Cada relato de un accidente, de un atentado, tiene vencedores y vencidos. Gente que sorteó la fatalidad, otra que estaba en el lugar dónde no debía a la hora menos oportuna. Entre aquellos que volvieron a nacer, esos a los que la vida les ha regalado una segunda oportunidad para disfrutarla al máximo, se encontraba un equipo de fútbol.
Y no uno cualquiera pese a que dispute sus partidos en el tercer escalón de un sistema balompédico poco relevante. De hecho su pérdida habría sido, a pequeña escala, la de otros muchos que no comparten ciudad con él pero sí el espíritu de un pueblo que se agarra a cualquier solución para reivindicarse.
Con una cifra que oscila entre los 80.000 y los 100.000, Suecia es un lugar de refugio para gran cantidad de inmigrantes kurdos que huyeron del avispero de su territorio en busca de oportunidades. La necesidad de agruparse en torno a algo que les diera sentido de pertenencia dentro de unas fronteras con otra cultura y otro clima fue el germen del Dalkurd de Börlange.
La ciudad, conocida entre otras cosas por ser el punto de salida de la banda musical Mando Diao, ha ido ganando en relevancia extramuros gracias antes de que la tragedia les tocara de cerca este miércoles, ya se había gastado tinta en escribir acerca de su corta pero prolífica historia.
precisamente a su modesto club. De hecho,
Lo que nació como una entidad para el ocio de los jóvenes de la localidad y con el objetivo de integrar a una minoría fue cobrando peso de la mano de su presidente Razaman Kizil, un hombre ambicioso que se propuso ver crecer el proyecto. A fe que lo consiguió ya que, tras cinco ascensos consecutivos desde su creación en el 2005, el Dalkurd se plantó en el lugar que ocupa ahora.
En progresión constante, con unos playoffs de ascenso a la división de plata ya a sus espaldas, todo ese sueño común que se ha ganado el corazón de cientos de kurdos alrededor del globo estuvo a punto de quedarse truncado cuando el equipo venía de disfrutar de unos días de entrenamiento en tierras españolas.
Por evitar una escala de diez horas, la expedición sorteó un desenlace cruel. A su llegada a casa les esperaban centenares de llamadas, la agonía de aquellos que pensaban haberlos perdido para siempre. Otros, algunos de los cuales se habían desplazado a Barcelona para ver el Clásico, no tuvieron tanta suerte. Las cosas del puto e impredecible destino.
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