La Copa, caprichosa, volvió a juntar ayer sobre el césped a los dos grandes equipos de la capital rumana. Fue un partido con alternativas que el Steaua se llevó por su gran eficacia en el tramo final de la primera parte. Tres goles en menos de diez minutos desmontaron a un Dinamo que por entonces aguantaba el empate en territorio ajeno y que acabó cayendo por 5-2.
Acostumbrados a los cruces recurrentes entre los dos colosos del país, este no pasará a la historia. Pero sí lo hará, de hecho lo hizo, el que midió hace veinticinco años a ambos en la final del mismo torneo. La rivalidad, mezclada con un trofeo en juego y la terrible situación política que atravesaba la nación, generó una situación rocambolesca que hasta hoy sigue siendo uno de los paradigmas de la injerencia de las altas estancias en el mundo del deporte.
Por aquella fecha ambos clubes vivían polarizados y estigmatizados, trasladándose su competencia a aspectos ajenos al verde. De un lado aparecía el Steaua, equipo vinculado al ejército que hacía las delicias de la familia Caucescu. De hecho era Valentin, uno de los hijos del dictador, quien movía los hilos de una plantilla que llegó a encadenar 119 partidos sin perder en Liga y Copa. Un dato sospechoso al que acompañaba una planificación deportiva despótica, esa que impedía a los jugadores marcharse al extranjero y que permitía a la entidad expoliar sus estrellas a los rivales con la excusa de reclutarlas para la formación militar.
De otro lado estaba el Dinamo, conjunto emparentado con la policía secreta. Si "arteras" eran las tácticas de su máximo rival, las de la Securitate no le iban a la zaga. Su control de todo lo que se movía en los bajos fondos del país y su capacidad para generar situaciones controvertidas en la sombra y venderlas como accidentes, eran temibles. Sin llegar al nivel de su enemigo, eran los únicos en condiciones de plantarles cara de forma digna con un balón por medio.
Así lo demostraron el día de autos, una jornada en la que junio caneaba y agosto pedía paso. Ante miles de aficionados entregados a la causa, el duelo que decidía el título copero se desarrollaba por los cauces de la igualdad. Lacatus, ex delantero del Oviedo, había puesto en ventaja al Steaua. Sin embargo otro atacante con pasado en España, Florin Radiocioiu, fabricó el empate con el que se encaraban los minutos finales.
Con el escenario así montado, apareció Gica Hagi. El ídolo rumano, que había llegado al Steaua en un préstamo de diez días para disputar la final de una Recopa y se acabó quedando cuatro años por el placer que producía su juego en los que mandaban, realizó un desplazamiento en largo que encontró la bota de Balint. El punta, al que luego disfrutarían en Burgos, puso el lazo y marcó un 2-1 que parecía definitivo.
Sin embargo cuando la pelota acarició la red, en la banda había un linier con el brazo en alto. Una decisión que no gustó en la zona noble donde se sentaban los hombres fuertes del teórico ganador y que tuvo una consecuencia inmediata. Con un gesto, Valentin Caucescu obligó a los suyos a abandonar el campo como represalia; regalándole el entorchado a los perros rojos.
Esa decisión unilateral no fue del agrado de su padre, que desconocía el significado de la palabra perder. Orgulloso desde la cuna, estimó que entregar el premio como si nada hubiera pasado era un lujo asiático. Por ello se encargó de alterar el relato. Cuarenta y ocho horas después, la misma Federación que había declarado ganador al Dinamo por abandono cambiaba de parecer y coronaba como campeón al Steaua alegando que el gol había sido legal.
Un escarnio que indignó a la opinión pública y dejó al club en una posición lamentable. Tal fue así que, después de que el sátrapa fuese ejecutado junto a su mujer, se ofrecieron a entregar el galardón al Dinamo. Pese a ello se encontraron con la oposición de este, que disfrutaba más viendo como las vitrinas de su odiado vecino estaban manchadas por la vergüenza. Y así siguen ya que la el ente que rige los designios del balompié rumano se ha negado a cambiar su decisión por tercera vez.
1 comentario:
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