Una de las ventajas de este blog es que de vez en cuando puedo filtrar en él confesiones personales. Ahí va una para empezar este post: Probablemente mi película favorita sea "Pulp Fiction". La estructura peculiar usada por Tarantino, su humor ácido y ciertas escenas y diálogos inimitables la convierten a mi entender en una joya que para bien o para mal -dados su excesos de violencia gratuita y su vulgaridad marca de la casa- no pasa indiferente.
El film está trufado de personajes de lo más peculiar. Uno de ellos es el Señor Lobo. Interpretado por Harvey Keitel, su aparición es corta pero fundamental, liviana pero inolvidable. Para que entendáis lo que os digo, os dejo por aquí un pequeño fragmento de su cuota de pantalla. Aviso, las escenas contienen una ristra de palabras malsonantes.
Esa figura, la del hombre que llega a última hora y sobre la bocina para apagar el fuego y solucionar un problema también la hay, por supuesto, en el fútbol. Generalmente la ejemplifica un futbolista que sale desde el banquillo con ganas de comerse el mundo. Poco importa que no haya calentado lo suficiente o que no haya sido elegido entre los once titulares. Pisa el campo y sabe cuándo, cómo y dónde tiene que estar para marcar.
Su oficio es el gol. Sabe lo que tiene que hacer para llevar la pelota a la red y no le tiembla demasiado el pulso a la hora de ejecutar su labor con pulcritud, precisión y premura para deleite de la grada y del resto de los compañeros preocupados que estuvieron batiéndose el cobre de los primeros instantes. Luego, cuando todo parece encarrilado se quita importancia como el hombre trajeado de la película (otro vídeo con exabruptos, aviso).
Y así este rara avis que pasa desapercibido entre los demás protagonistas termina su actuación, abandonando el lugar del crimen en silencio esperando la próxima llamada de auxilio, quién sabe en qué momento. Difícil no asemejar esta figura a la de un punta que poco o nada pega con sus compañeros, un tipo bosnio que sobrepasa el 1,90 pero que vive tapado por los regates inverosímiles de unos compañeros menudos y las trastadas reincidentes de otros.
En la fantasía palaciega del jeque, Edin Dzeko no pasa de mayordomo o picapedrero pero probablemente cinco de cada cuatro equipos darían lo que fuera por contar con él en sus filas. No es el más técnico, no tiene un físico portentoso ni es rápido pero quizás sea a día de hoy -atrás quedan los tiempos en los que el Wolfsburgo ganó una Bundesliga porque él y Grafite así lo quisieron- el mejor desatascador ofensivo del mundo, el duodécimo hombre. No cambia el ritmo del partido pero es capaz de darle la vuelta participando apenas en un par de jugadas.
Este fin de semana su don ha alcanzado la plenitud. Con diez hombres en el campo desde el minuto 23 de partido por la expulsión de Milner, el Manchester City llegaba al 77 perdiendo por 1-0 ante el West Brom, el club revelación en Inglaterra. Primero de cabeza en una falta y posteriormente finalizando una salida a la contra, sus dos dianas volteaban a un choque que estaba perdido. Uno de esos que dan los campeonatos a la postre.
Podría ser anecdótico si no fuera porque solo dos jornadas antes solo necesitó cinco minutos para poner el 1-2 en el marcador contra el Fulham. Igual que la pasada campaña puso las tablas en el dos de añadido contra el QPR en aquél heroico encuentro que decidía el campeonato. Son muescas agónicas en el revolver de un delantero que carece del glamour de sus compañeros pero que no lo necesita. Sus goles dan puntos y al final recibe el reconocimiento en lo colectivo que se le niega en lo individual. Algún día saldrá casi en el anonimato rumbo a otro sitio donde se le necesite. Como el "Equipo A". Como el "Señor Lobo".
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