el Barcelona en Champions, que acabó ganando por un total de 7-0.
Ahora, después de firmar la campaña perfecta, su nombre ha vuelto a sonar para los grandes de Europa... como segundo plato. Y pese a todo, pese a que tiene la espalda doblada por los golpes inmerecidos y puede dejarlo en lo más alto riéndose de todos aquellos que le han ninguneado desde que decidió dedicarse al deporte rey de forma profesional, se deja picar por el gusanillo de la ambición y no descarta dar marcha atrás en su retirada. Señor dentro y fuera del césped, poseedor de una sonrisa pícara y una mirada entre huidiza y curiosa, su amor por el fútbol es demasiado como para decirle que no definitivamente. Con todo ganado y mucho que perder, aún tiene hambre de retos. Bendito masoquismo.
2 comentarios:
Buenas,es cierto que por ejemplo este año ha echo una gran temporada con el Bayern y suena como segundo plato de otros. Saludos!
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