Si uno piensa en jugadores de fútbol que hayan representado a la selección canadiense probablemente el primer nombre que le venga a la cabeza sea el del punta Taomasz Radzinski. Hay más, por supuesto, y alguno pasará por esta sección a no mucho tardar, pero quizás por la sonoridad cuando se le menta, quizás por su relevancia; nuestro protagonista de hoy ha sido el que ha gozado de mayor relevancia.
Y eso que no nació en el país de la hoja sino que lo hizo en Europa. Sí, su nombre y su apellido le delatan: Era polaco, en concreto de Inowroclaw. Allí fue donde dio sus primeros pasos y en Alemania donde continuó su progresión vistiendo los colores del Vfl Osnabrück. Sucedió que por alguna extraña razón, o por un extraño representante, su existencia llamó la atención del mito Gregorz Lato, que por entonces entrenaba al otro lado del Atlántico.
Así tuvo su primer contacto con tierras canadienses, ese país al que volvería con recurrencia para representarlo a nivel internacional. La conexión de ambos en el New York Rockets no fue todo lo prolífica que les hubiera gustado ya que el equipo acabó disolviéndose. Tras un breve paso por el Saint Catharines Wolves, decidió coger billete de vuelta al Viejo Continente, eso sí, con un pasaporte bajo el brazo.
De esta forma se enroló en el Germinal Ekeren, donde pronto se destapó como un jugador destinado a empresas más altas. A base de goles se ganó una oportunidad con el gran gigante del país belga por entonces... el checo Jan Koller. Juntos formaron una sensacional delantera en el Anderlecht e incluso circula por internet ese gol al Manchester United en Champions donde en un cambio de roles, su compañero centraba y él remataba. Ese día hizo doblete en la victoria por 2-1 de los de Bruselas y su apellido acabó subrayado con rotulador fosforito en las agendas de varios clubes de la Premier.
Él quería irse a jugar allí y el Everton quería tener en sus filas al máximo goleador de la Jupiler League. Claro, que para que se cumplieran ambos deseos, los de Liverpool tuvieron que desembolsar 4,5 millones de libras, la cifra más alta pagada por un jugador canadiense en aquellas fechas. Pasó allí tres años en los que no cumplió con las expectativas pero dejó algún gol de bella factura y alguna imagen para la posteridad como su beso en los morros a un Wayne Rooney que acababa de aterrizar en Primera y aún tenía pelo natural.
Ansioso de más minutos y de firmar su último buen contrato profesional, ese que que le garantizara una jubilación digna, solicitó el Transfer Request para marcharse al Fulham. Allí conquistó el cariño de los aficionados pero no el de su entrenador Lawrie Sánchez. Como quiera que el segundo siempre es más importante que el primero cuando de jugar se trata, hizo de nuevo las maletas.
Emigró a Grecia para probar suerte en el Skoda Xanthi. Su temporada resultó estupenda, repleta de goles. Una de esas que sirven para quedarse en un club de por vida. Sin embargo a sus compañeros, y a la entidad, no debió hacerles mucha gracia que les acusara de amañar partidos y por ello tuvo que salir.
Hijo pródigo, regresó a Bélgica, a un club que por entonces exigía menos como el Lierse. No estaba Radzinski para hercúleas hazañas pero sí para otras más modestas como ascender al equipo. Lo hizo con su acierto habitual de cara al marco rival. Tras aguantar allí varias campañas, en enero de 2012 el Waasland-Beveren le fichó libre por seis meses. Finalizada esa vinculación, decidió colgar las botas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario