Fue en mayo de 1976 cuando Boney M. sacó al mercado el single que cambiaría su vida, "Daddy Cool". La voz grave de Frank Farian contrastaba con los coros de las mujeres que componían junto a él la formación, creando entre todos un himno disco con tintes sensuales que fue la antesala de otros casi analógicos como "Rasputin".
Con el tiempo las nuevas corrientes musicales han convertido todo aquello en obsoleto, algo rancio que linda con lo hortera propio de una época que parece mas pretérita de lo que en realidad es. Se han producido intentos vanos de recuperarlo a través de campañas publicitarias y parodias pero nunca hasta la fecha nadie había tenido la idea de vincularlo al fútbol para evitar el olvido.
Ha tenido que ser una afición eufórica la encargada de dar ese paso al frente en compadreo con su nuevo héroe, uno de esos futbolistas que visten la camiseta de un equipo casi por casualidad en su camino hacia un éxito personal que se da por seguro. No son muchos los que alcanzan la categoría de estrellas. De los elegidos, la mayoría salen de las canteras de los clubes importantes y suben al primer equipos. Los demás a lo sumo pasan por una o dos entidades, procedentes de su país de origen o descartados por los grandes, antes de dar el paso definitivo.
Es el caso de un tipo que físicamente parece más grande y fuerte de lo que dice su ficha, que viste de amarillo y negro, que actúa con instinto asesino y se aleja del lugar de los hechos al trote mientras de fondo suena ese "Daddy Cool" que tan poco se asemeja al estridente sonido que acompaña a Norman Bates en "Psicosis".
Se llama Wilfried Bony, juega en el Vitesse y es el delantero de moda en la Eredivisie o, lo que es lo mismo, el último inquilino de una lista de privilegiados en la que figuran nombres como Zlatan Ibrahimovic, Romario, Ronaldo, Luis Suárez, Ruud Van Nistelrooy o Klaas-Jan Huntelaar, jugadores todos ellos de sobra conocidos por un aficionado que maneje el ABC del deporte rey.
Nacido en Costa de Marfil, jugó al Fútbol-7 en las calles dentro de esas competiciones locales conocidas como "El Maracaná" antes de ser captado por la prestigiosa academia del ex futbolista Cyrille Domoraud, escaparate de lujo para los equipos del Viejo Continente. Fue probado por el Liverpool y por varios equipos irlandeses pero nadie acabó seducido por sus virtudes. Menospreciado, entró en acción el Sparta de Praga y comenzó la fiesta.
Su leyenda ha ido creciendo desde entonces. Se fue traspasado a Arnhem por 3,8 millones y ahora está tasado entre diez y doce... de momento. La culpa la tienen sus goles, hasta quince en catorce partidos de todos los colores y formas. Poco o nada le importa la entidad del rival. Dos se llevó el Ajax, uno el PSV este fin de semana. Es el alfa y el omega de un equipo que está superando todo lo esperado, el talismán de una afición que se entrega en cuerpo y alma a su figura, que admira su profesionalidad y le recibe con tifos que ocupan un fondo entero de arriba a abajo.
Demasiados paralelismos con su ídolo, con el espejo en el que se mira, con la figura a la que todos quieren buscarle un parecido. Lejos de divismos Wilfried Bony y Didier Drogba son amigos. El segundo, embajador mundial del fútbol costamarfileño y también africano con permiso de Etoo, es un guía, un consejero. Se llaman por teléfono, el maestro orienta al aprendiz. El pequeño le cuenta sus inquietudes al mayor.
Le cuenta que vive un sueño pero que ansía más. Que en Holanda es querido, admirado, pero sufre por algo que no puede controlar. Una situación burocrática que le supera y le entristece, la de las férreas leyes migratorias. En territorio donde produce felicidad para miles de personas, él es un hombre triste por no poder estar cerca de los suyos, a los que se les niega el visado de entrada.
Todo hace pensar que le ha llegado el momento de enrolarse en una gran liga, que el glamour llama a su puerta, que ya no puede sortear a un destino que ha decidido de forma caprichosa que debe ser él quién recoja el testigo de los tótems balompédicos africanos. En en invierno o en verano pero siempre más pronto de lo que le gustaría, el Vitesse, que vive en el sueño etéreo de pelear con los mejor, deberá despertar y volver a "su" realidad. Esperar otros quince años, los que han trascurrido desde que se dejara caer por allí un joven y por entonces desconocido Roy Makaay. Poco dura la alegría en la casa del pobre.
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