Para un futbolista retirarse a los veinticinco años, cuando le queda toda una carrera por delante, debe ser muy duro. Más si los motivos que le obligan a ello nacen de factores ajenos a su persona. Es lo que le ha sucedido al extremo estadounidense Robbie Rogers (en la imagen), que la semana pasada en un post publicado en su blog (http://www.therobbierogers.com/) confesaba su homosexualidad al tiempo que colgaba las botas.
Ex internacional y ex jugador entre otros equipos del Herenveen, el Columbus Crew o el Leeds; se une así a una lista que componen nombres como David Testo, Antón Hysen o Justin Fashanu, el primero que aireó su condición sexual en el año 1990. Desde entonces han transcurrido veintitrés años. Veintitrés años en los que la comunidad gay ha ganado en reconocimiento y respeto por parte de toda la sociedad pero en los que ha colisionado con el férreo muro del balompié profesional, plagado de energúmenos en todos sus ámbitos.
Las declaraciones de carácter homófobo, puestas en boca de estamentos que van desde los directivos a los propios protagonistas sobre el césped, ensucian con recurrencia las páginas de la prensa e incluso las redes sociales. Son individuos como Joseph Blatter, como el presidente del Dinamo de Zagreb ("los gays están hechos para el ballet y no para el fútbol") o como Luciano Moggi, que dijo en su día que los homosexuales no tienen lugar en los campos; una idea a la que se unieron hombres como el seleccionador colombiano Jorge Luis Pinto o el alemán Philip Lahm.
Más hiriente fue, durante la pasada Eurocopa, Antonio Cassano cuando opinó que era "problema" de los "maricones" (cito palabras textuales) serlo. Por aquello recibió una multa de 150.000 euros. No ha sido el único que ha tenido que rascarse el bolsillo por algo semejante. Pasó también con varios futbolistas que han militado en la Premier, entre ellos a Federico Macheda. Precisamente la competición inglesa es una de las que está trabajando más duro en este ámbito con permiso de la Bundesliga.
Alemania es probablemente el país donde exista una mayor conciencia del fútbol como elemento cohesionador de la sociedad. Por ello las entradas son más baratas, los horarios más lógicos y este tipo de reivindicaciones más normales. Exceptuando el caso de Lahm y algún otro aislado, estrellas como Mario Gómez o Manuel Neuer han animado a los homosexuales a dar un paso hacia adelante. Quizás porque desde hace tiempo las relaciones entre dos hombres se consideran algo natural viéndose con normalidad que el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, haya optado por esa decisión. Incluso un futbolista profesional en activo ha reconocido ser gay... aunque sin dar el nombre.
Eso demuestra que el principal problema para que más casos como el de Rogers salgan a la luz sin que afecte al protagonista nace por el miedo a la reacción en las gradas, ese lugar donde la gente respetuosa se mezcla con borregos de fin de semana, una pléyade de neanderthales que hacen sonidos de mono cuando tiene la pelota un jugador negro y tachan de gordo o de borracho a los suyos y a los contrarios como una forma de desahogarse por sus miserias personales.
Quizás para solucionar este molesto grano que afea la imagen de una afición entera sea necesario tomar medidas como la que emprendió el Borussia, que sancionó con tres años de suspensión a un grupo de ultras que en un encuentro frente al Borussia decidieron desplegar una pancarta con el texto: "Mejor críticos que chupones y maricas".
Por mucho que una población banalice la homosexualidad, de nada sirve si no se controla en todos los lugares, si no se pone freno en los estadios a las derivas homófobas y por extensión a las racistas o todas aquellas que menosprecien la dignidad de las personas. El caso de Rogers es triste por su final pero debería ser aspiración de casi todos los que amamos este deporte que otros como el suyo acaben bien. Sería sin duda una muestra importante de madurez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario