Ahora que Bosnia Herzegovina ha conseguido por fin clasificarse para un importante torneo internacional tras certificar su participación en el Mundial del Brasil 2014, no está de más mirar a atrás para descubrir cómo ha cambiado una selección que surgió de las cenizas de la guerra para mejorar con el paso del tiempo gracias a una generación portentosa.
Nadie ilustra mejor ese cambio que Muhamed Konjic, el capitán en aquel partido del 30 de noviembre de 1995 que midió a su combinado ante Albania y supuso el estreno en el panorama futbolístico mundial de una nación fragmentada por la tragedia. En su ser se representaba todas las cicatrices del conflicto. Tanto es así que el periodista del "Daily Mirror" Martin Lipton definió la conversación que mantuvo con él como su mejor entrevista de la década.
El relato, que todavía puede ser leído en fragmentos a través de algunas webs o de forma íntegra mediante suscripción, cuenta cómo afectó el conflicto de los Balcanes a un chico nacido en Tuzla y que jugaba en el equipo local, el Sloboda, cuando se paralizó la liga yugoslava tras el estallido de las hostilidades.
Otros jóvenes en su lugar habrían optado por buscar la forma de huir para seguir progresando en sus carreras. Konjic, en cambio, prefirió luchar. Con su 1,91 de estatura se enroló en el ejército para combatir: "No tenía otra opción porque estábamos siendo atacados y era cuestión de luchar o morir. Fue una época muy difícil pero afortunadamente nadie de mi familia murió. Durante la guerra el único objetivo era seguir vivo junto a tu familia. No teníamos ni agua, ni comida, ni medicinas; solo esperanza", le relató a Lipton.
Durante ocho meses el combate ocupó su mente quedando el fútbol en un segundo plano y cuando abandonó la lucha, comenzó a entrenarse en solitario en las calles con el sonido de las bombas de fondo. Mantenía entonces dos peleas; una contra sí mismo por volver a ser el de antes y otra con el alcoholismo en el que cayó tras vivir la desgracia en su día a día.
Para sacarle del agujero llegó en su auxilio el NK Belisce de Croacia, un equipo modesto en el que renunció a un sueldo a cambio de que el club enviara comida para su familia y sus allegados en Tuzla. Vislumbraba así la luz al final del túnel pero en este tramo decisivo aún habría lugar para una última tragedia. De camino a su nuevo destino junto a uno de sus mejores amigos, el coche en el que viajaba cayó en una zanja. Su acompañante falleció y el sufrió secuelas físicas.
Pese a todo, debutó dos semanas después: "Hubiera matado al delantero para llevarme un balón por alto pero era yo siempre el que lloraba al final de la jugada. Todo el mundo se extrañaba al ver a un jugador alto, fuerte y joven llorar sin ningún motivo sobre el campo. Nadie sabía que jugaba con los dos brazos rotos".
Después de sufrir todo aquello, su carrera fue en ascenso. Primero fichó por el NK Zagreb y posteriormente pasó por Zúrich antes de enrolarse en aquél Mónaco que dirigía Jean Tigana y que contaba en sus filas con Thierry Henry y David Trezeguet. La cabezonería de Gordon Strachan tras quedarse prendado de él en un Croacia-Bosnia le llevó al Coventry. Allí se ganó el cariño de la afición, que le bautizó como "Big Mo". El broche a su vida deportiva lo puso en el Derby County, donde las lesiones precipitaron su adiós.
Es solo una historia más de las miles que dejó la guerra. Dramas personales y vidas alteradas por la barbarie que han ido dibujando la identidad de un país que por fin podrá presumir de haber jugado un Mundial. Konjic, que ahora vive en su Bosnia natal, no podrá disfrutarlo sobre el césped pero sí podrá ver en acción a uno de sus protegidos. Entre las muchas cosas de las que puede sentirse orgulloso siempre estará haber puesto a los ingleses sobre la pista de un chaval que militaba en el Teplice. Nadie le hizo caso entonces. Hoy, justicia poética, ese chico lidera a la selección y viste los colores del Manchester City.
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