Era cuestión de tiempo que Australia se alzara con la Copa Asia. Sin embargo esperó al mejor momento, en casa, ante su público. Llega de esta forma al piso más alto después de ir subiendo peldaños de manera progresiva desde que disputara por primera vez la competición allá por el año 2007.
El título no es sino otro argumento, este de mucho peso, para cimentar una decisión que hasta la fecha solo ha traído beneficios. En un país donde se atisbaban visos de progresión, con futbolistas que daban el do de pecho en varias ligas potentes de Europa, solo era necesario un cambio continental para hacer realidad los buenos augurios.
Australia, que era cabeza de ratón en Oceanía y se paseaba por la zona firmando marcadores de dobles dígitos ante naciones como Samoa Americana o las Islas Cook, ha demostrado que podía estar también en los cuartos frontales del león y trasladar ese dominio a territorio asiático hasta adelantar por la izquierda a naciones con mayor tradición balompédica.
Entre iguales, los 'socceroos' han crecido y se han hecho más competitivos. Han dejado de jugarse su destino mundialista a una carta cada cuatro años para ganárselo casi por inercia en el tránsito natural de la tediosa fase de clasificación. De la noche a la mañana se han convertido en uno de los conjuntos a batir, en un invitado incómodo que al mismo tiempo hace más grande a sus rivales.
Los oceánicos han asimilado bien los postulados de su nueva realidad y le han aportado el toque que les da la experiencia ultramar de sus componentes. De hecho era el combinado con mayor presencia de jugadores fuera de sus fronteras en la cita continental solo por detrás de Corea del Sur, la otra finalista.
Acostumbrados a mimetizarse con el entorno en el que les toca vivir, los australianos han demostrado ser siempre futbolistas intensos y solventes. Jueguen donde jueguen, su rendimiento siempre es óptimo y solo la falta de unos contrarios a su altura de manera recurrente había mermado su potencial durante décadas.
Ese problema ya no existe y ante ellos se abre un panorama esperanzador que si bien no debería llevarles a plantar cara a los grandes, al menos les ayudará a ejecutar un salto cualitativo y dar confianza a la generación que viene, llamada a suceder a esos hombres que tiraron abajo las barreras que impedían el salto al Viejo Continente y pasarán a la historia como los primeros que conquistaron el lejano Oriente.
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