Treinta puntos es la distancia que separa a la Juventus del Milán. Una cifra redonda, dolorosa y significativa de la situación de unos y otros. Bien es cierto que los de Turín atraviesan un excelente momento de forma en el campeonato italiano pero no lo es menos que los rossoneri son una sombra, probablemente la versión más pobre del equipo en lo que va de siglo XXI.
La derrota ayer contra el Sassuolo por 4-3 ha sido quizás el instante de máxima decadencia, ese que ha acabado definitivamente con Allegri, un técnico que para muchos ya ha disfrutado de un crédito tan excesivo como inmerecido a juzgar por la dinámica decadente y el desgaste que sufre la plantilla de un tiempo a esta parte.
Sin embargo señalarle como el único culpable es tan absurdo como contraproducente en el sentido de que es una solución fácil que solo enmascara otras carencias igual de graves. Por encima del resultado ante el recién ascendido, que llevaba cinco partidos sin marcar y en el que destacó el póker de goles firmado por el joven Berardi (ojo a este nombre), lo realmente preocupante es la actitud.
Los jugadores parecen arrastrarse cada partido por el campo como autómatas, practican un fútbol de oficina sin alicientes dando la sensación de que no disfrutan con su trabajo, que vestir su histórica camiseta es más un castigo que un privilegio. Es uno de los grandes problemas de contar con una plantilla avejentada donde solo nueve futbolistas cuentan con veintiséis años o menos, casi tantos como los que sobrepasan las tres décadas.
El dato invita a poner en cuestión la planificación deportiva, otro de los aspectos que no escapan de la crítica. Elemento esencial para construir todo proyecto, en el Milán es un ente abstracto desde hace tiempo. Con Berlusconi delegando en su hija Bárbara mientras sigue haciendo prestidigitación para eludir la cárcel y su fiel Galliani ejerciendo de factótum vitalicio, los fichajes parecen realizarse más por impulsos que atendiendo al raciocinio.
Así, teniendo a El Shaarawy lesionado, el futuro está en manos de un futbolista inestable como Mario Balotelli o en la más que improbable resurrección del brasileño Kaká, por mucho que esté sorprendiendo para bien desde su retorno. Además comprar en invierno se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos de un club que sigue agarrándose a la baza del populismo.
Solo de este modo se explica que con toda probabilidad el próximo inquilino del banquillo sea el holandés Clarence Seedorf, un hombre sin experiencia alguna como entrenador y que aún se desenvuelve como jugador a la espera de una llamada para dirigir a una de las entidades más importantes del mundo.
Una apuesta arriesgada que puede salir bien pero que a priori carece de sentido y resulta bastante ilustrativa de la deriva caótica del siete veces campeón de Europa. Sin cabeza, sin corazón, sin alma y sin orgullo todo es susceptible de empeorar. Toca cambiar el modelo de forma radical. Purgar, sufrir y renacer.
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