Entre mis muchas lagunas de conocimiento se encuentra la del diseño de páginas web. Ese es uno de los motivos que explica que el de este blog sea tan sencillo desde sus comienzos. Aún así no hay que ser un experto para darse cuenta de que el portal en la red del ecuatoriano Iván Kaviedes roza el caos más absoluto.
No se aprecia en él demasiado orden y las imágenes en constante movimiento, que rodean al texto central, desquician al lector sin que sepa muy bien a que parte de la pantalla mirar. En cualquier caso, el hecho de que tenga su propio espacio en internet ya habla de la importancia de este futbolista, ídolo en su país en las duras y también en las maduras.
Porque la fama no podrá ocultar nunca que su vida ha sido hasta la fecha un auténtico calvario que siempre ha intentado solucionar con intensas sesiones de golterapia. El balón fue y probablemente sigue siendo ese amigo fiel que le ayudó a sobrellevar una infancia dura después de perder a sus padres en un accidente de tráfico cuando apenas tenía seis años. El drama fue aún mayor tras fallecer sus hermanos pequeños poco después.
Por si fuera poco sus abuelos paternos se desentendieron de él -según cuenta solo cuando la gloria llamó a su puerta dieron señales- y tuvieron que ser los maternos los que sacaran adelante a ese chaval delgado y enclenque que hablaba sobre el césped lo que callaba en la calle, donde se le consideraba un chico tímido con pocas ganas de relacionarse con los demás.
De aquella infancia poco le quedó más allá de la herida abierta, si acaso su apodo del "Nine"; el modo en el que sus compañeros se referían a él en un torneo donde el equipo jugó con camisetas en las que el número estaba escrito con letras. Porque a fin de cuentas eso era él, un delantero de área con recursos suficientes para sortear los estereotipos.
Superados los pasos previos en las categorías inferiores, su debut con el Emelec llegó de forma casual al ser llamado a última hora después de que, por error, uno de los futbolistas convocados no pudiera jugar al arrastrar una amonestación previa. Ese tren que pasó de forma azarosa antes incluso de que él mismo lo hubiera esperado, fue el definitivo hacia la elite.
Dos años necesitó para adaptarse a los rigores de la máxima categoría después de ese debut y al tercero, sin previo aviso, despuntó con matricula de honor. Sus cuarenta y tres goles en treinta y nueve partidos no solo le convirtieron en el recordman nacional sino que al mismo tiempo le valieron para coronarse como el máximo goleador del mundo de aquella campaña en lo que a competiciones nacionales se refería.
Aquella gesta implicaba de forma inminente su traspaso a un club europeo. Varios pujaron por él pero finalmente fue el Perugia el que se llevó el premio previo pago de cinco millones de dólares. Comenzó teniendo minutos pero en el banquillo topó con uno de aquellos hombres que no perdonan la irregularidad, el serbio Vujadin Boskov. Tras dejar muestras de su clase a cuentagotas y negarse a pagar una multa por llegar tarde a una concentración de la siguiente pretemporada, ambas partes decidieron que lo mejor era cambiar de aires.
Y así fue como llegó a España, concretamente a Vigo, una ciudad que acabó haciéndole más mal que bien. Como sucede con otros casos cada verano el punta ecuatoriano llegaba a las pretemporadas con la única duda de saber dónde acabaría cedido ese año. Tras seis meses desde su primer aterrizaje, fue destinado al Puebla mexicano.
Volvió en época estival e hizo las maletas hacia Valladolid. Su estancia allí fue caótica. Arrancó jugando para luego ser postergado al banquillo. Con la llegada de Pepe Moré tras la destitución de Ferraro se hizo de nuevo con el puesto pero lo perdió tras arrojar la camiseta al suelo después de que el técnico decidiera sacarle en el segundo tiempo contra el Málaga y devolverle a las duchas antes de que el partido concluyera. Parecía pues que había acabado su temporada pero inesperadamente Moré decidió alterar su once cuando quedaban tres jornadas para la conclusión de la competición y el equipo se jugaba la permanencia. Un gol suyo sirvió para darle la victoria a su club en Riazor. La siguiente semana recibían la visita del Barcelona, un encuentro que terminaría 2-2 y una chilena para enmarcar del "Nine" en el que a la postre fue considerado uno de los tantos del año en España. Para rubricar la resurrección, se dio el gusto de marcar en el Bernabeu la última jornada.
Aquél fue su último año entero en una entidad durante un tiempo. Volvió a Vigo y en invierno se marchó cedido al Oporto. Con el Mundial de Corea a la vuelta de la esquina y sin opciones de jugar aún tuvo tiempo de marcharse al Barcelona de Guayaquil antes de final del curso aportando quince minutos a la causa.
El avión le llevó de nuevo a Vigo para fichar cual funcionario una nueva pretemporada y, a él se subió cuando esta terminó rumbo a un destino conocido, el Puebla mexicano. En su segunda etapa pasó desapercibido siendo un inquilino habitual del banco. Con el ejercicio terminado su destino estaba escrito en las estrellas. De nuevo veraneo en Galicia. Pero esta vez fue el último. Harto de ser ninguneado por los celestes decidió no ir al aeropuerto para viajar a un stage en Holanda y abandonar el club por iniciativa propia siendo denunciado a posteriori por incumplimiento de contrato. No fue su única decisión drástica ya que ese abandonose extendió también a la práctica del fútbol.
La medida apenas duró unos meses, los que tardó en encontrarse a sí mismo y volver a las canchas con el Deportivo de Quito. Después de aquello retornó al Barcelona de Guayaquil por segunda vez. Habría dos más, las que siguieron a sus fracasos en el Crystal Palace y el Argentinos Juniors. Tras ponerse la camiseta amarilla del club ecuatoriano por última vez, fichó por El Nacional y posteriormente por el Liga de Quito, equipo que le denunció por estafa.
Por entonces su batalla era ya otra. Las drogas y el alcohol se habían convertido en malas consejeras y el propio Kaviedes solicitó ayuda para superar sus demonios siendo internado en un centro de rehabilitación. El ídolo tocaba fondo casi en el anonimato pero con la idea de volver algún día a pisar el pasto.
Afortunadamente aquello ya es pasado y su objetivo se ha cumplido. Retornó en el Macará y posteriormente volvió a enfundarse la elástica de El Nacional. Sus buenas cifras le valieron para recibir una nueva llamada del Deportivo Quito, pero aquello se le quedó grande. Hoy, desde la tranquilidad y con solo 34 años a sus espaldas, después de vivir en muy poco tiempo lo que otros experimentan en toda una vida, apura sus últimos años de fútbol en el Aucas de la Segunda División.
No hay comentarios:
Publicar un comentario