Los arcanos que envuelven al milagro del Zulte Waregem solo hay una persona que los conoce en su totalidad y resulta descartable, al menos de momento, que algún día los revele. Su depositario, el técnico Francky Dury, ha trabajado durante mucho tiempo en una profesión donde la discreción es ley y también dinero.
"Entrenador y detective" podría ser sin ningún problema el título de un telefilm de los que ponen a las cuatro de la tarde un fin de semana en cualquier cadena de índole nacional... y también la biografía de Dury, habituado a una vida paralela mientras levantaba un monumento a la fe partiendo de la nada.
Aquello fue, claro, hace tiempo; cuando el éxito quedaba lejano y manejaba los designios del embrionario Zultse VV en la quinta categoría del fútbol belga, el escalón más alto... del nivel regional. Fue algo eventual, bien es cierto, ya que Dury jamás dejaría al equipo precipitarse de nuevo a las catacumbas de los campos de tierra y los vestuarios insalubres.
Nada más llegar consiguió el primero de los ascensos que iría engarzando durante once temporadas, con solo una aventurilla extramatrimonial de un año con el RCH Gent. Sus ojos han visto de todo, incluso la fusión con el Waregem en 2001 que cambió definitivamente la vida del club y le convirtió en un aspirante real a habitar con regularidad entre los grandes del país.
No solo eso. Ya en la Jupiler logró el más difícil todavía conquistando la Copa y jugando la UEFA, donde caería a manos del Newcastle tras superar la fase de grupos. Y todo ello sin grandes nombres a nivel internacional más allá del croata Nikica Jelavic, que pasó sin pena ni gloria por el vestuario.
Con todos los deberes casi hechos, Dury se marchó a encontrarse a sí mismo en otros banquillos. Asesoró al seleccionador Vercauteren, probó suerte en el Gent -aunque llegó justo de fuerzas al tramo final y unos desastrosos playoffs precipitaron su salida- y se hizo con los mandos del que quizás sea su proyecto más ambicioso hasta la fecha: La selección belga sub-21, cantera de uno los países más emergentes en la actualidad.
Ningún proyecto se adaptó a sus exigencias o le llenó lo suficiente y por ello este año ha vuelto con fuerzas renovadas al sitio donde fue feliz, donde se hizo un nombre. Alejado de la policía y centrado en el verde con su modelo a cuestas, ha llevado al Zulte al siguiente nivel, si es que aún había alguno por encima. El pasado miércoles derrotaba al Anderlecht afianzándose en el segundo puesto de la clasificación con una plantilla por la que nadie hubiera nada un duro.
Un elenco compuesto en su mayoría por eternas promesas que parecían haberse quedado por el camino. Nombres como el del croata Ivan Lendric, en su día mejor jugador joven para el diario Sportske Nosvosti. Como el del islandés Ólafur Ingi Skúlason, con pasado discreto en el Arsenal y una rotura del ligamento cruzado en su currículum. O como el del macedonio Aleksandar Trajkovski, que llegó a entrenar con el Chelsea.
Dos son en cambio los que sostienen al equipo. Si bien la principal virtud del bloque es una capacidad defensiva, que les lleva a ser los menos goleados de la competición, es del centro del campo para arriba donde tiene a sus referentes. Futbolistas ambos ansiosos de reivindicarse.
Torgen Hazard, el "hermanísimo", quiere demostrar lo que el planeta ya sabía; que puede desentenderse de su apellido y de las comparaciones para demostrar que está capacitado para jugar junto a Eden en el Chelsea. El otro es Franck Berrier, un menudo centrocampista de corte ofensivo que bordea la treintena y ha explotado con retraso. El curso pasado hizo un gol, esta lleva trece y ha aumentado su promedio de asistencias.
Entre todos están construyendo un equipo intocable que no pierde desde el pasado 20 de octubre, cuando Urkullu y Feijoó se enfrentaban a la jornada de reflexión y Obama peleaba con Romney por ganarse los votos de sus conciudadanos. Hace mucho ya de eso. Con los playoffs a la vuelta de la esquina y un colchón muy cómodo para permitirse paladear el caramelo que es la Champions; coronarse campeones siguiendo el báculo del hijo pródigo ya no es una quimera. Para Dury sería cerrar el círculo, su último truco, el más difícil todavía.
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