Palada de estiércol tras palada de estiércol, cada semana la montaña de mierda del fútbol actual se hace más grande y más apestosa. Huele mal, muy mal. Que el fútbol era un negocio, todos los sabíamos. El nivel de turbiedad del mismo, lamentablemente, es algo que no deja de sorprendernos cada vez con menos periodicidad.
Desde los organismos mundiales hasta los reventas pasando por toda clase de tipejos de la peor calaña situados en en los escalones intermedios de la cadena de producción, parece que nadie se libra de la sospecha. Metidos hasta las cachas, las costuras saltan por veinte sitios cada vez que un medio o la propia policía destapan un escándalo.
Lo último ha sido una red de corrupción que ha alcanzado con sus brazos a numerosos países. Ciento cincuenta partidos amañados entre 2009 y 2011. Cuatrocientos veinticinco detenidos. Trescientos sospechosos de diversa índole. Ocho millones de euros de beneficios. Dos en sobornos. La enésima mancha, mayor en magnitud, pero no por ello menos importante, que la que destapaba France Football recientemente en referencia a la adjudicación del Mundial de 2020 a Catar con unos tejemanejes que implicaban desde Platini hasta el mismísimo Nicolas Sarkozy.
Sacamos pecho diciendo que en España estamos limpios de ambas pero en nuestras fronteras se juzga ahora la "Operación Puerto", que podría tener ramificaciones balompédicas, y hace apenas unos días el ex presidente del Mallorca Miquel Contestí reconocía que le ofrecieron arreglar el ascenso y que había pagado primas a terceros.
Noticias negativas en abundancia que dan asco y ensucian la imagen del deporte que más almas congrega cada día delante de un televisor. Personas cuyo estado de ánimo va en muchas ocasiones ligado a lo que haga su equipo, que se dejan sus ahorros y la voz para alentar a los suyos. Personas, por supuesto, entre las que se mezclan en ocasiones energúmenos. Gentuza como la que el otro día agredió a un colegiado.
Ellos son indignos de estar vinculados con el fútbol. También los corredores de apuestas repartidos por todo el globo. Macarras de medio pelo carentes de escrúpulos, disfrazados de horteras, que extorsionan y malgastan su dinero tras blanquearlo, que jamás supieron lo que es trabajar ni se lo han contado.
El fútbol no es de los directivos corruptos que manejan los equipos como si fueran juguetes intentando meter la mano en la caja y cobrando comisiones por los fichajes que realizan, con el objetivo seguir aumentando sus fortunas mientras ponen sonrisa profident ante las cámaras como si fueran honrados.
Tampoco de muchos representantes que se suben a la parra inflando el precio de sus jugadores para quedarse con el excedente. Jugadores, algunos de ellos, que no meten la pierna o que se dejan ganar para redondear sus sueldos con lo que les cae en las manos de las apuestas ilegales. Escándalos que hemos vivido ya en Italia o en Alemania, que se sepa.
Otras veces estos futbolistas asisten impotentes a las decisiones de árbitros que participan en las mismas tramas, que visten a negro a juego con su corazón. Tipos como el sinvergüenza que añadió trece minutos en un encuentro y se inventó un penalti completando uno de esos vodeviles que no se han investigado hasta la fecha.
Y por encima de ellos aparecen otros especímenes trajeados, estos defensores de los intereses de organismos transnacionales, a fin de cuentas de los suyos propios. Resulta tristísimo ver como uno de los mejores jugadores de la historia, el francés Michel Platini, escupe con sus decisiones y sus movimientos en aquello que le dio de comer y le hizo reconocible.
Así está el fútbol hoy en día, con un núcleo de pureza cada vez más minúsculo rodeado de capas y capas de espinas, enterrado en las cloacas por aquellos que han intentado exprimirlo hasta las últimas consecuencias desde la sombra. Son solo unos pocos energúmenos dentro de un sistema global inmenso. ¡Pero cuánto daño hacen!.
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