De todos aquellos que podían haberse elevado a los altares del fútbol africano como héroes, jamás nadie hubiera dado un duro por Boubacar 'Copa' Barry. Menos aún cuando el arquero costamarfileño, desde tiempos inmemoriales considerado por muchos como el peor elemento individual de la selección, parecía desterrado al banquillo como si fuera una maleta que hay que llevarse porque no queda más remedio.
Cosido a palos verbales por sus intervenciones bajo los palos, había perdido definitivamente la confianza de Hervé Renard a sus treinta y cinco años. Era pues un elefante pasado de edad, perteneciente a esa generación maldita de la que se habían ido otros miembros de la manada a morir en soledad.
Sin embargo cuando menos lo esperaba, le llegó ese momento soñado. Después de más de una década de, no siempre acertado pero sí leal, servicio el fútbol le dio una oportunidad de revancha para congraciarse con él. Lo sabía y lo aprovechó para escenificar una actuación a la par balompédica y efectista digna de Óscar.
Sus lágrimas, sus muestras de dolor... todo habría resultado creíble si no fuera porque Barry ya había protagonizado escenas de lo más disparatadas a lo largo de su carrera. Basta con buscar en Youtube su nombre para encontrarle representando una pantomima tras el supuesto choque con un delantero o comiendo hierba después de que su selección le marcara a Grecia durante la Copa del Mundo de Brasil.
Todo en él es atípico, desde su 1.78 de estatura que le hace indigno de los cánones que rigen a los guardametas modernos hasta su trayectoria profesional. Llegado al Rennes desde el ASEC Mimosas se marchó a Bélgica sin jugar ningún partido en tierras galas. Desde entonces no se ha movido hasta el punto de que recientemente pasó a ser el extranjero con más encuentros en la competición local.
Por todo ello, verle parar y marcar el penalti decisivo tras un suplicio de tanda por la que tuvieron que pasar todos los jugadores de campo no es sino un guión cómico-fantástico que cierra de manera inesperada la película de su país en el torneo continental. A su tercera final decidida desde el punto fatídico en los últimos nueve años, incluida aquella contra Zambia con el hoy seleccionador en el banquillo contrario, llegó la gloria. Y no la trajo una estrella contrastada de las muchas que han vestido la elástica naranja de un tiempo a esta parte sino un tipo al que nunca se había tenido en cuenta representando un papel que no le correspondía. Esa es la grandeza del deporte rey.
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